lunes, marzo 29, 2010

La caída del Temple

C. L.A.E. Juan Manuel Becerra Casillas



En Sidón, ciudad que se hallaba en manos del Temple, se conoció muy pronto la noticia de la muerte de Guillermo de Beaujeu y la caída de Acre. Teobaldo Gaudin, el Gran Comendador de Tierra Santa, fue hecho Maestre por la elección de los hermanos. Apenas si dejó alguna huella en la historia. Marchó a Chipre en busca de socorro y permaneció allí, sin hacer nada. Murió en 1293. Le sucedió Jacques de Molay. Molay tiene sobre la cuestión de las cruzadas las mismas ideas que todo el mundo, que esos reyes que afirman no pensar en otra cosa que la cruzada, que esos clérigos y publicistas que trazan proyecto tras proyecto para la reconquista de Tierra Santa.

¿En qué punto se hallan entonces las relaciones con la monarquía francesa?. Aunque los Dignatarios del Temple no lo sepan, no son desde luego muy buenas. En realidad desde el reinado de Luis IX se advierten algunas tensiones con la monarquía sobre los derechos y los privilegios del Temple. Jacques de Molay celebra el Capítulo de la Orden en París en junio de 1307. Es probable que se discutan en él los fastidiosos rumores que corren sobre la Orden, al menos desde 1305. No se trata ya de las críticas tradicionales sobre el orgullo, la avaricia, etc. Se trata de herejía, de idolatría, de sodomía.

Algo mucho más inquietante. Algunos de los consejeros del rey, Guillermo de Nogaret, Guillermo de Plaisians, abren el expediente del Temple. Nogaret va reuniendo con toda paciencia su expediente. Recluta testigos entre los ex templarios, expulsados de la Orden por sus faltas; hace entrar en el Temple una docena de espías. Jacques de Molay está informado de todo a través de los templarios próximos al papa.

El viernes 13 de octubre al amanecer, Jean de Verretot, bailío de Caen, da a conocer a algunas personas a las que ha reunido discretamente una carta del rey, fechada el 14 de septiembre anterior, fecha simbólica, puesto que el 14 de septiembre es la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. “Una cosa amarga, una cosa deplorable, una cosa seguramente horrible de pensar. Un crimen detestable, una fechoría execrable. Una cosa absolutamente inhumana, mucho más, extraña a toda la humanidad, ha llegado a nuestros oídos gracias al informe de varias personas dignas de crédito”.

Después de este gran fragmento de retórica, Felipe pasa a los hechos. “Los hermanos de la milicia del Temple, ocultando el lobo bajo la apariencia de cordero e insultando miserablemente la religión de nuestra fe bajo el hábito de la Orden, son acusados de renegar de Cristo, de escupir sobre la cruz, de entregarse a gestos obscenos durante la admisión en la Orden y de obligarse, por el voto de su profesión y sin temor a ofender la ley humana, a entregarse unos a otros, sin negarse, tan pronto como se les requiera”. El rey informa a continuación de las investigaciones y reuniones que han precedido a su decisión: “Visto que la verdad no puede ser descubierta plenamente de otro modo, que una sospecha vehemente se ha extendido a todos, hemos decidido que todos los miembros de la dicha Orden de nuestro reino sean detenidos, sin excepción alguna, retenidos prisioneros y reservados al juicio de la Iglesia, y que todos sus bienes, muebles e inmuebles, sean confiscados, puestos bajo nuestra mano y fielmente conservados”.

Jean de Verretot ha recibido esta carta antes del 13 de octubre, de mano de los comisarios, que le han revelado el objetivo de la operación. Había procedido así, el 6 de octubre, sin despertar sospechas, al inventario de los bienes del Temple. El 3 de octubre al amanecer, para ir más de prisa, Jean de Verretot, nombra el personal necesario y le informa de su misión en el bailiaje de Caen. El bailío procede personalmente a la detención de los templarios de Caen, Baugy, Bretteville, Corval, Voismer, Louvagny, etc. Todos ellos quedan incomunicados en la cárcel real. Así se hizo, a la misma hora, en todo el reino. Bien preparada, la operación de policía fue un éxito completo.

Muy pocos escaparon a la redada. Sólo un dignatario de alto rango, Gerard de Villers, Preceptor de Francia, logró escapar. Algunos de los fugitivos fueron capturados más tarde. La mayoría de los que escaparon a la policía huyeron el mismo día de la detención. El efecto de sorpresa fue total. Sin embargo, fuera del reino, esta política de hechos consumados no fue muy bien acogida. Felipe el Hermoso se apresura a escribirles a los soberanos europeos para informarles de la operación y a urgirles a que hagan otro tanto. Eduardo II responde, no cree una palabra de las acusaciones presentadas contra el Temple. Jaime II defiende a la Orden en su respuesta. El papa, que reúne un Consistorio en Poitiers, está indignado: “Vuestra conducta impulsiva es un insulto contra nos y contra la Iglesia romana”, escribe al rey el 27 de octubre. Clemente V, papa débil, enfermo e indeciso, sabe que en este asunto no se juzga precisamente al Temple, sino la autoridad pontificia, escarnecida por la actuación de Felipe el Hermoso.

Durante los meses de noviembre y diciembre el papa y los reyes europeos cambian de actitud. El objetivo del papa está claro. Quiere bloquear el procedimiento expeditivo puesto en marcha por Felipe y recuperar la iniciativa. ¿Se acusa al Temple?. Muy bien. Pero el procedimiento seguido contra èl ha de ser público y controlado por la Iglesia. El 22 de noviembre por la bula Pastoralis praeeminentiae, ordena la detención de todos los templarios y la puesta de sus bienes bajo la tutela de la Iglesia. Se necesitaron, pues, nueve meses para que la orden del papa fuese aplicada en toda la cristiandad. Todo el mundo obedeció. Sin embargo, fuera de Francia y de los países influidos por ella, se hizo de mala gana.

