Este es uno de los cuentos más arraigados que se
escucha en Petén, principalmente lo cuentan los pescadores
y lancheros oriundos de San Miguel, Santa Elena y Flores;
historia cierta o no, fascina a propios y visitantes. Dicen que
cuando el español Hernán Cortés, en
los tiempos de la conquista de México
y Guatemala, dirigía su expedición
hacia Honduras, pasó por las
márgenes del lago Petén Itzá, como
iba muy cansado y agotado dejó
recomendado su caballo a los itzaes
del Señorío del Rey Caneck.
Pero Cortés ya no regresó a
México por esa ruta, y el caballo se
quedó con los itzaes, el cual murió un
tiempo después de tristeza, porque
no lo sacaban a pasear y le daban de
comer flores y plumas preciosas.
Los indígenas, por la pena de lo
que pasaría con Cortés, construyeron
uno de piedra, “igualito y del mismo
color”. Este quedó entre los itzaes,
quienes lo adoraron como a un dios.
En cierta oportunidad intentaron
trasladarlo de la punta del Nij Tum,
cerca de San Andrés, hacia la isla
de Flores, pero la balsa donde lo
llevaban naufragó y el caballo cayó al agua, quedando
parado en el fondo del lago. Los lancheros dicen que el
corcel está todavía ahí, frente a Tayasal, es decir, en la Isla
de Flores, y puede ser visto en las mañanas claras.
Quienes se aventuran a pescar cuando todos
descansan cuentan que han escuchado los relinchos por la
noche del día de San Juan, y que se oyen sus pasos en el
fondo del lago. Los habitantes de la aldea El Remate dicen
que debido a las flores que le dieron al caballo, a la isla se le
dio el nombre de Flores.
Otros relatos dan cuenta que los itzaes pelearon contra
los españoles por defender su territorio y sus riquezas,
obligándolos a huir. Entonces, la
princesa indígena Sacnité, quien
se había enamorado de Cortés, lo
siguió por toda la selva montada en
el caballo que él le había regalado.
Sin embargo, el conquistador la
tomó como prisionera para utilizarla
como rehén y salvarse de su derrota.
Estando en prisión, Sacnité haciendo
gala de su belleza logra convencer
al guardia, quien se llamaba Juan
Carbunclo, y después de asesinarlo
escapa hacia Tayasal, donde los
indígenas la matan con todo y el
caballo, creyendo que eran los
españoles.
Los itzaes al darse cuenta de
su error, envolvieron al caballo con
una especie de cemento para que
el espíritu maligno de Cortés no se
saliera y continuara matando a sus
hermanos. Mientras el cuerpo de
Sacnité, como era una princesa real,
la embalsamaron y enterraron en el templo principal de su
pueblo.
Cuando ya habían terminado con el entierro, tomaron
al caballo, para trasladarlo por agua, hacia un lugar especial
destinado para los malos espíritus, cerca de San Andrés,
pero para su mala suerte un fuerte ventarrón los hace
naufragar, quedando para siempre en la profundidad.
Fuente: Otto Alvarado Pinelo, escritor petenero.
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