1ra parte
Derrotado por el ejército liberal
y reinstaurado Benito Juárez ya en
el Gobierno de México, la ley de la
época condenaba a Maximiliano a
ser ejecutado en un acto público.
Sin embargo, en la investigación
realizada por Rolando Ernesto
Déneke se encontró con que la
ejecución de Maximiliano había
ocurrido en un acto privado y no
hay un registro fidedigno de que en
realidad ocurriera el fusilamiento
que narra la historia oficial y
recogen diversas ilustraciones de
la época. “En ese tiempo ya existía la fotografía —reflexiona al
respecto Déneke—. Se trataba de una ejecución importante, de
un personaje importante, debía haber fotografía... pero me llamó
mucho la atención que no hubiera ninguna”.
El Arquitecto salvadoreño Déneke, estuvo en México
realizando investigaciones con el apoyo de la Fundación María
Escalón de Núñez, pero no encontró una prueba contundente
de que Maximiliano hubiera sido fusilado. Más al contrario, cada
descubrimiento que se sumaba a su acopio de información le
hacía pensar con mayor fuerza que la ejecución del derrocado
emperador fue fingida.
Justo Armas (¿? - San Salvador, El Salvador, 1936), fue un
comerciante de origen desconocido que vivió en El Salvador. Su
estilo de vida refinado, junto a sus excentricidades y apostura,
dieron origen a una leyenda ligada con el emperador de México
Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena,
archiduque de Austria.
Abundan las extrañas irregularidades: El pelotón de
fusilamiento fue mandado a traer del norte de México, de la zona
fronteriza con Estados Unidos. “Eran soldados que no conocían
a Maximiliano”, observa Déneke— y la ejecución se atrasó dos
veces. Las potencias mundiales pidieron clemencia y tanto el
escritor francés Víctor Hugo como el general italiano Giussepe
Garibaldi, ambos antimonárquicos, escribieron a Juárez
pidiéndole que perdonara la vida a Maximiliano.
No hubo piedad, y después del supuesto fusilamiento, el
emperador Francisco José de Austria, hermano de Maximiliano,
pidió el cadáver a México. En su lugar, recibió una fotografía.
Ante la insistencia austriaca, México puso como condición para
devolver el cadáver, que Francisco José reconociera la soberanía
mexicana. Lo hizo, pero México se limitó a mandar una segunda
foto, sorprendentemente con la imagen de un cadáver distinto al
de la primera.
El cuerpo no fue entregado hasta seis meses después de la
supuesta ejecución, ocurrida en junio de 1867. El cadáver que
llegó en enero de 1868 a Europa no tenía, sin embargo, ningún
parecido con el emperador Maximiliano. Más bien parecía el de
un hombre mexicano. Consta en documentos históricos que la
madre de Maximiliano, cuando
vio el cadáver que llegó a Austria,
exclamó: “¡Este no es mi hijo!” El cuerpo tenía la piel morena,
ojos negros y nariz aguileña.
Maximiliano era de piel blanca,
tenía los ojos celestes y lucía una
nariz recta. Austria, indignada, pidió
explicaciones a México.
La respuesta fue rocambolesca.
El gobierno mexicano alegó que
al fusilar a Maximiliano los ojos
se le habían dañado y que, para
no mandar el cadáver sin ojos, le
arrancaron los suyos, y le colocaron unos negros y de vidrio,
a la imagen de la Virgen Dolorosa, que todavía existe en la
capital mexicana. Según documentos históricos, la madre de
Maximiliano se negó a creerlo. Murió defendiendo que el cuerpo
que les enviaron, y que fue depositado a los pocos meses en la
Cripta Imperial de la Iglesia de los Capuchinos, en Viena, no era
el de su hijo.
Convencido de que la ejecución de Maximiliano jamás ocurrió,
Déneke se pregunta el por qué, y acaba apuntando a una razón
que va mucho más allá de las presiones políticas de las potencias
mundiales de la época: tanto Benito Juárez como Fernando
Maximiliano eran masones. La solidaridad entre hermanos
masones se impuso al deber político, según la hipótesis de
Déneke, basada en el conocido voto y juramento de ayuda mutua
que entre sí establecen los masones en los cinco continentes.
