Publicado el agosto 22, 2011 por Daniel Escorza Rodríguez
.- Para citar este artículo Una de las imágenes más reproducidas
de la Revolución mexicana, que le ha dado la vuelta al mundo y se
ha convertido en un icono —sobre todo de la participación de las
mujeres en la lucha revolucionaria—, es aquella de la soldadera o
“Adelita” con rostro indescifrable, asomándose en el estribo de un
vagón de ferrocarril, junto con otras mujeres anónimas.
Esta imagen se captó en la ciudad de México, en los patios de la
estación Buenavista en 1912, y se convirtió en todo un hallazgo al
conocerse que la placa no es de la autoría de Agustín V. Casasola;
esta imagen se debe a la cámara de un fotorreportero del diario
maderista Nueva Era, de nombre Gerónimo Hernández.
Hasta hace algunos años el trabajo de este fotógrafo de prensa
era prácticamente desconocido, toda vez que sus imágenes están
resguardadas en el acervo Casasola y ninguna de ellas tiene
el crédito respectivo. A partir de un artículo publicado en el año
2007 se comenzaron a develar algunos aspectos de este singular
fotógrafo que colaboró en la Agencia Casasola entre los años de
1912 y 1913. Quizá lo más sorprendente de este trabajador de la
lente es que abandonó el oficio fotográfico en este último año, y
ante su familia trató de ocultar su pasado como fotógrafo.
Es decir, después de los acontecimientos de la Decena
Trágica, Hernández desistió de seguir tomando fotografías y
ni siquiera a sus hijos les contó, ni mucho menos enseñó, los
secretos de la fotografía de prensa y su paso por este oficio. Se
conoce muy poco de su vida.
Gerónimo Hernández Maldonado
nació en febrero de 1882 en un rancho llamado “Ojo de Agua de
los Hernández”, cerca de la Capilla de Milpillas, municipio de
Tepatitlán, a su vez muy cercano al pueblo de Acatic, estado de
Jalisco. Gerónimo fue el segundo hijo del matrimonio formado por
Ruperto Hernández y Juana Maldonado, quienes al parecer vivían
con decoro merced a una posición económica estable. Al primer
hijo del matrimonio Hernández Maldonado le pusieron por nombre
Elías, y desde pequeño lo enviaron a estudiar a Guadalajara, la
flamante capital del estado. Sin embargo, la mala conducta del
primogénito repercutió en el destino de Gerónimo —el hijo pequeño
—, de tal suerte que no tuvo la misma oportunidad de estudiar y
terminó cuidando borregos en el rancho paterno. Un buen día, no
sabemos cuándo exactamente, entre 1894 y 1900, el adolescente
Gerónimo escapó de su casa y por sus propios medios se trasladó
a la ciudad de México, en donde inferimos que comenzó a aprender
el oficio de fotógrafo de prensa. En la capital de la república conoció
a Abraham Lupercio y a Agustín Víctor Casasola, con quienes
empezó a cultivar cierta amistad y a aprender los secretos del oficio
de fotorreportero.
Una imagen de principios del siglo XX muestra a Hernández
y a Lupercio en franca camaradería, junto con otros dos jóvenes
de no más de veinte años de edad, que deseaban abrirse paso
en el nuevo oficio reporteril. Podríamos colegir que para Gerónimo
Hernández la década de 1900 a 1910 constituyó una etapa de
aprendizaje sobre el manejo de la cámara, de preparación de los
negativos y de la búsqueda de la imagen idónea para el periódico,
ya que para el año de 1910, a los 28 años de edad, lo encontramos
junto con Antonio Garduño como fotógrafo del periódico El Diario,
acreditado para participar como tal en las celebraciones del Primer
Centenario de la Independencia de México.
Una vez concluidas las fiestas del Centenario en la ciudad de
México, nuestro fotorreportero siguió muy de cerca el movimiento
maderista y antirreeleccionista en la capital del país. El interinato de
Gerónimo Hernández, un fotográfo
enigmático y tepatitlense de nacimiento
Francisco León de la Barra,
producto de la renuncia de
Porfirio Díaz en ese mismo
año, convocó a nuevas
elecciones presidenciales,
dejando el camino abierto
para que Francisco I. Madero
ganara la presidencia de la
república. Así, para octubre
de 1911 Hernández ya era el
fotógrafo del diario maderista
Nueva Era, y en ese carácter
participó en la fundación de
la Sociedad de Fotógrafos
de la Prensa Metropolitana.
En efecto, el 26 de octubre de ese mismo año los fotógrafos de
los diversos diarios y semanarios de la capital de la república se
reunieron para constituir esta asociación, y más tarde visitaron al
presidente interino, Francisco León de la Barra, con el propósito de
presentarle sus saludos.
De esta ocasión nos queda una fotografía cuyo autor
desconocemos, que registra la visita de los fotógrafos de la prensa
al presidente, entre ellos el propio Gerónimo, Agustín Casasola
y Ezequiel Álvarez Tostado. Los fotógrafos constituidos en esta
sociedad organizaron su primera exposición fotográfica, con el
propósito —como ellos mismos lo manifestaban— de “allegarse
recursos económicos”. Para tal objetivo los fotorreporteros
presentaron algunas impresiones amplificadas en un salón de la
joyería La Esmeralda, ubicada en la avenida San Francisco, en el
centro de la ciudad de México. Esta exposición se inauguró el 8 de
diciembre de ese mismo año, y en esa ocasión Hernández presentó
una serie de cuatro imágenes, que tenían por títulos: “En la pesca”,
“Tipos indígenas”, “Violinista popular”, y una “Magnífica sepia”, que
contenía el registro de una muchacha cerca de un río.
La identificación de estas imágenes se ha hecho posible gracias
a una fotografía que muestra al grupo de fotorreporteros, y al fondo
una parte del material que presentaron los fotógrafos de prensa de
la ciudad de México. Las fotografías mostradas por Hernández no
se han encontrado en el acervo Casasola. Hasta donde sabemos,
esta es la primera exposición del gremio fotoperiodístico en México,
y los mismos fotógrafos le añadieron a la muestra el adjetivo de
“artística”, algo inusual en los fotógrafos de prensa de aquella
época. Recordemos que para esos años la fotografía denominada
“artística” era casi exclusiva de los fotógrafos de gabinete, quienes
ya se habían hecho de un nombre; algunos de ellos ya habían
participado en exposiciones universales, y la mayoría elaboraba
retratos de los estratos privilegiados de la sociedad porfiriana.
En su desarrollo como fotógrafo de prensa Hernández fue
experimentando distintos procesos, utilizando una cámara Graflex
con negativos de cristal o de nitrato, indistintamente. Para enero
de 1912 nuestro fotoperiodista utilizó el destello de magnesio para
tomar fotografías en el interior del Palacio Nacional, lo cual constituía
un acto extraordinario en el medio periodístico. Al respecto, el
periódico reconocía este mérito y señalaba: “El fotógrafo de Nueva
Era realizó un triunfo que somos los primeros en aplaudir: tomó dos
fotografías con lámpara de magnesio, las que reproducen nuestros
grabados […]”, y agregaba el diario: Es la primera vez que en el
Comedor del Palacio Nacional, en gran reunión diplomática, se
emplea el magnesio para fotografiar. Escandón se hubiera muerto
de cólera. Los adláteres palaciegos habrían pedido todo castigo
para el truhán fotógrafo. Ahora se dio el permiso con naturalidad, como
que se comprende que la fotografía es vehículo de cultura, auxiliar de
la crónica y el mejor y más fiel testimonio de los sucesos. Ese mismo
año, la Sociedad de Fotógrafos de Prensa renovó su mesa directiva
en la sesión del día 24 de mayo. En esta ocasión Hernández fue
nombrado prosecretario de la nueva dirigencia. Pocos días después,
el 5 de junio los fotorreporteros se reunieron en el restaurante “Tarditti”
para despedir a la anterior mesa directiva.
A lo largo del año de 1912 Hernández continuó trabajando para el
diario Nueva Era, mostrando tomas oportunas de la vida cotidiana de
la ciudad de México. Una fotografía publicada en febrero de ese mismo
año capta un imagen del visitador papal, monseñor Boggiani, cuya
figura contrasta con la humildad de una indígena. La foto colocada
en la primera plana del periódico incluye su firma. Con ello se pone
en tela de juicio el mito de que a los fotógrafos de prensa no se les
daba crédito en sus fotos publicadas en los diarios. Como se puede
observar, ya para la década de 1910 no era raro que algunos fotógrafos
buscaran la forma de firmar sus fotografías en los periódicos, como
lo hacían el mismo Gerónimo, Agustín Casasola, Manuel Ramos y
Antonio Garduño, entre otros.
En este año Hernández desplegó todos sus recursos como
fotorreportero y en algunas ocasiones
logró imágenes sorprendentes, como
aquella del estudiante Rafael Martínez
Escobar, quien pronuncia una filípica
afuera del restaurante “Gambrinus”,
vociferando y gesticulando, en lo que
parece un mitin callejero. La imagen,
una vista en contrapicada, nos
remite a la noción de instantánea del
fotoperiodismo, ya que se tomó al aire
libre y el sujeto no posa ante la cámara,
en un ángulo que tiene resonancias
visuales con el movimiento y la
actividad en las calles, más propias del
fotoperiodismo moderno de la década
de 1930. Otra fotografía es la que tomó a
Mercedes González de Madero, madre
del presidente, acompañada de su hija
Mercedes y de la esposa del presidente, Sara Pérez de Madero,
durante su visita a una fábrica de manufactura de ropa. A diferencia
de la anterior, ésta es una imagen posada, muy cuidadosamente
preparada, ya que se trataba de la madre y la hermana del presidente
de la república, quienes aparecen en primer plano. En un segundo
plano se encuentra Sara Pérez, esposa de Francisco I. Madero. El
encuadre es muy cuidadoso para captar a las dos primeras personas,
quienes tienen en sus manos un ramillete de violetas, obsequio de las
hijas del gerente de la negociación. En el negativo original el fotógrafo
se preocupa por registrar el contexto, como son las obreras y las
máquinas de coser. Sin embargo, el periódico editó la fotografía y sólo
nos muestra a las señoras Madero, haciendo énfasis en la persona y
no en el contexto en el que se encontraba. Al año siguiente, durante la
Decena Trágica, el 9 de febrero de 1913 Hernández estuvo presente
en la comitiva que acompañó al presidente Francisco I. Madero del
Castillo de Chapultpec a Palacio Nacional. En esos días de violencia
citadina Hernández fue uno de los tantos fotorreporteros que cubrieron
los acontecimientos de la ciudad de México, donde inclusive los
rebeldes antimaderistas incendiaron la sede del periódico Nueva Era.
Varias fotografías, muy probablemente de la autoría de Gerónimo,
nos muestran los efectos de la metralla en el edificio del diario maderista.
