Los sueños son como potros
salvajes. De lejos lucen bellos como en
una estampa idílica. Se les ve corretear
entre el paisaje de los anhelos y luego
dice uno; ¡ah! ¡Qué bonito sería, sí
eso que sueño se hiciera realidad! Sí.
Pero los sueños son así: como potros
salvajes en la llanura; para conseguirlos
se necesita perseguirlos, alcanzarlos
y usar toda suerte de artimañas para
atraparlos.
Pero ojo, una vez lazados, los sueños
no siempre son como el dulce caballito
que soñamos que nos llevaría a trotar
entre las nubes; no señor, al fin que son
como caballos salvajes, te pueden llevar
remolcando por donde ellos quieren
ir, y arrastrarte y asfixiarte y ser más
problema que solución.
Pero la parte más triste del asunto,
es que uno anheló tanto vivir aquella
situación idílica, enfocó tanto sus
energías para lograr su sueño, que no
entiende razones cuando los que nos
rodean nos alertan, diciéndonos, que
aquella situación soñada, nos está
creando más conflictos que satisfacción,
que aunque aparenta ser, no es la
solución que tanto creímos que sería .
Cuanta gente soñó con un negocio
que satisficiera las necesidades
económicas de la familia, y soñó con
él, lo persiguió y lo alcanzó; lo lazó y
pensó: ya lo tengo en la mano, de aquí
en delante todo va a ser más fácil; pero
no, no fue más fácil: desintegró a la
familia, creó conflictos, dejó ausencias,
resentimientos, dolor, mucho dolor.
Pero la parte más canija del asunto,
es que el que lazó al potro, por el gusto
inmenso de que tiene su corcel del otro
lado de la soga, no ve lo que todos a
su alrededor ven y le dicen: que no es
él el que lleva al potro, que es el potro
el que lo lleva a él en remolque, y que
mientras da tumbos para acá y para allá,
va tirando cosas a diestra y siniestra,
apachurrando las flores de los sueños
de sus seres queridos, pisoteando los
juguetes que acariciaban sus bebés,
destruyendo vidas, etc.
Y es que los sueños, como los potros
salvajes, tienen vida propia; y cuando tú
crees haberlos atrapados, te das cuenta
con asombro, que ellos son los que te
llevan a ti a donde ellos quieren y no a
dónde tú quisieras ir.
¿Por qué? ¿Es que no debemos
soñar? ¡Sí!, ¡Sí!, ¡Sí! Pero no sueñes el
sueño de otro, sueña tu propio sueño.
Hay multitud de personas que ven desde
lejos a un artista y piensan que esa es
la situación soñada y luchan por llegar
y pagan un precio muy alto por lograrlo,
y a fin de cuentas, sólo consiguen
frustración y dolor.
Y es que, de lejos, las cosas
parecen algo completamente diferente
a lo que son. Uno puede ver a un
torero ser ovacionado por el público,
tener fama y dinero y pensar: ¡ah! Esa
es la situación soñada, y puede que
aparentemente lo sea para alguien, pero
no necesariamente lo será para ti: antes
de perseguir ¡ese sueño!, asegúrate
que sea para ti, que si lo consiguieras,
serías capaz de dominarlo y no que él te
domine a ti.
Imaginemos a alguien jineteando a
un toro en la fiesta del pueblo. Todos lo
ovacionan, le aplauden, le festejan: la
banda toca una diana en su honor; y tú
que no vales un cacahuate, te imaginas
en el papel del jinete famoso, ganando
dinero, sonrisas y aprobación. Ese
sueño puede ser válido para algunas
personas, pero ¿lo será para ti? Si tienes
las cualidades necesarias, adelante.
Si te puedes medir con los mejores y
hablarte de “tu” con ellos, adelante.
Si dejas tu imaginación volar sin
bases y no ves tu propia realidad, pudiera
ser que te afanes por una oportunidad
de ser jinete, le pongas dinero al asunto,
y luego que estés arriba del animalote,
cuando sientas pavor y te quieras bajar
de él, ten la seguridad que la bestia no
entenderá razones cuando le digas que
siempre no, que lo pensaste mejor, y
que ya no quieres ser jinete. Lejos de
alcanzar fama y fortuna, te convertirías
en la risa y la burla de los demás, y
serías uno más de los que pretendiendo
alcanzar su sueño, fueron pisoteados
por él.
Es difícil saber si un sueño que
nosotros soñamos es algo adecuado a
nosotros o no; porque la mayoría de las
veces, uno piensa que sí; uno cree que
conoce todos sus bemoles y que puede
con el tercio; pero la mayoría de las
veces no conoce todos los recovecos del
asunto hasta que está metido hasta las
cachas… y entonces ya es demasiado
tarde.
Quizá lo más sensato, sería ser
primero aprendiz de otro que ya
domine el campo, para así conocer
todos los detalles del asunto, sin tener
compromiso personal, y luego, cuando
uno esté seguro, dar el siguiente paso
e instalarse por su propia cuenta. Quizá
debiera uno aprender a escuchar las
palabras que los demás no pueden o
no se atreven a decir, y luego, si lo pudo
uno hacer, y sólo si lo pudo uno hacer,
entonces proceder en consecuencia.
Pero aún más sensato sería,
preguntarle al Arquitecto de la vida.
Si todo fuera producto de la
casualidad, entonces no habría a quien
preguntarle; si yo creo que alguien hizo
el universo y a mí, entonces lo más
prudente sería preguntarle a Él, cómo
jijos encajo yo en este mundo, y qué es
para lo que yo estoy hecho. Y entonces
sí, soñar, soñar: pero no a tontas y a
locas, sino con bases.
¡Pregúntale! … Él responde.
¡Ni que no fuera tu Padre!
Los sueños se construyen paso a
paso, como en una escalera; no se
llega al peldaño tres sin haber pasado
antes por el uno y el dos. Querer llegar
de pronto a donde llegó el que ya tiene
tiempo navegando, es quimérico y fuera
de toda razón. Hay que hacer la jornada,
caminar, gastar los zapatos… y como
consecuencia de ello, y si caminamos
por el rumbo correcto, esperar ver la
meta al alcance de la mano, lograr el
sueño anhelado. De otra forma: nomás
es hacerse pato.
O, ¿tú qué opinas?
Francisco Javier Contreras
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