Y en esa solidaridad busca también el investigador
salvadoreño las causas del posible exilio a El Salvador de
Maximiliano ya en la clandestinidad; según Déneke busca ayuda
del capitán General Gerardo Barrios, también masón, a quien
pudo haber conocido en Europa durante las visitas realizadas por
el gobernante salvadoreño a las cortes imperiales. Para estos
días, sin embargo, el noble austríaco ya no era tal y, cumpliendo
el juramento de completo anonimato, entró a San Salvador bajo
el seudónimo de Justo Armas.
La primera certeza de la estadía de Armas en El Salvador se
sitúa en 1871, cuando participó en una donación de dinero para
las fiestas patronales de San Salvador, apenas unos cuatro años
después del supuesto fusilamiento del emperador Maximiliano.
Durante los primeros años en este país, fue acogido por familias
pudientes de la época, especialmente por el vicepresidente
Gregorio Arbizú.
Justo Armas fue apreciado por ser una persona culta, a pesar
de haber llegado al país descalzo, particularidad por la que sería
siempre recordado. Según se sabe, el andar de esta manera
se debía –según sus palabras- para cumplir una promesa a la
Virgen del Carmen por haberlo ayudado a salir de un momento
de peligro de muerte. Prometió además no revelar nunca su
verdadera identidad.
A través de los años manejó un negocio de alquileres. Según
Pachita Tennant Mejía de Pike, quien lo conoció cuando era
todavía una niña en San Salvador, tenía además un negocio de
atender fiestas o catering. La vajilla que ofrecía era de porcelana
de Sévres. Las copas eran de bacaratt, las sillas eran doradas al
estilo del Imperio Austro-Húngaro y se dice que era un pariente
muy allegado, si no es que el hermano del Emperador Francisco
José de Austria, a quien se parecía enormemente. También
daba clases de social graces y de protocolo, recién llegado a
San Salvador. Sus modales eran sumamente aristocráticos, lo
mismo que su manera de hablar alemán, hasta el punto de que
en una ocasión vino una comisión de la Casa de Austria, quienes
declararon en los periódicos, que él habla de don Justo, era como
hablar de alguien que pertenecía a la realeza o a la corte.
Déneke estaba consciente de que debía hacer pruebas
científicas con Armas. No sabía cómo comenzar, a quién acudir,
cuánto costaría y, lo más difícil y desalentador, cómo obtener las
pruebas de ADN. Los costos eran elevados, además tenía que
exhumar los restos de Armas y conseguir una muestra con un
pariente de la familia real de Austria para hacer la comparación.
Había que esperar.
Ante la imposibilidad de practicar los exámenes de ADN
en esa etapa de la investigación, Déneke optó por otra de las
pruebas. Seguramente los exámenes cráneo-faciales, serían
menos complicados. Visitó a doña Alicia Lemus de Arbizú,
la viuda de don Ricardo Arbizú Bosque para contarle sobre la
investigación. Hay que recordar que la familia Arbizú Bosque fue
la que estuvo más cerca de Justo Armas en sus 66 años de vida
en El Salvador.
Ella se mostró muy interesada y le prestó fotos originales para
que pudiera hacer la comparación de los huesos de la cara con
las fotografías de Justo Armas y del emperador Maximiliano. En
el país no había quién pudiera hacerlo. La doctora Hilda Herrera
le recomendó a una doctora costarricense llamada Roxana
Ferlini Timms que estaba por llegar de visita a El Salvador. Los
compromisos de trabajo de Déneke le impidieron enterarse de la
llegada de la doctora Ferlini. Pero la llegada de un tío costarricense
de su esposa lo acercaría a la doctora Ferlini, quien era sobrina
de este tío de su esposa. Con él envió toda la información. La
doctora vino al país a los pocos meses. Hizo la comparación sin
cobrar nada.
La prueba consistió en seccionar horizontal y verticalmente
las fotografías de los rostros de Justo Armas y Maximiliano
y compararlos superponiendo unos a otros. La explicación
científica de este examen dice que los huesos de la cara no se
modifican cuando una persona termina de crecer, lo que cambia
es la piel que se dilata y el cartílago que puede seguir creciendo.
