humanas.
VISIÓN DE HORROR.
Un dibujo de la época
registró el hundimiento
del “Titanic” en el que
perdieran la vida mil
513 de los dos mil 224
pasajeros.
Las páginas de la
historia de la navegación
están tan teñidas de
gloria como de horror.
Las palabras fuego,
icebergs, torpedos
enemigos, explosión,
tormenta, pueden cobrar
en segundos un significado mortal a bordo
de un barco. Centenares de veces ellas
han dejado truncos los sueños de miles de
emigrantes, las ansias de placer de grupos
privilegiados, la audacia y el coraje de un
conquistador de nuevas rutas, la huida
hacia la libertad de los esclavos de un
régimen. Sobre distintos escenarios cada
naufragio repite idénticas escenas de pavor:
despedidas, saltos mortales al océano, la
bendición del capellán a bordo, el suicidio
de un capitán. Pero también cada naufragio
tiene su sello propio, como el sello de la
muerte de cada ser humano.
EL “TITANIC” Y EL
ICEBERG DE LA MUERTE
Damas elegantemente vestidas; diademas,
gargantillas y anillos fulgurantes; capas
de piel; caballeros con relojes de oro. La
cubierta clase A del “Titanic”, el poderoso
y espectacular transatlántico recién fletado
por la White Star Line y que cumple su
cuarta noche de navegación en un viaje
inaugural, entre Inglaterra y Nueva York,
parece un castillo encantado.
CONMOCIÓN MUNDIAL. La fotografía,
tomada de la primero página del diario
“La Nación”, de Buenos Aires, anuncia la
tragedia del vapor “Titanic”.
Mientras los adultos charlan en cubierta,
escuchando le música orquestada, los
más jóvenes juegan bridge en el Café
Parisién, situado bajo la cubierta B. En
la cocina, los maestros ultiman detalles
preparando los menús del día siguiente
y en los comedores ya vacíos, los chefs
comentan la exquisitez de las damas y
la prepotencia de más de alguno de sus
pasajeros, entre los que figuran la flor y
nata de le sociedad neoyorquina y europea:
los Astor, los Guggenheim, los Sleeper,
industriales, banqueros, editores, nobles...
A les 11.10 de la noche de ese 14 de abril de
1912, cuando muchos, especialmente los
pasajeros más ancianos, se han retirado a
sus camarotes, un golpe continuado y sordo
estremece el barco. Alguien recordó el
terremoto de San Francisco; una señora dijo
sentir “como si el dedo de un gigante hubiera
rozado el costado del barco”... “Fue apenas
un crujido”, señaló un joven estudiante.
Los pasajeros de clase B y C sintieron
un desgarrón. Las impresiones fueron
tantas y tan distintas como los diversos
compartimientos del transatlántico, pero
nadie, absolutamente nadie, sintió terror.
—Chocamos con un iceberg —gritó
alguien. La noticia se expandió de boca
en boca por el barco. Algunos curiosos
subieron a cubierta y un jovencito pidió
alegremente a un mozo: “Whisky con hielo
de iceberg, por favor...” Algunos trozos de
hielo cayeron sobre el barco y los pasajeros
se los tiraban unos a otros, con envidiable
humor.
A LOS BOTES. El capitán del “Titanic”
fue obedecido, y los náufragos, salvados
por el “Carpathia”
Pero el humor no era compartido
por el capitán ni la alta oficialidad del
transatlántico. A las 12.15 de la noche,
el telegrafista recibió la orden de lanzar
las letras “CQD”, llamada de urgencia de
aquella época, y luego agregar “MGY”,
que identificaban al “Titanic”. Una y otra
vez, por seis ocasiones consecutivas,
el telegrafista Phillips repitió la llamada.
El único barco que se encontraba
cerca era el “California”, pero el
operador estaba agotado esa noche
y cerró el transmisor a las 11.30 PM.
Ni timbres, ni campanas, ni sirenas.
La misión
era no asustar al pasaje y sólo tripulantes
recibieron orden de recorrer el barco y
pedir a los viajeros que subieran a cubierta.
Las reacciones fueron disímiles; algunos
se vistieron como para “un viaje al Polo”,
otros salieron en camisones, cubiertos por
abrigos de pieles; la Sra. Bishop abandonó
11 mil dólares en el camarote, pero más
tarde mandó devolverse a su esposo y
recoger su manguito; alguien se llenó los
bolsillos de la chaqueta con pesados libros
y un estudiante de teología se llevó sólo
su Biblia. Cada clase fue fiel a su propia
cubierta: la clase A se situó al centro del
barco; la clase B, hacia popa; la clase C,
más a pope o en punto de proa.
EN AGUAS DE SOUTHAMPTON. La
fotografía corresponde al “Titanic” y fue
tomada el 10 de abril de 1912. Cuatro
días más tarde, la terrible tragedia de su
naufragio conmovió al mundo entero.
División social a la hora de la muerte,
musitó para sí mismo más de alguien.
Entretanto, el director de le banda, Wallace
Henry Startley, reunió a sus hombres
y empezó a llenar el aire con música
ligera. Nunca los sobrevivientes de la
tragedia se pusieron de acuerdo sobre
qué piezas tocó la banda de Startley.
Entretanto, llegaron las primeras
respuestas a les llamadas de auxilio. El
vapor “Frankfort”, de le Norman German
Lloyd...
El “Virginian”, de la Allan Line. Pero
las respuestas eran: “Ok... esperamos”.
Cuando el telegrafista del “Carpathia”,
que estaba a distancia visible del “Titanic”,
volvió a su puesto, sintió ganas de charlar
y preguntó al teletipista del “Titanic” si
sabía algo de unos mensajes privados
que iban a pesar desde Cap Race.
—Vengan en seguida aquí, fue le
respuesta del teletipista Phillips, y dio la
ubicación del “Titanic”: 41.46 N, 50.14 W.
El telegrafista del “Carpathia”
vaciló un segundo: “Si, vamos
rápidamente”, dijo en seguida.
Entretanto, en cubierta se empezaban
a bajar los primeros botes salvavidas.
Mujeres y niños adelante..., los hombres,
atrás. Empezaron las escenas de miedo;
esposos que se despedían, mujeres
histéricas, que resbalaban o se negaban
a subir. Seis marineros bajan al interior del
“Titanic” para abrir los portalones de las
cubiertas inferiores y no regresar nunca. El
matrimonio Strauss, muy anciano, decide
no separarse y esperar “lo que sea” juntos.
Tranquilamente, se sientan en cubierta.
—Pónganse los salvavidas...
Suban a los botes... No demoren...
Las órdenes se suceden vertiginosamente.
Los botes descienden al océano negro. El
“Carpathia” se acerca, pero demora... El
“Titanic” se empieza a sumergir... El resto
son fantasmagóricas visiones de horror y
muerte. Todas ellas pueden resumirse en
una sola cifra: 1.513 de los 2.224 pasajeros
que iban a bordo perdieron la vida. Los
salvados fueron izados al “Carpathia”.
La imaginación creó anécdotas legendarias
en torno a los hechos, pero hubo detalles
macabramente reales, como que un
magnate subió al bote salvavidas su perro
pekinés y una señora se quejaba de haber
perdido su bate de encajes. Salvador
Guggenheim, prominente personaje, se
puso su traje de etiqueta para esperar la
muerte.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario