sábado, septiembre 14, 2013

Una carta para Frida

Mi querida Frida: 
Hace un par de semanas fui a la casa de tus padres, la casa azul de Coyoacán y no te encontré. Llegué caminando desde la Alameda Central, en un vano intento iba peregrinando mis culpas ¿Qué quieres que te aclare? Si yo también me tragué el cuento aquel de “Querido Diego, te abraza Quiela” de Poniatowska, a partir del cual creí odiarte por las razones equivocadas, razones que Elena escribió y que tal vez son falsas, o si son ciertas acepto que no debí de ensañarme contigo, total, al fi nal ¿a mí qué me importaba si Diego dejó a alguien para quedarse contigo? 
A pesar de lo caminado, la casa azul me salió al encuentro, me sorprendió su color tan fresco, tan llamativo, tan imponente pero tan hospitalario e inmediatamente el cansancio acumulado desapareció, me puse nerviosa, toda la casa emanaba tu esencia y juro por el alma de mi hijo muerto que olí tu perfume natural desde lejos. 
Ni todo el recorrido hasta el momento me había parecido tan lento como ese instante en el que cruce la calle planeando nuestro encuentro, corrí el riesgo y al fi nal caminé desesperadamente para abrazarte pero no estabas y mis brazos solamente tocaron el aire. 
Cuando me enteré de tu muerte, sentí que dios se burlaba de mí, que me escupía en la cara mi propia culpa por haberte juzgado, por haberte abandonado en los que defi nitivamente fueron los años más difíciles de tu vida. 
Y entonces al entrar a tu casa y ver la nueva disposición de tus cuadros y tus vestidos, me sentí triste y sola y ni siquiera las lágrimas pudieron emanar de mi vacío, porque ahora si era un hecho, te habías ido y no tuve un último recuerdo reciente al cual aferrarme, quedan tus fotos, claro, pero siempre tan impersonales, en las que tus ojos miran más allá de la cámara ¿en qué pensabas Frida? Tu horizonte era tan místico y tan inalcanzable, que quizás ni el mismísimo Rivera pudo desentrañar. 
Tu jardín sigue intacto, pero se ve descolorido, le faltas tú, y por ende, también falta Diego y sus grandes brazos a tu alrededor, con los que te protegías, fusionándote en él. 
Mi querida Frida, dicen que cuando dos personas realmente se aman y una de ellas muere, la otra no tarda en unírsele, te menciono esto porque todos dicen que ven desconsolado a Diego, por mí parte te digo que yo no he tenido oportunidad de verle, porque se la ha pasado enclaustrado en Anahuacalli y no quiere ver a nadie. 
Tengo tantas cosas que decirte, pero es más el dolor que las palabras se atoran en mi pecho y salen convertidas en forma de lágrimas, lo único que espero es morir y que tú seas quien me tienda la mano para cruzar el umbral, esa línea delgada que separa la vida de la muerte y que se manifi esta -dicen algunos- con una luz que te enceguece. 
Frida, amiga mía, cada día que yo viva a partir de hoy, te recordaré tal y como siempre fuiste: auténtica, única, colorida pero sobre todo orgullosa de tu pueblo Mexicano. 
Comentarios: laura.esle@hotmail.com

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