La carta del 14 de septiembre de 1307 por la cual el rey ordena la detención de los templarios está escrita con habilidad. Las instrucciones toman menos precauciones y piden que se utilice la tortura si fuese necesario. Las acusaciones han tomado cuerpo a partir de las confesiones obtenidas. Las acusaciones se pueden clasificar en siete grandes apartados:
1. Los templarios niegan a Cristo, al que califican de falso profeta, que ha sido crucificado por sus culpas y no por la salvación de los hombres; escupen sobre la cruz, la pisotean, orinan sobre ella en el curso de sus ceremonias.
2. Adoran ídolos –gato, cabeza de tres caras-, que ponen en el lugar del Salvador.
3. No creen en los sacramentos, y los sacerdotes de la Orden olvidan las fórmulas de la consagración durante la misa.
4. Los maestres y los dignatarios de la Orden, aunque laicos, absuelven a los hermanos de sus pecados.
5. Se entregan a prácticas obscenas y a la homosexualidad.
6. Están obligados a contribuir al enriquecimiento de la Orden sin importar el medio.
7. Se reúnen de noche, en secreto, toda revelación sobre los Capítulos se castiga severamente, incluso con la muerte.

Desde el pastor de Baugy hasta el Gran Maestre Jacques de Molay, todos confiesan sobre cualquier cosa, pero es evidente que las confesiones de los dignatarios resultaron decisivas para la continuación del proceso. El senescal preside las sesiones, y sus subordinados amenazan previamente a los acusados con la tortura, mostrándoles los instrumentos. Con esto basta muchas veces. Hay que tener en cuenta además las condiciones de la detención: el aislamiento, el régimen a pan y agua durante varios días, los malos tratos, las humillaciones. Se aplica la tortura a los obstinados, a los vacilantes, a los que se resisten de una manera u otra.

La negación de la cruz y del sacrificio de Cristo recuerda las prácticas de los cátaros y, más allá, se refiere a la religión musulmana. Del mismo modo, la acusación de idolatría invita a pensar en los musulmanes, considerados en Occidente como adoradores de ídolos. El gato negro significa, muy clásicamente, la encarnación del demonio. La historia de la cabeza mágica de los templarios hace referencia a creencias populares elaboradas a partir de la leyenda de Perseo y la Medusa, bien conocida en aquella época. Perseo se ha transformado en un caballero, y el caballero por antonomasia es el templario. La gente de Oriente ha oído decir que unos caballeros ocultaban una cabeza mágica y, para ellos, caballeros quiere decir templarios. Dichos caballeros se han convertido secretamente al Islam y adoran la cabeza, a la que llaman Mahomet y, por deformación, Bafomet.


El 22 de marzo de 1312, por su propia autoridad, el papa publica la bula Vox in excelso para abolir la Orden del Temple. El 3 de abril, con Felipe el Hermoso y su hijo Luis de Navarra, a ambos lados, el papa pronuncia públicamente la sentencia. Faltaba juzgar a los hombres. El papa se había reservado el juicio de los cuatro dignatarios del Temple encarcelados en París. Clemente V espera hasta el 22 de diciembre de 1313 para nombrar una comisión de tres cardenales, que juzgarán en su nombre. Por consiguiente, Molay se presenta ante los mismos hombres, que ha rechazado hasta entonces. De hecho, el 18 de marzo de 1314 no comparece para ser juzgado y, por lo tanto, oído,. Comparece para oír la sentencia del concilio presidido por Felipe de Marigny:

El lunes después de la fecha de San Gregorio, fueron condenados a prisión perpetua y severa. Pero cuando los cardenales creían que todo había terminado en este asunto, inmediatamente y de manera inesperada, dos de estos hombres, el Gran Maestre Molay y el Maestre de Normandía Charney, se opusieron con obstinación al cardenal que había predicado el sermón y al arzobispo de Sens, sobre su confesión y sobre todo lo que habían dicho hasta entonces”. Sorprendidos los cardenales dejaron la cuestión para el día siguiente. El rey informado del caso no esperó. Aquel mismo día, a la hora de vísperas, en una pequeña isla del Sena situada entre los jardines del rey y la iglesia de los hermanos ermitaños de San Agustín, se les condenó a ser quemados. Se les vio tan resueltos a sufrir el suplicio del fuego, con una tal voluntad, que despertaron en todos los que asistieron a su muerte admiración y sorpresa por su constancia en la muerte y su negativa final.

Los otros dos dignatarios, Pairaud y Gonneville, que se habían callado, terminaron sus días en prisión. El cronista florentino Villani, afirma que sus cenizas y sus huesos fueron recogidos por algunas religiosas y santas personas y considerados como reliquias. El 20 de abril, moría Clemente V. El 29 de diciembre siguiente, moría Felipe el Hermoso…¡La maldición!.

Lo que ocurrió con ellos después de su proceso excitó muchas imaginaciones y provocó una gran compasión. Algunos habían abandonado al Temple antes del proceso. Una vez iniciadas las pesquisas, algunos huyeron y se esforzaron por borrar su rastro. Algunos se corrompieron. Colgando los hábitos, se casaron, sin preocuparse de sus votos monásticos. La mayoría de ellos fueron encarcelados. Se apartó de las rentas confiscadas de la Orden lo necesario para su manutención. Los templarios juzgados se distribuyeron en tres grupos: los que fueron reconocidos inocentes, los que confesaron sus errores y se reconciliaron con la Iglesia y los condenados.

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