Por: Gilberto Jiménez Carrillo
Juárez, en el trato familiar, era dulcísimo, cultivaba los afectos íntimos, su
placer era servir a los demás, cuidando de borrar el descontento hasta del
último sirviente; reía oportuno, estaba cuidadoso de que se atendiera a todo
el mundo, promovía conversaciones joviales y después de encenderse callaba,
disfrutando de la conversación de los demás, y siendo el primero en admirar a
los otros. Jamás le oí difamar a nadie, y en cuanto a modestia, no he conocido
a nadie que le fuera superior. Se me ocurren, entre otras, tres anécdotas que
pintan el carácter de Juárez, y me van a perdonar mis lectores que las refiera:
Llegamos a Veracruz de noche, el señor Zamora tenía dispuesta una
casa de lujo para las personas del gobierno; la sección correspondiente al
señor Juárez, como era natural, era la mejor; pero la primera noche que nos
quedamos allí, hizo el mismo señor Juárez un cambio ordenando que el señor
Ocampo y yo quedásemos en sus habitaciones, y él pasó a las nuestras, que
tenían inmediato el baño; porque lo mismo en Veracruz que en Paso del Norte,
se bañaba diariamente el señor Juárez, que era sumamente aseado.
La jarochita que gobernaba la casa no supo este cambio; así es que
al siguiente día de nuestra llegada, pidió agua el señor Juárez y algo que
necesitaba; la salida del hombre a la azotehuela, sin traza o lo que se quiera,
produjo enojo en la gobernadora de palacio y le dijo: “¡Habrá impertinente!
Sírvase usted si quiere”. Juárez se sirvió con la mayor humildad.
A la hora del almuerzo llegó Juárez a ocupar su asiento, la negrita lo vio,
reconoció al que en la mañana había creído un criado... y haciendo aspavientos y
persignándose, se salió corriendo, diciendo la barbaridad que había cometido. El
señor Juárez rio mucho, y Dolores fue confirmada como excelente servidora.
Al estar cerca el cumpleaños 203 del natalicio del Benemérito de las
Américas, quiero recordar algunas de las anécdotas que narran los historiadores
sobre la modestia y grandeza del indio Presidente.
Cuéntase que en una baile que le dieron en Oaxaca, cuando Benito
Juárez era gobernador del Estado, y al que concurrió con su familia, un joven
estudiante, humilde, invitó a la señorita Manuela, primogénita de Juárez, a que
bailara con él. La joven se excusó pretextando que esa noche no bailaría. Juárez
desde su asiento observó la escena. Poco después Manuela Juárez se levantó
a bailar con otro caballero, este sí, rico y elegante. Pero su padre le salió al
encuentro, le recordó lo dicho al estudiante, y significó a su hija que mientras no
bailara con aquel a quien injustamente había desdeñado, no le permitía hacerlo
con ninguna otra persona. Accedió la señorita Juárez, fue don Benito en busca
del estudiante y en nombre de su hija le suplicó que bailara con ella: había
cesada el malestar que le impidió bailar con él. Vuelta a su lugar Manuela, el
padre se le acerca y le dijo:
–Te negaste a bailar con el estudiante pobre, humilde y modestamente
vestido; pero aceptaste hacerlo con el caballero rico y apuesto. No olvides la
oscuridad de mis orígenes, mi cuna, mi orfandad y pobreza. Recuerda que de no
ser por la perseverancia y el estudio, yo no ocuparía el cargo que ahora ocupo.
¿Quién sabe lo que ese pobre estudiante podrá a llegar a ser en el futuro? Hoy
no sabemos lo que podrá ser mañana el hombre más oscuro, concluyó el señor
Juárez.
Reflexión sumamente valiosa, pues tenemos cantidad de ejemplos de
personajes que se levantaron de las más humildes cunas y conquistaron con su
esfuerzo y sabiduría la gloria.
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