En Acatita de Bajan, Ignacio Elizondo
traiciona y aprenden a los caudillos
insurgentes, Hidalgo, Allende, Abasolo y
Jiménez
Marzo 21 de 1811
En las cercanías de Monclova, Coahuila,
en el paraje denominado Acatita o Norias de
Baján, las fuerzas insurgentes comandadas
por Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Mariano
Abasolo y José Mariano Jiménez, esperan
ser recibidos amigablemente por Ignacio
Elizondo, quien los traiciona y sorprende.
Elizondo estaba resentido con Allende
porque no le había dado el nombramiento
de teniente general, y fue convencido con
la promesa de “copiosos frutos” que le hizo
el presbítero Zambrano. El gobernador de
la provincia de Coahuila Pedro Aranda,
había sido nombrado por Jiménez, y pese
a su edad, era dado a la bebida, a los
pasatiempos y a los bureos.
El día 17 pasado, Elizondo organizó
un baile en el que se apoderó de armas,
cañones, y aprehendió al gobernador
y a ciento cincuenta soldados; tomó
precauciones para que no fueran informados
los insurgentes del hecho, y mandó avisar
a Jiménez que iría a su encuentro en
Acatita de Baján. Este mismo día, salieron
de Saltillo Allende y los demás caudillos
escoltados por más de mil hombres.
Iban en 14 coches y detrás de ellos, a
larga distancia, 24 cañones de diferentes
calibres, los equipajes, mil quinientos pesos
en dinero y barras de plata y la escolta que
cubría la retaguardia. La marcha era lenta y
penosa por la falta de provisiones y sobre
todo de agua, pues las siete norias del
tránsito, habían sido azolvadas por orden
de Elizondo.
El día 19 salió Elizondo con 350 hombres
y a las 9 de la mañana de este día ven a la
vanguardia de la caravana de sesenta y seis
hombres a quienes dejan pasar y al estar
en medio de la columna de Elizondo, son
arrestados los caudillos. La sorpresa es fácil
porque los recién llegados se piensan entre
tropas amigas; además, porque en aquel
punto el camino hace una curva en una
loma que cubre las fuerzas de los traidores,
quienes pueden detener y desarmar a los
que van llegando sin ser vistos por los
que van detrás. Así, uno a uno, los coches
son detenidos y apresados sus ocupantes
después de ligeras resistencias. En el
último coche van Jiménez, Arias, Allende y
su joven hijo. Al intimarlos a que se rindan,
Allende dispara su pistola sobre Elizondo
llamándole traidor; pero queda ileso y
ordena a la tropa abrir fuego; Indalecio, hijo
de Allende, muere y Arias es herido de tal
gravedad que a las pocas horas fallece.
Hidalgo, que va a caballo detrás de los
coches, rodeado de una pequeña escolta,
también es sorprendido y solamente Iriarte
puede escapar y huye a Saltillo para reunirse
con Rayón. Asimismo, Elizondo sorprende
a la artillería valiéndose de indios lipanes
que a lanzadas matan a más de cuarenta.
El indigno trofeo de la traición, consiste
en ochocientos insurgentes prisioneros,
entre los primeros:
Hidalgo, Allende,
Aldama, Mariano Hidalgo, Balleza, Santos
Villa, Mariano Jiménez, Abasolo, Camargo;
Zapata y Lanzagorta, mariscales de campo;
Gregorio de la Concepción; Santa María,
exgobernador de Nuevo León; Valencia,
director de ingenieros; José María Chico,
ministro de justicia de Hidalgo; Portugal
y Manuel Ignacio Solís, intendente del
Ejército. Además, brigadieres, coroneles
y hasta empleados civiles. En suma, más
de mil trescientos prisioneros, veinticuatro
cañones, gran cantidad de víveres,
suplementos y equipos militares y más de
un millón de pesos en monedas y barras de
plata. Sólo la retaguardia insurgente, que
se percató del desastre escapó a Saltillo.
En los meses siguientes, los realistas, sin
ninguna compasión, pasarán por las armas
a un poco más de mil insurgentes, entre
ellos a sus principales cabezas.
Escribe Ernesto Soto Páez (Al filo de la
Patria): “Al amanecer del 22 de mayo de
1811, la caravana de prisioneros en la que
iban los principales caudillos insurgentes
con las manos atadas a la espalda, los pies
uno con el otro y montados ‘a mujeriegas’
sobre mulas salió de Acatita de Bajan rumbo
a Monclova, a donde entraron a las seis de
la tarde del mismo día, sin comer, ni tomar
agua, siempre vejados por los soldados
realistas.
Las calles de Monclova estaban
adornadas, había repiques y salvas de
artillería y cuando entró Elizondo al frente
de la columna de dragones, fue recibido al
grito de “¡Viva Fernando VII y mueran los
insurgentes!”, mientras que los principales
jefes del movimiento de Independencia,
recibían la humillación de ser conducidos
frente a una herrería, bajo un frondoso
nogal, donde les fueron colocadas esposas
y grilletes. Pero dadas sus ataduras, los
caudillos tuvieron que ser cargados en
sillas al hospital que fue habilitado como
cárcel, donde hacinados en estrechas
habitaciones, semidesnudos, hambrientos
y con sed de varios días, comenzaron su
cautiverio”.
Todos serán conducidos posteriormente
a Chihuahua, donde después de ser
enjuiciados, serán fusilados en distintas
fechas.
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