Esta es la triste historia de un hombre que vivió toda su vida en una mentira. ¿Y cómo se metió en ella? Bueno, la cosa es que un día La Vida le habló y le dijo que lo que él hacía, no estaba bien. Que necesitaba que cambiara alguno de sus procederes. Pero el hombre dijo que eso no era cierto, que él no necesitaba cambiar nada, que todo estaba bien, que era la vida la que estaba mal, que era el mundo el que debía adecuarse a sus pensamientos. Y ésta fue su primera mentira: “Yo estoy bien, y son los que me rodean los que necesitan cambiar”.
Y así, cuando las cosas no le cuadraban, cuando La Vida le decía a través de los acontecimientos, que no estaba haciendo las cosas bien, que cambiara de proceder; él levantaba la voz y gritaba que él estaba bien, que era la compañía que tenía en su vida quien andaba mal, que todo podría andar mejor si no le hubiera tocado esa pareja tan dispareja. Y luego en su trabajo, La Vida le decía que las cosas no las estaba haciendo bien, que cambiara de proceder, y él volvía a alzar la voz y gritaba que no, que él no andaba mal, que era el tipo de trabajo que tenía el que estaba mal, que debieron haberle dado otro tipo de trabajo, que si no fuera por eso, las cosas se hubieran compuesto desde hace rato; y así sucesivamente.
El punto es que La Vida estaba a su lado, viviendo siempre junto a él y aconsejándole cómo proceder en cada caso, pero este hombre no quería que nadie viniera a decirle que necesitaba cambiar su manera de ser y mejor alzaba la voz para que no se oyera otra que la suya, y se llenaba de actividades para no tener tiempo de platicar con La Vida, y trataba de buscar reuniones sociales que lo mantuvieran ocupado el tiempo restante; para que así, cada que La Vida le hablara, él poder decir: ahorita no podemos platicar, estoy muy ocupado.
Después de la primera mentira, tuvo que decirse a sí mismo otra para justificar la primera, y luego otra más, para justificar la segunda, y así sucesivamente, hasta que de tanto decirse mentiras, una tras otra, llegó el momento en que ya no supo qué parte de su vida era cierta y cuál no. La cosa es que nuestro personaje se entristecía porque todo le salía mal. El intentaba de una y de otra forma, lograr el éxito en su vida; y no entendía porque donde otros lograban sus metas, él iba de fracaso en fracaso, y nomás no daba una; no alcanzaba a ver que todo empezó a ir mal el día en que no quiso escuchar a La Vida, y para no reconocer que no quería escuchar, había ido inventando mentira tras mentira, para intentar mentirse a sí mismo, cuando lo real es que llegó al punto en que ya no sabía distinguir cuál era la realidad y cuál era el mundo que él se había inventado, pero que no era real, sino que sólo existía en su mente.
Muchas personas son así, pero algunos empezaron a mentir sin quererlo, por necesidad, como cuando buscas trabajo y tienes que fingir que te gusta hacer esa chamba para que te la den, pero sólo en tanto consigues una mejor. O si el papá de tu novia se pone a cantar y te pregunta que qué tal canta, y tú de tonto le dices la verdad porque te conviene ser aceptado en la familia. Pero bueno, ya lo dijo Dios: se miente para sobrevivir, no para vivir; el problema no es haber dicho alguna vez una mentira, sino hacer de ella una forma de vida: y ello empieza cuando no queremos reconocer que mentimos y estamos dispuestos a auto engañarnos para decirnos que las cosas son como queremos que sean, aunque sepamos bien que no es así.
Rodando por la vida, se podrá encontrar a muchas personas atascadas en las mentiras: son como niños a quienes su mamá siempre consintió y les enseñó que ellos, su bebé, siempre tenían la razón, y que el mundo, si no se acomodaba a ellos era porque ese mundo estaba mal hecho, no porque el niñote fallara. Se fueron inventando mentira tras mentira para justificarse a sí mismos y seguir haciendo su voluntad, hasta que un día se les acabó su sarta de mentiras y ahora no entienden qué fue lo que falló. No pueden explicárselo, sólo saben que su mundo es un caos y que nada les sale como ellos quisieran.
Si usted amigo lector está en esta situación, le informo que aun hay la posibilidad de que se componga. La parte difícil del asunto es que como somos muchos los que batallamos con esta enfermedad, para dónde volteemos encontraremos gente de nuestra calaña, y al ver a tantos, tendremos la impresión de que vivimos dentro de una normalidad. Pero no, esa no es una vida normal: es un uso frecuente entre los humanos vivir con caretas y es común ver gente que se miente a sí misma pretendiendo engañar a los demás, aunque los que nos rodean pronto nos conocen y aunque uno piense que engañó a otros, ellos sólo nos dieron cuerda y nosotros fuimos los únicos engañados. Pero no, el hecho de que una enfermedad sea muy abundante no la convierte en un estado de salud.
Si usted siente que su vida es una porquería,…
¡BUSQUE AYUDA!
¡PERO YA!
No lo deje para luego, porque “luego” es pariente de nunca.
¿Qué dónde?
¡Válgame! Hay muchas opciones:
Una es un psicólogo. Todos deberíamos ir para un chequeo de rutina con un psicólogo, aunque creamos que nuestra maquinaria funciona bien. Pero no cualquier psicólogo sirve: pregunte a sus amigos a qué profesional le recomiendan, o visite el primero que encuentre; y si encuentra paz durante la primer sesión vuelva otra vez y si no, búsquese otro, pero no deje el asunto en el olvido. …algunos traemos tanta porquería guardada que si la viéramos parecería drenaje.
Otra, busque la asesoría de un pastor espiritual… pero otra vez, no de cualquiera, porque no cualquiera sirve; hay algunos con los que puedes mostrar tu alma y te ayudarán a lavarla, pero no con todos. Pero igual, cálale sin compromiso, que pronto sabrás si la medicina funciona, y si no, búscale con otro.
Y por último, y más importante: pregúntale a Dios. Esta última afirmación puede parecerle a más de uno, como que está bien jalada de los pelos. Pero es tan cierta como que en este momento estás respirando. ¡Pregúntale a Dios! Lo primero que te puede venir a la mente es que eso es imposible, que no se puede platicar con Dios. Pues es un reto: ve ante el Santísimo en cualquier templo, humíllate ante Él, tú y Él a solas, y dile que estás hasta la calzada, que quieres componerte, que necesitas su ayuda… y luego me platicas cómo te fue.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario