Por Ricardo Poery Cervantes
Historia vaga con romántica y bella leyenda de amores
entre la nobleza visigoda de Toledo, en los inicios del ya
muy lejano siglo VIII, y aventuras de guerreros mercenarios
extremeños de la época de Hernán Cortés, a finales del siglo
XV, en marcan a la pequeña imagen de la Virgen de los
Remedios y el diminuto “niño” que sobre su pecho alberga.
Tratare de Ubicar primeramente, en el tiempo y el espacio,
a la imagen que al pasar de los siglos sería conocida como
Virgen de los Remedios, y para ello, recordemos previamente
que los visigodos dominaron a España del 412 al 711 de
nuestra era y que allá por el año 700, la nieta del entonces
ya fallecido Rey Chindavisto, llamada doña Luz, y a quien
la crónica de la época pinta como a una hermosa mujer,
era objeto de tenaz persecución amorosa por parte del Rey
Witiza, monarca en turno de la imperial Toledo.
No obstante que el rey no dejaba ni a sol de campo ni a
sombra de castillo a doña Luz, ésta se unió secretamente
con don Favila, duque de Cantabria, de quien, secretamente
también, tuvo un niño (éste sería, con los años, don Pelayo,
Libertador de España).
Antes. de que el ya receloso monarca lograra descubrir la
prueba del “pecado”, doña Luz hizo subrepticiamente sacarlo
del castillo y, en una muy superada versión de la leyenda del
patriarca Moisés, el infante, acompañado por una pequeña
Virgen María y su niño, fue cuidadosamente acomodado en
una arca que una camarera de doña Luz depositó sobre las
aguas del río Tajo, allá en Toledo.
Después de un recorrido de casi 40 leguas -según
leyenda- ,la arca, sobre el mismo río Tajo, fue vista y resaltada
en un sitio aledaño a la Villa de Alcántara (Extremadura) por
el noble don Garfres, quien ahí se hallaba ejercitándose en
la cacería.
Aquel caballero descubrió también, al lado del infante,
unas joyas y una casa del origen noble del niño, sin dar
ninguna noticia de quiénes eran sus progenitores.
Don Gafres condujo y adoptó en su castillo al Niño, ya la
Virgen la entregó a la iglesia de Santiago, ya desaparecida,
de la Villa de Alcántara.
Casi ocho siglos después, ya por algún extraño privilegio,
o tal vez por un acto de compraventa, el cura de aquella
iglesia entregó la Virgen a un soldado extremeño que habría
de partir a la guerra de Italia.
Cuando este soldado regresó de su aventura, a su villa
natal, y supo que su hermano Juan Rodríguez de Villafuerte
se enlistaría entre los hombres de Cortés para venir a “la
conquista de las Indias”, aquí al Nuevo Mundo, le aconsejó
a éste traer consigo aquella Virgen, diciéndole que a él le
había no solamente dado fortuna, sino también la había
remediado sus heridas. .. De ahí, posiblemente, el nombre
de Virgen de los remedios.
Andando el tiempo, y ya en la Gran Tenochtitlán, luego
de que Cortés mandó retirar del Templo Mayor a los dioses
aztecas, Rodríguez de Villafuerte colocó en él lugar de
huitzilopochtli a la virgen española, sitio del que la rescató
antes de huir con sus compañeros en la memorable noche
(la Noche Triste) del 30 de junio de 1520, ocasión en la que
-según los cronistas- Rodríguez de villafuerte prefirió cargar
con su Virgen que con el oro que codiciosamente, a pesar de
su gravísima situación, los otros apañaban, y que, en gran
medida, fue lo que, por el sobrepeso, les costó la vida.
Horas después del desastre, cuando Cortés llegó y
derramó lágrimas en el sabino de San Juan, a un lado
del Cerro de los Remedios, en Naucalpan, Rodríguez de
Villafuerte ocultó su virgen en la oquedad de un maguey que
le pareció a propósito en la cima de aquel cerro, llamado
entonces de Otomcopolco (“lugar de otomíes”).
La imagen no fue localizada sino 20 años después por el
cacique otomí Ce cuauhtli, bautizado luego como Juan del
Aguila Tovar, quien la llevó a su casa; pero como la imagen
volviera -según la leyenda- una y otra vez al sitio en que el
cacique la encontró, fue ahí donde los religiosos de Tacuba
decidieron erigirle una iglesia, en la inteligencia de que la
actual no tiene ya nada de aquélla. Al principio, el templo
fue una humildísima ermita que, con el tiempo, decayó en
un estado verdaderamente deplorable, por lo que el regidor
y obrero mayor de la Ciudad de México, García de Albornoz,
influyó para que el Cabildo se interesara en la construcción
de un santuario en sustitución de la casi destruida ermita.
Tanto el virrey Martín Enríquez, como el arzobispo de
México, Pedro Moya Contreras, coincidieron favorablemente
a la realización del proyecto. El primero lo costeó, y el
segundo se mostró satisfecho de poder bendecir la obra
cuando ésta fuera terminada.
De acuerdo todos, el santuario fue comenzado en 1574
y concluido a finales de agosto de 1575. Los primeros
patronos del santuario fueron el Cabildo y el Regimiento
de la Ciudad de México, habiéndose designado vicario al
licenciado Felipe de Peñafiel.
Más de medio siglo después, el 25 de marzo de 1629, se
inició la construcción de las torres con su cúpula y crucero,
con aplicación de bellos adornos de yeso. Antes de las
muchas transformaciones de que fue objeto, el santuario
tuvo una casa principal para dar alojamiento a Pobres y a
peregrinos; y aposentos para virreyes, arzobispos, oidores,
inquisidores, personas principales y convidados especiales.
El santuario es visitado por muchos miles de personas no
sólo de nuestra región, sino de diferentes regiones del país y
por turistas extranjeros.
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