No obstante, lo que Pavel no sabe es que mis expectativas fueron cumplidas y rebasadas pues me hizo vivir experiencias únicas como cuando paseamos por la feria que se instaló en La Alameda Central, ya que mientras comíamos manzanas con cubierta roja de caramelo que usualmente consumía cuando era pequeña, me instó a detenerme y apreciar una de las tradiciones más típicas de esa parte de México; tomarse la foto familiar con los Santos Reyes.
Y lo que Pavel tampoco sabe es que mientras observábamos atentos como las familias subían a la tarima y se ponían a merced de los Reyes yo lo vi a él, esto me hizo pensar que el Distrito Federal resultó ser tan pequeño pues lo vi después de 4 años de solo recordar entre sueños su rostro y estoy segura de que él también me vio, porque justo cuando el chico de la cámara le pidió a él y a los miembros de su familia que sonrieran para preservar a través del tiempo la imagen de felicidad momentánea, nuestras miradas se cruzaron y por 10 eternos segundos nuestros ojos se hablaron como en los viejos tiempos cuando solíamos amarnos.
Puedo asegurar que la expresión que capturó la cámara de él fue de sorpresa contenida, y quizás cuando los demás vean esa fotografía él tendrá que explicar porque fue el único que en su rostro tenía ese semblante de incredulidad en contraste con la algarabía del público en general.

Lo que Pavel tampoco sabe es que después de que losSantos Reyes me dieron mi regalo anticipado traducido en la presencia fugaz de él, justo cuando estábamos en el mirador de la torre Latinoamericana, estiré la mano y alcancé el globo que él había lanzado al cielo y en un acto de desesperación leí la carta con sus deseos y peticiones y en una lista de 10 cosas… encontré 10 veces escrito mi nombre.
Pavel de ninguna manera pudo percatarse de que el algodón de azúcar de color rosa que compramos en la feria de La Alameda y que después compartimos durante nuestro viaje de regreso a través del metro me sabía al chico aquel pues cada bocado tenía entrelazados mis sueños y sus ilusiones.
Lo que Pavel no sabe es que la visita a Plaza Cuapa fue significativa para mi, así como lo fue cada uno de los viajes en el autobús, cada trozo de gastronomía, cada bocanada de aire que aspiré puesto que me hicieron sentir más cerca del chico con el que alguna vez soñé.
Estar en el Zócalo capitalino fue como estar en medio del océano porque justo cuando estas en medio adquieres esa sensación de pequeñez, de humildad al sentir que la grandiosidad del lugar te reduce a solo un punto que varía de color de acuerdo a la ropa que lleves puesta. Ojala pudiese quitarme temporalmente los ojos y usarlos como cámara digital porque creo que solo así las imágenes en la computadora se verían reales, expuestas en su máximo esplendor y ojala que incluso los recuerdos pudieran imprimirse ya que de esta forma él chico que no sonrió en la foto de los Reyes formaría parte de alguna de mis cuatro paredes.
Lo único que probablemente Pavel sabe respecto a este viaje es que ha sido el mejor que he tenido hasta este punto de mi vida y que él fue el responsable directo de que esto sucediera, porque estoy segura de que si en algún momento de la vida yo adquiriese Alzheimer este viaje sería de las únicas experiencias que mi cerebro recordaría.
Lo que mi querido Pavel no sabe es que ni la bella arquitectura de la Catedral o del Palacio Nacional se asemeja a la belleza de nuestra amistad, porque no importa cuan significativos sean los monumentos y su historia… lo que nosotros tenemos lo es mil veces más.
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