(Leyenda de Guanajuato)
En la calle de Refugio, que después se
llamó Tepetate y actualmente es conocida
como Aztecas, antiguamente había una
piedra que encajaba perfectamente con
una rodilla, la cual delimitaba la esquina
con la actual calle de Obregón.
Durante la época de la colonia, la calle
del Refugio, era un callejón oscuro que
delimitaba una propiedad del convento
de los padres Carmelitas, donde no
había construcción alguna, sino unas
largas y tétricas tapias que empezaban
desde la calle de Atarjeas hasta Obregón,
terminando en lo que hoy es calle de
Benito Juárez, antes Compañía Vieja,
nació una de las leyendas más populares
de Celaya.
Cuenta la leyenda que un capataz de las
obras de reconstrucción que llevaban
a cabo los sacerdotes de la Celaya de
entonces, acostumbraba elegir entre
los trabajadores a los mejores y más
saludables hombres, y para ahorrarse
trabajos de elección, mandó colocar
aquella famosa piedra que tenía la
altura de una persona físicamente bien
constituía, y a una cierta distancia había
dos hoyos en donde también debían
embonar los dedos índice y pulgar;
quien pasará aquella prueba se podía
considerar contratado por el capataz.
La gente contaba que este consejo se
lo había dado un capitán que un día se
había aparecido en la obra, ataviado con
una enorme capa dragona y cubriéndose
el rostro con una parte de esta, que era de
color negro. El capataz sin pensarlo dos
veces aceptó aquel consejo,
lo que le daba más tiempo
de estar acostado tomando
pulque y aguardiente.
Dicen que impulsado por la
necesidad, cierto día llegó un
jovencito, casi un niño, pero
muy bien desarrollado, que
dio las medidas perfectas
en la piedra y de inmediato
comenzó a trabajar; pero
al no dar el rendimiento
de la gente adulta, el
capataz saturado de alcohol
descargó su ira sobre aquel
muchacho, destrozando de
la nariz y dejándole su brazo
izquierdo muy lastimado.
Cuando sus compañeros de
trabajo vieron que ya estaba acá sigues
falleciendo, inmediatamente detuvieron
el brazo del verdugo, y en ese momento
vieron un rostro desfi gurado que tenía
espuma en la boca, por lo que uno de los
trabajadores le aventó un escapulario,
que al tocar el cuerpo del malvado vieron
que en otra cosa que el capitán de la
capa dragona, que al recibir el roce de
este, inmediatamente se echó a correr
perdiéndose por el lado norte de la
ciudad.
Todos se dedicaron a cuidar al pobre
muchacho, y fue hasta entonces que
vieron al capataz dormido, perdido de
tanto embriagarse, ni siquiera se dio
cuenta de que el demonio lo había
suplantado. El sacerdote encargado de
la obra apenas se enteró de lo ocurrido,
dio de baja al irresponsable capataz,
bendijo la piedra haciendo caso omiso de
las advertencias que le hacían, por lo que
nunca ordenó que se mandara quitar.
Aquella piedra estuvo por muchos años,
pero fue hasta el año de 1960 cuando
se empezó a fraccionar por lo que es el
rumbo de Aztecas, por lo que la piedra
fue quitada de su lugar y así se perdió
la tradición de muchos niños, que para
medir su valor acudían a medir su rodilla
en la piedra y a meter los dedos en las
pequeñas cavidades. La gente adulta
evitaba en lo posible pasar por aquel
lugar, pues no podían evitar sentir cierto
escalofrío al recordar, según dicen las
consejas, que la piedra que ahí existía la
había puesto el mismísimo Diablo.
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