miércoles, diciembre 30, 2009

Lee Esle

Como cualquier otra historia de amor

Comentarios: laura.esle@hotmail.com


Erase una vez un niño llamado Santiago que a los 7 años materialmente lo tenía todo; los mejores juguetes, la mejor vestimenta, la mejor mansión de la colonia, cualquiera podría decir que él era feliz; pero no era así, le hacía falta su madre, quien murió cuando él nació. Bajo otras circunstancias, dicho suceso no sería trascendente si su padre no se lo reprochara amargamente cada día a través de una mirada de desprecio, algunas palabras cortantes, regaños excesivos sin motivos razonables, etcétera. Santiago tuvo una infancia poco favorable para su desarrollo emocional.

Cuando él tenía 12 años su padre falleció, una de las 3 sirvientas de la mansión lo encontró ahogado en alcohol, con una botella de whisky vacía en una mano y en la otra la fotografía de su esposa. Sin saber porque, Santiago sintió alivio cuando esto pasó y sintiéndose el rey de la casa comenzó a dar órdenes como veía que lo hacía su padre. Los sirvientes no tuvieron más remedio que quedarse pues la herencia que cada día se duplicaba pertenecía en su totalidad a aquel niño que actuaba como adulto.

Santiago creció y se convirtió en un misántropo, un día sin más, despidió a las señoras de limpieza, al ama de llaves, al chofer, al jardinero, al cocinero y se quedó solo, porque no importaba cuanto tiempo pasaran lustrando la casa, cocinando o cortando el pasto pues no era suficiente, su casa no brillaba como él quería. A los días de esto, contrató a nuevos empleados pues se dio cuenta de que él era un inútil y que la única gracia que poseía era la que proporciona un montón de dinero, a partir de entonces, el personal de limpieza rotaba cada dos meses o incluso menos, él nunca estaba conforme con el servicio.

Esto cambió, cuando él llegó a la edad de 50, contrató a una mujer joven sumamente noble a la que corrió a la primera semana, pero ella necesitaba el empleo así que hizo oídos sordos y siguió yendo a trabajar. Don Santiago se enojó y para hacerla entender la trataba mal, le gritaba, le aventaba la ropa y la comida a los pies, pero Emilia resistió, porque cuando la necesidad económica es mucha sepa dios cuantas humillaciones dejamos pasar.

Pasaron los años, Don Santiago dejó de regañar a Emilia pues constató que era humilde y trabajadora pero siguió portándose ausente, cortante, silencioso.
Emilia seguía ahí por dos razones, la primera eran sus padres viejos y enfermos que dependían de ella, su única hija, y la segunda era Don Santiago, pues con la fría convivencia de los años que llevaba trabajando en aquella casona, entendió que lo que su patrón necesitaba era amor y por eso ella se esmeraba cada mañana en prepararle el desayuno, en tenerle listo el platillo principal por la tarde y en acompañarle en silencio por las noches cuando él se disponía a tomar una taza de café antes de dormir.

Por otro lado, Don Santiago apreciaba, a su manera, las atenciones de Emilia, y de alguna forma, se sintió cómodo con ella y no necesito contratar a nadie más. Cualquiera diría que con un poco de voluntad de parte de los dos una rara historia de amor podría surgir, pero cuando Emilia estaba segura de sus sentimientos hacia Don Santiago, éste la decepcionaba nuevamente, actuando como un arrogante, él actuaba así porque consideraba que él no era alguien suficientemente adecuado para una mujer tan sensata.

Tras un breve período de malos tratos Emilia se fue de la casa de Don Santiago, sin decir nada, guardó sus cosas y regresó a su pueblo, a casa de sus padres, sintiéndose derrotada al no haber ablandado el corazón de aquel viejo odioso que para su pesar le robaba el alma.

Por su lado, él mal recomendó a Emilia en muchas ocasiones con los nuevos empleadores y al verse desesperada fue a reclamarle esto, él cínicamente le contestó que en ningún otro lugar sería útil más que en aquella casa, ella le gritó que ni de loca volvería a servir a un viejo gruñón y así se hicieron de palabras hasta que él se rindió, terminó doblándole el sueldo y ascendiéndola a ama de casa.

Ahora Don Santiago y Doña Emilia viven inundados de niños en aquella vieja casa, él conserva el gesto adusto que en realidad ya a nadie engaña pues al ver a cualquiera de sus 10 hijos una sonrisa de niño vuelve a su cara.

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