Existe un tipo de asiento papal
conocido como “sedia stercoraria”,
el cual dispone de un agujero
en el centro del mismo. Según
numerosos escritos éste se
utilizaba una vez elegido nuevo el
Papa tras el cónclave y su función
era para determinar, mediante el
palpado testicular por parte de un
joven diácono, si el recién escogido
nuevo pontífice era varón.
Una vez comprobada la
masculinidad del Papa, el
encargado de realizar dicha tarea
debía decir “¡testiculos habet!”
(tiene testículos) o “¡habet duos
testiculos et bene pendentes!” (tiene
dos testículos y cuelgan bien), a lo
que los asistentes a la ceremonia
respondían “¡Deo gratias!” (gracias
a Dios). Dicho esto comenzaba toda
la liturgia de coronación del nuevo
Sumo Pontífice y se le entregaban
las llaves de San Pedro.
Mucha es la literatura,
documentación e ilustraciones que
existe sobre este extraño proceder
para verificar si el recién escogido
Papa disponía de atributos
masculinos, aunque la Iglesia
Católica nunca ha confirmado
oficialmente que se realizase tal
ritual.
Todo parece indicar, según
numerosas leyendas, que en el
siglo IX se produjo el caso de
que una mujer de origen inglés
(algunas fuentes indican que era
germana) consiguió hacerse pasar
por hombre y llegar a ser nombrada
Papa de Roma y con los años ser
conocida como la Papisa Juana.
Aunque hay numerosos escritos
al respecto de este lamentable
episodio, ninguno precisa fechas
concretas.
La leyenda de la papisa
Juana cuenta la historia de una
mujer que ejerció el papado
católico ocultando su verdadero
sexo.
El pontificado de la papisa
se suele situar entre 855 y 857,
es decir, el que, según la lista
oficial de papas, correspondió
a Benedicto III, en el momento
de la usurpación de Anastasio
el Bibliotecario. Otras versiones
afirman que el propio Benedicto
III fue la mujer disfrazada y
otras dicen que el periodo fue
entre 872 y 882, es decir, el del
papa Juan VIII.
Lo único que vincula esta
leyenda con Juan VIII es la
hipótesis de que la historia se
inventase para desprestigiar
al Papa, debido a su actitud
benevolente con otras iglesias,
sobre todo la proveniente
de Oriente, la Iglesia de
Constantinopla. Esto provocó
que fuese tachado de poco
varonil y se supone que ello
acabó desembocando en que
se le llamase en algún momento
Papisa Juana en lugar de Papa
Juan. Pero como comento más
arriba, poco o nada sobre el tema
está confirmado y la documentación
que existe no está avalada por la
curia eclesiástica.
Las explicaciones de la leyenda
son diversas. Otra versión es quizá
por el mismo sobrenombre aplicado
a Marozia, autoritaria madre de
Juan XI quien dominaba la iglesia
como si fuera un Papa e influía en
políticas. Por otra parte, el mito
también remite a las inversiones
rituales de valores propias de los
carnavales. Otro punto de partida de
la leyenda puede ser la prohibición
del Levítico (21, 20) de que esté al
servicio del Altar un hombre con los
testículos aplastados, es decir, un
eunuco. La idea que la prohibición
conlleva de verificar que sólo
hombres enteros accedan al trono
papal, estuvo probablemente en el
origen de la inspección ceremonial.
En síntesis, los relatos sobre la
papisa sostienen que Juana, nacida
en el 822 en Ingelheim am Rhein,
cerca de Maguncia, era hija de un
monje. Según algunos cronistas
tardíos, su padre, Gerbert, formaba
parte de los predicadores llegados
del país de los anglos para difundir
el Evangelio entre los sajones. La
pequeña Juana creció inmersa
en ese ambiente de religiosidad
y erudición, y tuvo la oportunidad
de poder estudiar, lo cual
estaba vedado a las mujeres de la
época. Puesto que sólo la carrera
eclesiástica permitía continuar
unos estudios sólidos, Juana entró
en la religión como copista bajo el
nombre masculino de Johannes
Anglicus (Juan el Inglés). Según
Martín Polonus, capellán y confesor
papal, la incluyó en su Chronicon
Pontificum et Imperatum, la
suplantación de sexo se debió al
deseo de la muchacha de seguir a
un amante estudiante.
En su nueva situación, Juana pudo
viajar con frecuencia de monasterio
en monasterio y relacionarse con
grandes personajes de la época. En
primer lugar, visitó Constantinopla,
en donde conoció a la anciana
emperatriz Teodora. Pasó también
por Atenas, para obtener algunas
precisiones sobre la medicina del
rabino Isaac Israeli. De regreso en
Germania, se trasladó al Regnum
Francorum (Reino de los francos), la
corte del rey Carlos el Calvo.
Juana se trasladó a Roma en
848, y allí obtuvo un puesto docente.
Siempre disimulando hábilmente su
identidad, fue bien recibida en los
medios eclesiásticos, en particular
en la Curia. A causa de su reputación
de erudita, Sergio II la nombró su
consejero y luego fue presentada
al papa León IV y enseguida se
convirtió en su secretaria para los
asuntos internacionales. En julio de
855, tras la muerte del papa, Juana
se hizo elegir su sucesora con el
nombre de Benedicto III o Juan VIII.
Dos años después, la papisa,
que disimulaba un embarazo fruto
de su unión carnal con el embajador
Lamberto de Sajonia, y lo más
conocido de esta leyenda es la
historia de cómo fue descubierta la
verdadera identidad sexual del Papa,
que tuvo lugar durante el transcurso
de una procesión del Corpus Christi
cuyo recorrido iba desde la Plaza de
San Pedro del Vaticano hasta San
Juan de Letrán (Catedral de Roma).
En un momento del recorrido el Papa
se llevó las manos a su abdomen
y comenzó a retorcerse de dolor,
cayendo al suelo y apareciendo de
su entrepierna un recién nacido.
Ante el asombro de todos los
presentes comenzó a producirse
una algarabía que acabo con un
grupo de ciudadanos gritando por
la ofensa a Dios cometida por la
mujer Papa, acabando con su vida y
la del bebé a base de golpearles con
palos y lanzamientos de piedras.
Según Jean de Mailly, Juana fue
lapidada por el gentío enfurecido.
Según Martín Polonus, murió a
consecuencia del parto.
Fraternalmente
C. L.A.E. Juan Manuel Becerra Casillas
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