Todos conocemos de la existencia
de unas palabras mágicas, que sirven
para abrir todas las puertas y dejar
abiertas posibilidades de diálogo y
entendimiento entre las personas,
y me refiero a algunas como: “Por
favor”, “Gracias”, etc. Estas son
palabras buenas que contribuyen a
la cortesía, al acercamiento, a la
comunicación: construyen el lado
humano de hombres y mujeres,
contribuyen a hacernos cada vez
más personas y dejar cada vez
más lejos al salvaje que alguna vez
fuimos.
También existen otras palabras “mágicas”, que lo son porque
tienen un gran peso en la conciencia de las personas y no son
buenas, porque pueden desencadenar reacciones violentas o
encauzar marejadas de opinión pública contra tal o cual persona
o institución. Son palabras que nunca deberían de decirse, pero
que se han utilizado con frecuencia en la historia de todos los
pueblos y quizá de muchas personas.
En la edad media europea, se vivía un ambiente de miedo
e ignorancia: Había un gran desasosiego por la posibilidad de
catástrofes naturales, las epidemias, las pestes, el hambre, la
guerra. Ese miedo reinante que todo lo impregnaba, necesitaba dar
salida hacia algún lado y generalmente se encausaba dirigiendo
la ansiedad colectiva contra alguna persona socialmente mal
vista, a la que en mala hora alguien acusaba de brujería. Bastaba
que se dirigiera el índice acusador contra ella diciendo: es bruja;
porque mientras que averiguamos que si es o que no puede ser:
ya la atrapamos, ya la enjuiciamos y la quemamos en la hoguera.
En este caso, la palabra clave era brujería. El punto era que
alguien fuera acusada de brujería, porque toda la turba se iba en
su contra y sin darle oportunidad de defenderse, se descargaba
toda la furia social e institucional en ella. Era, como dicen algunos
estudiosos del fenómeno, el “chivo expiatorio” de las culpas de la
sociedad.
Este gran poder que tenía la palabra “bruja”, hace que la
podamos catalogar como mágica, porque en ese tiempo y lugar,
tenía un gran poder intrínseco, capaz de encauzar toda la furia
de una determinada sociedad en contra de un individuo, sin que
previamente hubiera sido demostrada su culpabilidad.
Estas palabras tienen peso en tiempos, lugares y circunstancias
determinadas, y son utilizadas en ocasiones por personas sin
escrúpulos para encausar la ira de la sociedad que necesita a
quien culpar de sus problemas y poder decir que el responsable
de mis problemas no soy yo, sino el otro. Porque desde siempre
y hasta la fecha, existen personas con un grado tal de inmadurez
que organizan su vida sobre la lógica de siempre buscar culpables
para sus propios problemas: si casados, a su parejas, si hijos, a
sus padres; si ciudadanos, al gobierno; si creyentes, a las iglesias;
si nacionalistas, a los extranjeros; si jinetes, a su cabalgadura.
Algunos países actualmente, hacen de
los “indocumentados” el blanco de
la ira social.
Otros ejemplos de palabras
claves fueron: “comunista” en los
Estados Unidos durante el periodo
posterior a la II Guerra Mundial,
en el fenómeno social conocido
como “Macartismo”. Esa misma
palabra fue clave en México, entre
los años “60s”, en que se podía
acusar de comunista a cualquiera
que pensara o actuara diferente al
común dominante, aun cuando sólo
quisiera ser vegetariano. Otra palabra
clave fue “judío”, en la Alemania Nazi; pues era suficiente que
se la adjudicaran a alguien para ser deportado a un campo de
concentración, sin dar tiempo a averiguar hasta dónde el asunto
era serio o producto de algún problema personal entre vecinos.
Otras palabras claves han sido “contrarrevolucionario” en
algunos países que vivieron sus respectivas revueltas; “burgués”
o “fascista”, en los países de régimen comunista, etc.
Hay otras palabras que son compuestas, son más bien frases,
pero que tienen el mismo efecto de palabras mágicas, pues
tienen el mismo efecto de ser utilizadas como dardo para aporrear
a alguien a quien queremos perjudicar. Por ejemplo, la palabra
cultura, que con ser buena de por sí, se puede convertir en mala
si la utilizamos para acusar a un gobernante de que “no apoya la
cultura”, o “no apoya el deporte”, “no quiere a la educación”
o lo que es peor, “no quiere a la religión”. Frases todas que
tienen el mismo efecto del rumor, que una vez dichas, ya no se
pueden desdecir; y son alimento favorito de los descontentos,
de los inmaduros, de los que no quieren reflexionar o buscar la
verdad; sino que prefieren que se acuse a alguien, de algo que a
la mayoría le molesta, para quedarse en paz.
Palabras de estas hay muchas, las hubo en toda la historia
y las habrá en el futuro, mientras los humanos no maduremos y
demos el brinco hacia la lógica de buscar dentro de cada uno de
nosotros, el origen de nuestros problemas.
Lo que sigue de todo esto que hemos comentado, es
preguntarnos: ¿Habrá en este momento ese tipo de palabras?
¿De haberlas, las estaremos utilizando actualmente en nuestro
ambiente? ¿Habremos caído nosotros, al elaborar juicios sobre
esto o sobre lo otro, en la trampa de esas palabras clave, que nos
llevaron a elaborar juicios rápidos y comodinos sobre cualquier
elemento de nuestra sociedad? Si las oímos y somos del ambiente,
podemos abonarles algo de nuestra cosecha para hacer el asunto
más grande y crecer el problema; pero si queremos ser sensatos,
podemos al identificarlas, no abonarles más y dejarlas morir; al fin
que no tienen vida propia, son como el fuego, que con no echarle
más leña, sólito se apaga.
Digo yo, o ¿usted qué opina?
Javier Contreras
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