Con estas palabras Pancho Villa
muestra como quería hacer de México
un lugar feliz.
“Cuando se establezca la nueva
República, no habrá más ejército en
México. Los ejércitos son los más
grandes apoyos de la tiranía. No puede
haber dictador sin su ejército. Pondremos
a trabajar al ejército. Serán establecidas
en toda la República colonias militares,
formadas por veteranos de la revolución.
El Estado les dará posesión de tierras
agrícolas y creará grandes empresas
industriales para dalles trabajo.
Laborarán tres días de la semana y lo
harán duro, porque el trabajo honrado es
más importante que el pelear y sólo el
trabajo así produce buenos ciudadanos.
En los otros días recibirán instrucción
militar, la que, a su vez, impartirán a todo
el pueblo para enseñarlo a pelear.
Entonces, cuando la Patria sea
invadida, únicamente con tomar el
teléfono desde el Palacio Nacional en
la Ciudad de México, en medio día se
levantará todo el pueblo mexicano de
sus campos y fábricas, bien armado,
equipado y organizado para defender a
sus hijos y a sus hogares. Mi ambición
es vivir mi vida en una de esas colonias
militares entre mis compañeros a
quienes quiero, que han sufrido tanto y
tan hondo conmigo. Creo que desearía
que el gobierno estableciera una fábrica
para curtir cueros, donde pudiéramos
hacer buenas sillas y frenos, porque
sé cómo hacerlos; el resto del tiempo
desearía trabajar en mi pequeña granja,
El sueño de Pancho Villa
criando ganado y sembrando maíz.
Sería magnífico, yo creo, ayudar a hacer
de México un lugar feliz”.
Pancho Villa, el enamorado
A Pancho Villa el pueblo lo idealizó
por valiente, pero también por mujeriego.
En abril de 1914, el famoso
revolucionario destrozó a la flor y nata
de las tropas huertistas en las afueras
de San Pedro de las Colonias, Coahuila,
ocupando luego la población.
El día de su victoriosa entrada al
lugar, vio en la plaza de armas a una
preciosa muchacha acompañada de una
mujer madura, al parecer madre de la
chica.
A Villa le encantó la joven. Y dio
instrucciones a su asistente.
-Averíguate quién es y dónde vive
esa chulada de potranca, y me buscas
como de rayo.
La muchacha se llamaba Lolita y era
la hija menor de una viuda de condición
humilde. Esa misma noche, el Centauro
la requirió de amores. Pero la chica,
tan juiciosa como bella, puso algunas
objeciones.
-Es para mí un honor, General Villa,
que se haya fijado en una muchacha
humilde como yo, siendo usted un hombre
famoso. Sin embargo, debo decirle que
no soy mujer fácil ni de aventuras, y que
le prometí a mi padre, que en gloria esté,
que me casaría de blanco y en la iglesia.
Puntualizó Villa:
-¡Válgame, miasma, usted no se me
preocupe, se casa conmigo de rojo, de
blanco o de azul, del color que usted
guste!. Aquí tiene este dinero para que
se compre el ajuar que más le cuadre. Y
vaya escogiendo el templo en el que será
el casorio el domingo que viene.
Grande fue el júbilo de la linda y
sensata Lolita al contraer nupcias con
el general Villa. Tan grande como su
desencanto al enterarse, no mucho
tiempo después, que era la novena
esposa “legítima” de Pancho, quien
estaba igualmente casado con Luz
Corral, Cristina Vázquez, Manuela
Casas, Juana Torres, Austreberta
Rentaría y tres señoras más.
Y es que Pancho Villa acostumbraba
decir, más con ingenuidad que con
cinismo:
-Yo del amor soy muy respetuoso.
Nada de amasiatos. Por eso, tan luego
me enamoro, me caso por la ley y por la
iglesia, ¡no faltaba más!.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario