Carolina se encontraba en el estudio de su casa, sentada en aquel sillón cómodo en el que su marido solía pasar las tardes fumando habanos y bebiendo whisky… la puerta de aquella habitación ahora estaba abierta y por aquel espacio ella podía contemplar el ataúd de su esposo quién había perdido la razón, la fuerza y las ganas de vivir desde hacía 2 años cuando se enteró que el cáncer le había invadido hasta lo más recóndito de su médula y arrebatado el color azul de su alma.
Aquel funeral fue triste y frío y no precisamente por el clima congelante de aquel invierno en particular que azotaba a los transeúntes en las calles, sino por la inasistencia de los familiares, socios y probables amigos de Octavio, el esposo siempre fastidioso de Carolina.
La casa estaba prácticamente vacía, pues al ser infértil el marido no se habían concebido hijos, Carolina siempre imaginó que incluso aunque su marido pudiese tener hijos, nunca los hubiese querido, él resultó ser de ese tipo de hombres que no se enternecen ni con la sonrisa inocente de un niño; simplemente Octavio no tenía la capacidad de amar a nadie más, más que así mismo; y ella desde su luna de miel estuvo consciente de dicha situación, pues más allá de no incitarle al orgasmo sintió un vacío al comprobar lo egoísta, arrogante y corrupto que su pareja era.
De igual forma, no había amigos… los pocos que quedaban hacía algún tiempo que Octavio les había dado el tiro de gracia con múltiples traiciones, entonces tampoco había familia… pues ésta se había alejado de aquel matrimonio ennegrecido por la avaricia y humillaciones continuas del esposo hacia Carolina; esa mujer que había perdido las ganas de hablar y de luchar por sus sueños.

Entonces en silencio se encontraba Carolina recorriendo con el dedo índice de la mano izquierda la boca del último vaso que su esposo había utilizado, al ritmo del movimiento de su mano iba trazando imágenes de la vida de Octavio; su graduación de la carrera de Abogado, su participación activa en bufetes jurídicos, su pasión por coleccionar monedas de todo el mundo, su reacción ante la muerte de sus padres en aquel dramático accidente… su boda, su vida laboral… su forma encarnecida de litigar en aquellos juicios… la forma en la que le presumía y enaltecía en sociedad y la manera en la que le ignoraba cuando llegaban a casa después de algún evento social.
A Carolina le resultaba curioso que en retrospectiva su vida juntos le pareciera vacía, inconforme… destinada al fracaso, de seguir vivo Octavio seguramente ella le hubiese pedido el divorcio… pero no hizo falta pues el cáncer agilizó el trámite de separación… pero a pesar de todo ella le extrañaba… pero no le extrañaba de una forma dolorosa… ella le extrañaba como se extraña a la costumbre; por instantes mientras te “acostumbras” a hacer algo más… empezó a añorarle justo cuando se dio cuenta de que por culpa de ambos ahora ella estaba sola, ya no envejecería al lado de alguien… que aunque ese alguien le resultará odioso a final de cuentas la sociedad le gritaba al oído que es mejor tener “a un perro que te ladre” que quedarte sin nadie.
Pasó así toda la tarde, hasta que el chico del servicio fúnebre entró tímidamente a la casa y asomó la cabeza por el marco de la puerta… ella se sobresaltó ligeramente por la interrupción a la abstracción de sus pensamientos y respondió monótonamente a todo lo que se le preguntó.
De pronto Carolina se encontró en la sala de cremación y sin saber cómo llegó hasta ahí tomó consciencia de su existencia cuando estiro los brazos y recibió la urna con los gramos de humanidad en que se había convertido su marido, al contacto de la misma fue como si acabara de nacer y supo entonces la dirección que debía de tomar su vida… y vio su propia muerte… pero no moriría joven… se veía vieja y sonriente, rodeada de amigos y reconciliada con sus familiares… exitosa por sus propios logros y no por ser la sombra de alguien a quién todos temían o repudiaban, vio a un par de nietos y sonrió.
Carolina manejo hasta el área verde más cercana, subió una pendiente, una vez que estuvo en lo más alto abrió el recipiente en donde se encontraban las cenizas de Octavio, el viento hizo lo propio esparciéndolas por doquier…
Carolina empezó a sentirse ligera, sin ningún peso sobre sus hombros… llegó una ráfaga de aire y la elevó… ella se dejó llevar por el momento; desplegó sus alas y voló… voló lejos y felizmente; se encontró a sí misma.
A Carolina le resultaba curioso que en retrospectiva su vida juntos le pareciera vacía, inconforme… destinada al fracaso, de seguir vivo Octavio seguramente ella le hubiese pedido el divorcio… pero no hizo falta pues el cáncer agilizó el trámite de separación… pero a pesar de todo ella le extrañaba… pero no le extrañaba de una forma dolorosa… ella le extrañaba como se extraña a la costumbre; por instantes mientras te “acostumbras” a hacer algo más… empezó a añorarle justo cuando se dio cuenta de que por culpa de ambos ahora ella estaba sola, ya no envejecería al lado de alguien… que aunque ese alguien le resultará odioso a final de cuentas la sociedad le gritaba al oído que es mejor tener “a un perro que te ladre” que quedarte sin nadie.
Pasó así toda la tarde, hasta que el chico del servicio fúnebre entró tímidamente a la casa y asomó la cabeza por el marco de la puerta… ella se sobresaltó ligeramente por la interrupción a la abstracción de sus pensamientos y respondió monótonamente a todo lo que se le preguntó.
De pronto Carolina se encontró en la sala de cremación y sin saber cómo llegó hasta ahí tomó consciencia de su existencia cuando estiro los brazos y recibió la urna con los gramos de humanidad en que se había convertido su marido, al contacto de la misma fue como si acabara de nacer y supo entonces la dirección que debía de tomar su vida… y vio su propia muerte… pero no moriría joven… se veía vieja y sonriente, rodeada de amigos y reconciliada con sus familiares… exitosa por sus propios logros y no por ser la sombra de alguien a quién todos temían o repudiaban, vio a un par de nietos y sonrió.
Carolina manejo hasta el área verde más cercana, subió una pendiente, una vez que estuvo en lo más alto abrió el recipiente en donde se encontraban las cenizas de Octavio, el viento hizo lo propio esparciéndolas por doquier…
Carolina empezó a sentirse ligera, sin ningún peso sobre sus hombros… llegó una ráfaga de aire y la elevó… ella se dejó llevar por el momento; desplegó sus alas y voló… voló lejos y felizmente; se encontró a sí misma.
Comentarios: laura.esle@hotmail.com
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