Al finalizar la Decena Trágica nuestro fotógrafo simpatizó con la causa
constitucionalista, y es muy probable que se haya unido a las fuerzas
de Carranza en el transcurso de ese año. No se puede saber con
certeza si en ese mismo año de 1913 abandonó la fotografía, o a qué
se dedicó. Uno de sus hijos ha señalado que después del incendio de
las instalaciones de Nueva Era, el 18 de febrero de 1913, Gerónimo
Hernández abandonó el oficio periodístico de la fotografía. “Tal vez
tuvo temor. Y como andaba noviando con mi mamá, quizá ella le dijo
que dejara todo eso, porque el país estaba convulsionado”. De esos
años no se tiene noticia hasta 1917, cuando se traslada a la ciudad de
Querétaro, donde conoció a la joven Ana María Arvizu Galeana, una
muchacha de posición social desahogada. El padre de ella, al conocer
que era pretendida por un hombre sin fortuna, se la llevó a vivir al
pueblo de Tacuba, en el Distrito Federal. No obstante, algunos días
después la joven Ana María fue a ver un desfile militar y se encontró
providencialmente con Gerónimo. Para entonces el matrimonio entre
ambos finalmente se concertó y se llevó a cabo ese mismo año.
Pocos años después, quizá a partir de la década de 1920, el
matrimonio Hernández Arvizu se trasladó al pueblo de San Andrés
Tetepilco, en el Distrito Federal. Ahí procrearon a sus ocho hijos: Alfonso,
Isabel, Carlos, Alfredo, Martha, Aurora, Beatriz y Fernando. En 1927 el
ex-fotógrafo Gerónimo Hernández fungía como presidente municipal
de Tacuba, y posteriormente se desempeñó como juez del registro
civil de la misma municipalidad, además de que “se hizo diputado (del
PNR) y miembro de la Asociación de Veteranos de la Revolución”.
De esta época se conservan algunas imágenes que muestran la vida
familiar en la finca de Tetepilco. No se sabe
quién tomó estas fotografías, pero en ellas
se aprecia a la famila de Gerónimo, a sus
amigos, como Agustín Casasola, de quien
se dice que una temporada estuvo viviendo
con sus hijos en la finca de los Hernández.
De acuerdo con testimonios de su hijo y
su nieta, a partir de estos años no volvió a
hablar de su etapa como fotógrafo durante
los primeros años de la Revolución.
Nunca tocó el tema. Sus negativos
fueron a parar a la Agencia Casasola, y
los relatos familiares coinciden en que “se
los regaló a Agustín V. Casasola”. Según
su hijo Federico, Gerónimo Hernández
“le regaló [a Agustín Casasola] entonces
unos cajones con su archivo fotográfico,
que contaba con alrededor de mil 500
imágenes”. Nuestro fotógrafo murió en la ciudad de México el 2 de
diciembre de 1955, a la edad de 73 años, de un mal renal o prostático.
Aunque algunas imágenes de Gerónimo Hernández han sido
reproducidas desde la década de 1980,apenas se les está adjudicando
su autoría, ya que prácticamente la totalidad de su archivo se integró al
acervo de la Agencia Casasola. Sus imágenes proceden de la línea de
los fotorreporteros de principios del siglo XX, como el propio Casasola,
Antonio Garduño, Ezequiel Álvarez Tostado, Abraham Lupercio,
Eduardo Melhado, Manuel Ramos y Ezequiel Carrasco, entre otros. Si
bien su fotografía conocida abarca un lapso breve (aproximadamente
de 1910 a 1913), Hernández comenzó a desentrañar los secretos
de la fotografía de prensa y se acercó con resultados llamativos a
la noción de instantaneidad. Combinaba sus encuadres de tomas
posadas, que recordaban las fotografías de gabinete, con otras tomas
espontáneas como la del estudiante en la calle, y la de las soldaderas
en el estribo del tren. Existe una fotografía de su rostro, muy joven,
casi adolescente, con rasgos conmovedores, donde resalta la mirada
que se extiende a lo lejos, hacia un punto remoto. No tenemos forma
de comprobarlo, pero seguramente Gerónimo Hernández pasó por
una vida de riesgo, de peligro y de incertidumbre, de tal manera que
abandonó el oficio fotográfico cuando frisaba los treinta años de edad.
Algunos de sus negativos, conservados en el Fondo Archivo Casasola
de la Fototeca Nacional del inah, atestiguan la importancia de otro
de los autores de principios del siglo XX que indudablemente merece
explorarse.
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