La línea de los ojos y las pupilas permanecen igual, no se
modifican porque están encajadas en el hueso. El resultado de
la prueba llenó de mucha emoción a Déneke por la contundencia
de la afirmación de la doctora Ferlini: las partes, los rasgos,
encajan a la perfección. Con un 95% de certeza, podía decirse
que se trata de la misma persona. Hicieron la misma prueba
con imágenes de otra persona llamada Juan Salvador, pero los
huesos no coincidieron. Estos detalles eran alentadores y habría
que continuar con las investigaciones. La siguiente sería una
prueba de escritura.
A través de la señora Alicia Lemus de Arbizú, Déneke consiguió
un cuaderno escrito de puño y letra de Justo Armas. Se lo prestó
para que le sacara fotocopia y en él encontró escritos sin sentido
lógico para cualquier lector, entre ellos una frase que, amarrada
con otras pistas, han llevado al investigador a pensar que se trata
de una revelación en clave. En la página 21 dice: “Pedro Cosme
se viste de cura y se sale de la cárcel”. La sospecha del arquitecto
Déneke es que si Justo Armas era Maximiliano, estaba hablando
de él y revelando que salió de la cárcel mexicana disfrazado de
cura.
Sin embargo, el interés de contar con los manuscritos de
Justo Armas era para hacer una prueba de grafología. Déneke
consiguió la copia de una carta escrita por Maximiliano y fue donde
un perito grafólogo en Florida, Estados Unidos. El especialista
concluyó que en ambos casos se trataba del mismo trazo, solo
que uno escrito por un hombre joven y el otro por un hombre
mayor. El grafólogo se comprometía a darle una constancia sobre
el resultado de este análisis si le llevaba los originales de ambos
escritos. “Yo no los tenía —recuerda Déneke—, pero es algo que
puede hacerse.” Un corto paso pendiente de ser recorrido.
La prueba genética era el mayor reto. Debía exhumarse el
cadáver de Justo Armas en el país y luego buscar a un pariente
de la familia real de Austria, por la vía materna, para tomar una
muestra y hacer la comparación. Esto suena imposible, pero
Déneke tenía gestiones adelantadas. En 1997 logró los permisos
para tomar la muestra de ADN de Armas. Recuerda que hubo
notables personalidades como testigos y un representante de
Relaciones Exteriores. Se levantó un acta como constancia de
lo que se había hecho. Hizo contactos con el departamento de
genética de una prestigiosa universidad de Europa y le dijeron
que estaban dispuestos a hacer la prueba. Sacó los permisos y
envió el material.
Faltaba obtener una muestra de un familiar de Maximiliano
de Habsburgo por la línea materna, porque el ADN, aunque es
individual, es como una huella genética que se transmite de madre
a hija, y así sucesivamente. Ya Déneke había visitado Austria y
hablado con el archiduque Marcos de Habsburgo en 1994. Le
había mostrado cómo tenía la investigación hasta entonces y
logró despertarle mucho interés. Después de obtener la muestra
de ADN de Armas, estableció contacto con el archiduque y este le
explicó que en Austria sería un sacrilegio abrir una de las tumbas
de los hermanos de Maximiliano, pues se trataba del emperador
de Austria.
De esa charla surgió la posibilidad de tomar la muestra por la vía
de un familiar vivo. Luego de amplias gestiones se logró conseguir
una donante de la línea materna de Maximiliano, la princesa
Elizabeth de Habsburgo de Mithofer, quien vive en Salzburgo,
Austria, para hacer la comparación de ADN. “Desgraciadamente
las muestras de don Justo estaban contaminadas y no fue
posible concluir en un resultado contundente”, comentó Déneke.
Será necesario solicitar nuevamente el permiso de la familia
Arbizú para tomar otra muestra de los restos. y a la vez acepta
que no necesariamente la comparación de ADN podría ser una
prueba irrefutable. Lo que lograría es demostrar que se trata de
un familiar de la casa de Austria por la vía materna.
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