No se crea una encomienda hasta el momento en que los bienes reunidos son suficientes para obtener un excedente utilizable en Tierra Santa. Pero la encomienda tiene que ser también un centro de vida, capaz de irradiar sobre una región, de atraer las vocaciones. El personal de la encomienda es más o menos numeroso en función de la importancia de ésta, pero también de acuerdo con las misiones que le están asignadas.
Sean castillos, simples casas fortificadas o granjas, todas las encomiendas disponen de un lugar de culto, una capilla dentro del mismo edificio o, con mayor frecuencia, una edificación autónoma situada en las proximidades del convento. Esas capillas no deben de confundirse con las iglesias parroquiales donadas al Temple. De estas últimas son los patronos, es decir, nombran al titular de las mismas. Las capillas están destinadas a las necesidades espirituales de los miembros de la Orden, celebrando en ella el culto los hermanos capellanes. Pero los templarios abren fácilmente la puerta a sus vecinos, con gran perjuicio para los párrocos, que ven alejarse a sus feligreses, con los recursos que éstos les proporcionan. Un elemento entre otros del litigio entre el clero secular y las órdenes monásticas.
La ascesis templaria se ajusta a las condiciones particulares de la vida del monje soldado, que lleva la dura vida de los campamentos. Y aunque no la lleve siempre ni en todas partes, debe evitar toda práctica ascética susceptible de alterar su salud. El templario tiene derecho a cierto confort. Ha de llevar ropa adaptada tanto a los fuertes calores como al frío; tiene derecho a un material cómodo para acostarse. Pero las diferencias con la ascesis monástica tradicional son más marcadas todavía todavía en el capítulo de la alimentación. El templario hace dos comidas diarias, a excepción de los períodos de ayuno, en las que no hace más que una. Las comidas transcurren en silencio, como en todas las comunidades monásticas.
El hecho de que el servicio divino esté asegurado por un capellán miembro del Temple no dispensa totalmente a los templarios de recurrir a los servicios de sacerdotes u obispos exteriores a la Orden. Todas las casas del Temple no disponen de un hermano capellán, y éste no disfruta de un poder de absolución ilimitado.
Nadie pone en duda la reputación de los templarios como los banqueros de Occidente. Hay quien incluso considera su éxito financiero como una de las causas de su pérdida. Riqueza y avaricia, riqueza y arrogancia se combinan bastante bien, pero no hacen buen maridaje con una vocación religiosa. El Temple ha desarrollado una cualidad reconocida a todos los monasterios, la de ser un abrigo, un refugio para las personas y para los bienes. Nada más seguro que depositar los objetos preciosos que una cosa consagrada a Dios y, por consiguiente, inviolable, al menos en principio. Cada depósito se guarda en una hucha, cuya llave queda en manos del tesorero de la casa del Temple y que no se abre sin el consentimiento del depositante.
El Temple administra el depósito de sus clientes, que disponen de una verdadera cuenta corriente: sacan dinero, efectúan pagos mediante simples cartas dirigidas al tesorero, etc..Tres veces al año la banca envía un extracto de cuenta. El cliente puede así efectuar con todo conocimiento de causa operaciones de cuenta a cuenta. De la simple gestión de fondos por cuenta ajena, el Temple pasa del modo más natural a una actividad de préstamo. Dispone de fondos propios, pero también de fondos depositados por los particulares y no destinados a un uso preciso. El Temple hace trabajar ese dinero.
El Temple se garantiza de tres maneras: prendas, intereses y multas. Contra el dinero prestado, el beneficiario entrega sus bienes en prenda al Temple, que los conservará en caso de que no se le reembolse. El Temple prefiere otra garantía para sus préstamos. El contrato estipula una fuerte multa, llamada interesse, en caso de fallo del prestatario. Todos los prestamistas utilizan el procedimiento; la multa representad el 60% al 100% de la cantidad prestada. Por otra parte, existen documentos que parecen probar que el Temple no disponía en Oriente de cantidades astronómicas y que, para prestar, tenía a su vez que pedir prestado, a los banqueros italianos en primer lugar.
Las relaciones comerciales entre las ciudades costeras de Siria-Palestina, en manos de los latinos, y el interior de los países musulmanes, sin llegar a interrumpirse se vuelven, más difíciles, y los latinos tienen que buscar en otra parte lo que el Oriente musulmán no les aporta con tanta regularidad. Madera, caballos, armas y cereales, indispensables para la supervivencia de los Estados latinos, provienen de Occidente; pero otros productos del mismo origen, como los textiles, penetran en el mercado musulmán, mientras que las especias, el alumbre, el algodón se exportan hacia Europa. Las órdenes militares intervienen en estos intercambios, ya que sus casas europeas proporcionan a las de Tierra Santa el excedente de sus producciones.
Desde el momento en que las órdenes militares dispusieron de una flota, tomaron a su cargo el transporte de los peregrinos. Los peregrinos tenían confianza en ellos, ya que los barcos de la Orden iban escoltados; además, no vendían a sus pasajeros como esclavos en los puertos musulmanes, como hacían a veces los genoveses y los pisanos. Se conocen los nombres de algunos barcos de la flota del Temple y el Hospital, como La Buenaventura, La Rosa del Temple y La Condesa. Los templarios adoptan muy pronto una política de información sistemática de Occidente, por medio de cartas.
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