El 12 de junio de 1881, en un punto
desconocido, apenas superada la latitud
74°, más allá de le Tierra de Wrangel,
entre los hielos pre-polares, muere,
aprisionado por casquetes helados, un
barco histórico. Grietas dilatadas en las
salas de máquinas, los mástiles caídos
por encima del puente, la chimenea
hundirla. El espectáculo es dantesco. El
“Jeannette”, el antiguo yate inglés que
el expedicionario George Washington de
Long hable rearmado y remozado para
acometer un intento de llegar al Polo
Norte, era destrozado por el frío abrazo
de los icebergs.
Un poco más allá, y siempre desde
le superficie helada, los náufragos
del “Jeannette’ bromeaban, reían y
escuchaban la música que la boca de
uno de su compañeros arrancaba de
una armónica. La “fiesta” parecía irreal
y grotesca; pero el capitán De Long,
con el corazón quebrado de dolor, los
comprendía. Habían vivido un año y
medio... presos en el interior del barco.
Salir de allí, aunque fuera forzados
por tan amargas circunstancias, y
encaminados, seguramente, a la muerte,
era un transitorio alivio.
En segundos, como viendo le
retrospectiva de su propia vida, De Long
evocó el inicio de la expedición; el apoyo
financiero, dado por James Gordon
Bennet, director del “New Herald”, de
Nueva York, ese periodista visionario que
también había enviado e Stanley a África,
en busca de las huellas de Livingstone; el remo. zumiento del antiguo yate
inglés “Pandora”, que rebautizaron como
“Jeannette”, para el viaje; le selección
de sus tripulantes, la figura de su
esposa dándole un adiós; la multitud,
que abarrotaba los muelles de la Bahía
de San Francisco, el 8 de julio de 1879,
cuando el “Jeannette” se hizo a la mar;
el franqueo del estrecho de Bering; su
propio y obsesivo propósito de alcanzar
el Polo Norte, sueño ahora muerto, junto
con su barco, y el año y medio vivido a
bordo del barco, observando el universo
inquietante de las auroras boreales;
oraciones de Navidad y abrazos de
Año Nuevo y ladura, fatigosa tarea de
mantener la confianza en el espíritu de
sus hombres.
Pronto el capitán se repone. Es
necesario avanzar. Tienen trineos, botes
y perros. Embarcan todo en los tres
botes. Navegan por un mar salpicado de
pedazos de hielo. El 12 de septiembre
el bote de De Long, en un hundimiento
brusco del sector donde navega, se
pierde del resto. Es imposible retroceder.
Es necesario seguir; seguir y rezar por
los otros. El 10 de julio, un hombre, con
voz entrecortada, grita Tierra.Gaviotas,
-pájaros bobos y hasta una mariposa
confirman el anuncio. Pisan tierra firme.
En el recodo de un río encuentran tres
cabañas; en ellas, nada de víveres,
pero sí un tablero de ajedrez. Pero la
tierra no es la vida. El alimento se agota.
Dos marineros, los más fuertes, deben
partir en busca de auxilio. La estación
rusa más próxima está a 95 millas, Casi
agonizantes de hambre, caminan por
milagro. Encuentran unos indígenas que
no comprenden su lenguaje. De pronto,
casi como un espejismo, surge la figura
del mecánico jefe del “Jeannette”, que
comandaba uno de los botes separados
por el hielo del de De Long. Los marineros,
dirigidos por Melville, intentan que los
indígenas los encaminen hacia algún
punto a mandar un telegrama de auxilio.
El auxilio llega en pleno invierno y
la mayor parte de los náufragos son
repatriados. Sin embargo, el mecánico
jefe y otros voluntarios permanecen allí,
esperando organizar una expedición en
busca de su comandante. Búsquedas
desesperadas, retornos al punto de
partida; en marzo de 1882 parten
nuevamente. Descubren los restos
de una gran fogata. Impulsado por un
presentimiento, el mecánico jefe ordena
remover la nieve. Allí, rígidos, con los
rostros intactos, aún crispados, están los
cadáveres de George Washington de Long
y un grupo de sus tripulantes, Su diario
estaba escrito hasta el 31 de octubre,
En las últimas páginas, frases cortas,
desesperadas, y un apunte minucioso de
los hombres que iban muriendo.
El drama estaba consumado. George
Washington de Long no volvería a conjugar
otro sueño expedicionario. Se hicieron
otras expediciones para buscar el tercer
bote, que comandaba el lugarteniente
Chips. Nunca se encontraron rastros. Los
hielos guardaron el misterio.
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