Mi querida Frida:
Hace un par de semanas fui a la casa de tus padres,
la casa azul de Coyoacán y no te encontré. Llegué
caminando desde la Alameda Central, en un vano intento
iba peregrinando mis culpas ¿Qué quieres que te aclare? Si
yo también me tragué el cuento aquel de “Querido Diego, te
abraza Quiela” de Poniatowska, a partir del cual creí odiarte
por las razones equivocadas, razones que Elena escribió y
que tal vez son falsas, o si son ciertas acepto que no debí de
ensañarme contigo, total, al fi nal ¿a mí qué me
importaba si Diego dejó a alguien para quedarse
contigo?
A pesar de lo caminado, la casa azul me
salió al encuentro, me sorprendió su color tan
fresco, tan llamativo, tan imponente pero tan
hospitalario e inmediatamente el cansancio
acumulado desapareció, me puse nerviosa,
toda la casa emanaba tu esencia y juro por
el alma de mi hijo muerto que olí tu perfume
natural desde lejos.
Ni todo el recorrido hasta el momento me
había parecido tan lento como ese instante
en el que cruce la calle planeando nuestro
encuentro, corrí el riesgo y al fi nal caminé
desesperadamente para abrazarte pero no
estabas y mis brazos solamente tocaron el aire.
Cuando me enteré de tu muerte, sentí que
dios se burlaba de mí, que me escupía en la
cara mi propia culpa por haberte juzgado, por
haberte abandonado en los que defi nitivamente
fueron los años más difíciles de tu vida.
Y entonces al entrar a tu casa y ver la nueva
disposición de tus cuadros y tus vestidos, me sentí triste y
sola y ni siquiera las lágrimas pudieron emanar de mi vacío,
porque ahora si era un hecho, te habías ido y no tuve un
último recuerdo reciente al cual aferrarme, quedan tus fotos,
claro, pero siempre tan impersonales, en las que tus ojos
miran más allá de la cámara ¿en qué pensabas Frida? Tu
horizonte era tan místico y tan inalcanzable, que quizás ni el
mismísimo Rivera pudo desentrañar.
Tu jardín sigue intacto, pero se ve descolorido, le faltas
tú, y por ende, también falta Diego y sus grandes brazos a tu
alrededor, con los que te protegías, fusionándote en él.
Mi querida Frida, dicen que cuando dos personas
realmente se aman y una de ellas muere, la otra no tarda
en unírsele, te menciono esto porque todos dicen que
ven desconsolado a Diego, por mí parte te digo que yo no
he tenido oportunidad de verle, porque se la ha pasado
enclaustrado en Anahuacalli y no quiere ver a nadie.
Tengo tantas cosas que decirte, pero es más el dolor que
las palabras se atoran en mi pecho y salen convertidas en
forma de lágrimas, lo único que espero es morir y que tú seas
quien me tienda la mano para cruzar el umbral, esa línea
delgada que separa la vida de la muerte y que se manifi esta
-dicen algunos- con una luz que te enceguece.
Frida, amiga mía, cada día que yo viva a partir de hoy, te
recordaré tal y como siempre fuiste: auténtica, única, colorida
pero sobre todo orgullosa de tu pueblo Mexicano.
Comentarios: laura.esle@hotmail.com
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