¿Culpable o inocente? Lee Esle
Comentarios laura.esle@hotmail.com La psicóloga de cabecera del lugar en el que estoy me ha incitado a escribir, para ello me ha regalado un cuaderno de 100 hojas tamaño carta, que estoy seguro no serán suficientes para relatar los últimos 10 años de mi vida, porque lo que hice no surgió de la noche a la mañana, me ha llevado 120 meses concretar todo este sufrimiento… que mayormente se ha llevado a cabo en silencio.
Hace 10 años conocí a Omar, yo cursaba tercer año de primaria cuando el llegó a mi salón, había pasado por todas las primarias de la localidad y en todas lo habían expulsado por mal comportamiento, era un niño fichado, esta era su última oportunidad, pues si no se comportaba sus padres lo mandarían a un internado militarizado. Era un chico agresivo que aprendió de sus errores, ahora cuando agredía no se exponía, solo tiraba la piedra y escondía la mano, él ya no permitiría que alguna de sus travesuras fuese tomada por sorpresa, él sabía lo que un mínimo descuido de su parte provocaría, la resonancia de sus acciones tendrían consecuencias trascendentes en su vida, por lo tanto, aprendió a cuidarse.
Públicamente se vio un cambio, pero Omar seguía siendo el mismo niño abusivo de siempre, siguió siendo aquel que te ponía el pie para que tropezaras y estando en el suelo patearte el estomago hasta sofocarte, seguía siendo aquel que tocaba a las niñas, seguía siendo aquel que robaba tus cosas, seguía siendo el mismo que se burlaba de ti por usar lentes, por usar aparatos en los dientes, o por cualquier pretexto que inventaba.
Omar ha duras penas había molestado a alguien de su propio salón, pero un día la maestra de Español me paso al frente a leer una lectura, mi error fue ponerme nervioso y tartamudear un poco, enseguida noté la risa burlona que provenía de las sillas de la parte de atrás del salón y en ese instante me di cuenta de que yo acababa de pasar a la lista negra.
Los primeros días Omar solo se burlaba de mí a la hora del recreo, me seguía al tiempo que me gritaba palabras imitando mi tartamudeo, que por cierto, si anteriormente solo se presentaba rara vez cuando leía, ahora lo hacía todo el tiempo. Al principio traté de defenderme, en una ocasión lo aventé tan fuerte que cayó al suelo, por desgracia una profesora me vio y me mandaron castigado a la dirección, el director le habló a mis padres comentándoles que no me expulsaría en esa ocasión debido a mis buenos antecedentes, pero que, por supuesto, yo quedaba bajo la lupa.
En verdad yo era un niño tímido, y me volví aún más introvertido debido al castigo de mis padres, por esa acción hacia Omar, me obligaron a pedirle disculpas enfrente de los demás, humillándome a tal grado que de ese día en adelante rara vez yo le hablaba a alguien. Omar, como era de esperarse, aprovecho la ocasión para patearme, aventarme, robarme y sabotearme en cada oportunidad. Algunas veces, yo externé esto a mis padres y a mis maestros, pero ambas autoridades concluyeron en que yo trataba de culpar injustamente a Omar, como venganza por los sucesos anteriores y nadie me hizo caso.
Pasaron los días, los meses y los años y yo seguía siendo el objeto de juego y de burlas, ya no solo de Omar, si no de su círculo de amigos, traté desesperadamente convencer a mis padres de que me cambiaran de colegio, pero ellos estaban convencidos de que yo estaba donde debía de estar. Gradualmente me preocupaba ir a la escuela, tanto, que empecé a inventar excusas para faltar, me hacía pasar por enfermo hasta que mis padres me descubrieron y me juzgaron de holgazán. ¿Por qué incluso a ellos les costaba trabajo ver la realidad?
Conforme avanzaba el tiempo, los golpes de Omar se fortalecían, para mí mala suerte, el creció siendo un tipo fuerte y bien parecido, esto atrajo dos grandes desventajas a mí vida: la primera fue que entre la transición de la Preparatoria a la Universidad él se hizo tan popular que incluso, gracias a él, ahora hasta algunas chicas me ofendían, y la segunda fueron los golpes cada vez más graves que los anteriores. Mi complexión delgada y mi estatura baja, seguro no me beneficiaban, pues yo nunca fui capaz de arremeter de igual manera contra él.
Curiosamente, mientras sucedía que mis padres se divorciaban los golpes de Omar arreciaban, no obstante, mis padres metidos de lleno en la división de los bienes, hicieron caso omiso a mis moretones, a las raspaduras e incluso a aquel brazo roto y a los 7 puntos de sutura cerca de uno de mis ojos.
Un día estando en la Biblioteca de la Universidad, conocí a Cinthia, una chica agradable que no me veía como los demás, ella me miraba como persona y no como fenómeno infectado con alguna enfermedad, pero claro, apareció Omar y aunque ella no era la clase de chica con la que el saldría, la empezó a merodear, hasta que Cinthia claro accedió a salir con él, el actuaba frente a ella cuando yo estaba cerca, cuando él sabía que yo podía verlo y escucharlo, traté inútilmente de explicárselo a ella pero en vez de alejarla de él, la alejé de mí.
Y entonces gracias a lo que Cinthia sabía de mí, porque yo le había confesado en varias ocasiones mis sentimientos hacia ella, hacia la vida y hacia mi idealismo a pesar de todo, Omar empezó a llamarme “blandito”, “Suavecito” o más despectivamente “maricón”, lo peor de todo es que la última vez que me llamó de esa forma estaba Cinthia presente y lo que más me dolió es que ella también se rió de mí, al igual que los demás, lo peor en ese momento es que las lágrimas de rabia que brotaron de mis ojos les dieron argumentos más convincentes para reírse abiertamente de mí. Ese día salí corriendo y no volví a la escuela hasta exactamente 5 días después cuando traía conmigo una pistola semiautomática de fácil ocultación que se utilizan generalmente para tiros deportivos, también venía preparado con un arma blanca y con todo el odio acumulado de 10 años.
Ese día… un 13 de mayo me dirigí a la cafetería de la Universidad, sabía que ahí encontraría a Omar y a su grupo de amigos, cuando faltando algunos metros los visualicé, mi voluntad de matarlo flaqueó, pero se reavivó cuando Omar me vio y grito “Miren, por fin apareció el suavecito”… di media vuelta y sin pensarlo más tomé la pistola y la descargué inexpertamente en todo el lugar, hiriendo gravemente a Omar y a 3 personas más, Cinthia sangraba entre ellos, todo fue un caos, me sentía poseído, y para asegurarme de que el trabajo quedara bien hecho, encaminé mis pasos hacia Omar y si… yo lo asesiné, descargué toda mi furia de 10 años atrás sobre aquel que me excluyó, que se burló, que me agredió física y verbalmente, fui su chiste, su objeto de popularidad y cuando la navaja cruzó su pecho, sentí que morían con él todas las inseguridades que él me infundió, todo esto dejó de ser un juego de niños y me convirtió en un asesino… uno que cree que hizo justicia con su propia mano, a pesar de que el sistema lo juzgué y lo traté como a una basura peor que a la que mató.
Y este acto si tiene el nombre de los culpables… el mío, el de mis padres y mis maestros y el de todas esas personas que fueron testigos mudos durante 10 años de todas las acciones de atropello… Pero como siempre me han culpado solo a mí… el tipo loco y resentido con el mundo que decide ponerle fin a la vida de alguien.
Pero es como todo… que me juzgué aquel que este libre de remordimientos similares… ¿Y tú… estas libre de tirarme la primera piedra?