Por Marce Martín
“No me dejes Catalina. No te apartes mas de mi” Le suplico al oído
a la mujer de mi vida, mientras mis brazos se aferran a su cuerpo con
desesperación.
Ha venido a mí este día, ha venido a amarme y a entregarse a mí
como hace tantos años.
Su piel de terciopelo nunca cambia y sus ojos grises mantienen esa
misma pasión, pasión que mata mi alma de desdicha al no tenerla a mi
lado día tras día.
“Sabes que tengo que partir, la opción no es mía.
Algún día acabara
nuestra desdicha, algún día estaremos juntos para siempre” Me responde
ella con dulzura.
¡Maldigo mi suerte! Maldigo mi ruin existencia, que sin esta hermosa
criatura no vale de nada. La culpa no es suya, eso lo sé más que bien,
pero el dolor que me inunda sin su presencia no entiende de razones.
“Me iré contigo.” Le digo con determinación como cada año, aunque
sé que a final de cuentas no lo haré. Ella me suplicarçà hasta que cedo
a su voluntad de esperar.
“Sabes que no lo harás. Si me amas tendrás que esperar.
Ten
paciencia, te lo he dicho muchas veces. Al final habrá valido la pena tanto
dolor.” Me besa suavemente en los labios y acalla mis pensamientos.
La amo tanto que siento enloquecer. No se como he soportado veinte
años esta misma rutina. Soy egoísta y lo sé, la quiero solo para mí, la
necesito solo para mí.
Ella sufre también soy consciente de ello, pero siempre ha sido
fuerte. Mucho más fuerte que yo.
“Es hora de irme mi amor” Me dice suavemente mientras acaricia mi
rostro.
No puedo evitar sollozar de dolor. Soy un niño cuando se trata de
dejarla partir.
Hemos pasado otro maravilloso día juntos y sin embargo el sol
comienza a descender al igual que mi felicidad.
Se pone de pie lentamente y comienza a vestirse.
Su vestido rosa
que tanto le gusta, su vestido rosa que tanto le favorece. Sus medias
color carne y sus zapatillas blancas.
Siempre porta lo mismo y sabe lo
mucho que me gusta ese atuendo.
En mis noches solitarias y de penumbra, constantemente pienso que
la he idealizado demasiado, que el amor me hace verla resplandecer más
de lo normal.
Pero ahora que la tengo frente a mi una vez más, se que no
es así, que es realmente mucho mas de lo que merezco, mucho más de
lo que cualquiera pudiera imaginarse.
“¿Me acompañaras?” Me pregunta con un aire de inocencia, aunque
sabe bien que lo haré.
“Siempre” Le respondo con un nudo en la garganta.
Todos los años la acompaño de regreso aunque mi corazón se parta
en el proceso.
Catalina, mi amada, mi vida, mi todo. ¿Por qué tuviste que dejarme?
Lo sé, y lo vuelvo a repetir, la culpa no es tuya.
El dolor me ciega en
ocasiones y no me deja ver la realidad.
Me levanto de la cama y me visto mecánicamente, haciendo tardar
este proceso más de lo necesario. Cada segundo a su lado cuenta, cada
segundo es atesorado por mi inconforme corazón.
“Vámonos” Me dice ella, mientras extiende su mano calurosa para
que yo la tome.
Y comienza mi procesión hacia la desdicha.
Salimos juntos del hogar que compartimos hace tantos años, dejando
atrás los recuerdos de aquel día tan preciado.
En la mesa aun quedan restos de su comida preferida, comida
que me aseguro de prepararle en cada encuentro.
En la sala de estar
permanecen las fotografías que siempre saco para recordar junto a ella
tiempos felices.
Solo de eso puedo seguir viviendo, de recuerdos.
Flores para Catalina
Caminamos tomados de la mano por las calles mientras la noche se
hace presente para gobernar. Desafortunadamente conozco el camino
de memoria.
A escasas cuadras de nuestro destino me detengo en un puesto de
flores establecido en la calle.
Despediré a mi amada con un gran ramo
como cada año.
Ella me observa con atención mientras escojo con detalle cada flor, y
me regala una enorme sonrisa.
Siempre le han gustado las flores, siempre le han traído alegría a su
hermoso corazón.
En un abrir y cerrar de ojos hemos llegado.
“Después de ti” Le susurro fingiendo compostura.
Cruzamos juntos los grandes pilares. No somos los únicos, el lugar
está repleto.
Abuelos que juegan con sus nietos, familias que celebran
animadamente, padres que se lamentan, esposos que se embriagan,
hay de todo en este lugar.
Veo rostros nuevos y otros de antaño, conozco a todos los que allí
residen, los veo deambular cada año.
“Hemos llegado” Me dice Catalina con los ojos llenos de tristeza.
Volteo hacia mi derecha y confirmo sus palabras. Efectivamente
hemos llegado al destino de mi amada.
“No se como voy a sobrevivir otro año” Le digo amargamente.
Ella toma mi cara entre sus dos manos y clava su mirada tierna en
la mía.
“Confía en mi.” Me suplica nuevamente.
Me da un último beso, que quedara tatuado en mis labios hasta
nuestro próximo encuentro, y yo le respondo con ansias.
De pronto ya no la siento conmigo. Ah esfumado ante mis ojos.
Desapareció sin previo aviso, dejando atrás un gran vacío en mi alma.
Aprieto con fuerza entre mis manos las flores de mi amada.
“Hasta el próximo año” Le susurro a la lapida que tengo frente a mi y
coloco las flores de Catalina sobre ella.
Miro momentáneamente las letras doradas que mandé grabar sobre
el mármol hace veinte años.
“Esposa amada y devota.” Valla que lo fue. Aunque haya sido por un
periodo de tiempo corto, pero lo fue.
Jamás dejaré de esperarla con ansias cada 2 de Noviembre, día en
que se nos permite coexistir en un mismo mundo. Día en que las almas
fallecidas de nuestros seres queridos nos honran con su presencia.
Ajusto los botones de mi abrigo negro, el aire frío comienza a sentirse
sin el calor de mi amada.
Lanzo un último beso en dirección del ramo de flores de Catalina y
comienzo mi partida.
Entre tumbas, coronas de flores, calaveras de azúcar, velas y altares
de muertos, hago un recuento de aquel día mágico que pasé al lado de
mi querida esposa.
“A final habrá valido la pena tanto dolor” Fueron sus palabras previas,
y yo me aferro a esas palabras con desesperación demencial, ya que son
lo único que me mantiene a flote.
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