viernes, agosto 14, 2015

Justo Armas: “El emperador descalzo”

2da parte

La suma de toda la investigación realizada por Déneke, con sus coincidencias históricas, estudio cráneofacial, el estudio de la escritura y los objetos encontrados en el país y en México y analizados por prestigiosas casas de antigüedades de Europa, podría dar como resultado que Justo Armas era Fernando Maximiliano de Habsburgo, el príncipe que vivió descalzo en El Salvador. 
Entre muchos otros objetos que Déneke ha ido encontrando dispersos en El Salvador y México, se encuentran dos juegos de cubiertos de la vajilla real de Maximiliano y Carlota. Uno de los juegos los regaló Justo Armas al general Potenciano Escalón, quien a su vez los heredó a su hija doña María Escalón de Núñez y ella también hizo lo propio con sus descendientes. Déneke pudo conseguirlos en préstamo y los llevó a Francia, donde está la sede de la empresa que había fabricado la vajilla de la pareja real, precisamente la Casa Christofle. Armaron un revuelo por los cubiertos y querían comprarlos. Déneke les dijo que no eran suyos y no podía venderlos. 
También llevaba un juego de cubiertos similar que él mismo había comprado a una coleccionista en México. El curador del museo de la Casa Christofle le confirmó que son exactamente del mismo juego, son originales. Se trata de unas piezas que se hicieron para Maximiliano y Carlota en Francia. Lo único es que unos han sido mal cuidados y otros han estado en uso. Con lupa se le encuentran fechas como un grabado de 15 de mayo de 1867. Ese grabado no fue hecho por los fabricantes, pero por el trato y la oxidación de ambos grabados, son de la misma época. El 15 de mayo de 1867 es el día en que Maximiliano cae prisionero. Ya no hay imperio. Y es entonces cuando nace el personaje de Justo Armas. 
Déneke también ha investigado a la familia de Armas, del puerto mexicano de Tampico. En un libro encontró un pasquín informativo publicado por Benito Juárez en un diario en el que se lee: “El archiduque Fernando Maximiliano José de Austria fue hecho justo por las armas el 19 de junio de 1867…“. “Fue hecho justo por las armas, de allí sale el nombre”, reflexiona, pausado, Déneke. 
Entre los objetos y documentos que han ido guiando la investigación de Rolando Ernesto Déneke se encuentra un testamento de Justo Armas redactado en 1922. El más antiguo que el investigador ha podido encontrar. Lo lee con emoción: 
“Ante mí, Alberto Mena, abogado y vecino de esta ciudad, y dos testigos que adelante denominaré, compareció el señor don Justo Armas, negociante, persona a quien declaro conocer, manifestando ser de 82 años de edad, domiciliario de esta capital, que nunca ha sabido el nombre de sus padres ni el lugar donde nació, pero que recuerda que durante su infancia y niñez se hallaba en San Antonio Texas, cuando pertenecía a México, al cuido de una señora y un sacerdote austríacos, de quienes fue sustraído por unos indios y posteriormente, todavía en su menor edad, se encontró en Tampico bajo el amparo de una familia española hacendada y muy rica que se apellidaba de Armas. Familia que cariñosamente lo atendió y le dio el nombre que lleva ahora. 
Durante su juventud, siempre se vio provisto de sus indispensables recursos para viajar, sin saber de cierto de dónde procedían hasta que con su personal trabajo pudo proporcionárselos. En el año de 1860 vino a esta república y desde entonces es domiciliario de esta capital. Declara que nunca ha sido casado y que no tiene ascendientes ni descendientes, que no es deudor a ninguna persona y que a él sí le deben. Entre los papeles que conserva guardados se encuentran los respectivos documentos. 
Declara de su exclusiva propiedad adquirida con su constante trabajo el conjunto de bienes que solo consisten en muebles que mencionarlos uno a uno separadamente sería demasiado prolijo, pero que designándolos en globo son los que siguen…, Un apartamento en el que guarda una vajilla de plata como para mil personas, en la cual figuran azafates, loncheras, refrigeradores, floreros, picheles y diferentes centros de mesa. Hay una colección de monedas de oro y otra de plata antigua, una caja de hierro, una vitrina conteniendo reliquias históricas antiguas de plata y de oro, un jardín de plantas portátiles no común..., etc.”. 
Justo Armas decía que era el único sobreviviente de un naufragio. Para Déneke esta aseveración estaba dicha en sentido figurado. Ningún náufrago con un nombre tan inusual como Justo Armas se presenta descalzo a la casa del canciller y vicepresidente de la república y logra que este lo reciba y lo presente con lo más distinguido de la sociedad de la época en el San Salvador de 1870. Si en realidad hubiera sido un náufrago, lo primero que se habría ido al fondo del mar es la vajilla de plata para mil personas. Todas esas pertenencias, según Deneke, debieron enviárselas después de su llegada al país. “Pienso que don Justo estaba hablando en sentido figurado. El era el único sobreviviente de un naufragio... el del imperio mexicano.” 
Hay relatos sobre Justo Armas que se han ido transmitiendo de generación en generación, y si bien algunos de ellos quedaron registrados en los periódicos de los años que siguieron a su muerte, otros existen solo en la memoria de los jóvenes que después fueron abuelos y los contaron a sus nietos. Una de esas historias se refiere a la promesa de no revelar quién era, que según se dice Justo Armas mantuvo hasta el final de sus días, y cuenta que cuando don Justo estaba ya al borde de la muerte mandó a llamar, para darle la extremaunción, al arzobispo de San Salvador, que en 1936 era monseñor Belloso Sánchez. 
Según el testimonio de quienes se mantuvieron cerca de su lecho de muerte —la familia Arbizú Bosque—, cuando Justo Armas expiró, el arzobispo salió del cuarto haciendo una genuflexión y en ningún momento le dio la espalda al lecho del difunto. Los presentes le preguntaron: “Monseñor, ¿ya murió don Justo?”, y el sacerdote, que se mostraba muy emocionado, respondió: “Ha muerto un príncipe”. 
Muy sorprendidos, los Arbizú Bosque le volvieron a preguntar: “Monseñor, ¿qué ha dicho usted?”. Cuenta el relato que en ese momento monseñor reaccionó —supuestamente cayendo en cuenta de que estaba revelando un secreto de confesión—, y cambió su respuesta: “Ha muerto como un príncipe”, dijo. 
Hay otra versión al respecto que sostiene que la respuesta de monseñor fue: “Ha muerto un emperador”, y que cuando le volvieron a preguntar respondió: “Ha muerto como un emperador”. Como sea, el fallecimiento de Justo Armas fue noticia de primera plana en los periódicos de la época, y las versiones a las que se refiere Déneke fueron publicadas con todo detalle en ellos. 
Hay una anécdota en donde doña Fe Porth narra la conversación que ella citaba en el Hotel Nuevo Mundo, propiedad de su padre. La abuela de Rolando Ernesto Déneke también le refirió una historia que contaba doña Fe Porth de Rodríguez, de los tiempos en que su padre, don Alexander Porth, tenía un hotel en el centro de San Salvador que se llamaba Hotel Nuevo Mundo, el mejor de la época. 
Durante la Primera Guerra Mundial, vinieron dos embajadores extraordinarios de Austria al Hotel Nuevo Mundo. El papá de doña Fe era alemán y ella también entendía alemán. Se entrevistaron con don Alexander y le dijeron que venían con el único propósito de reunirse con Justo Armas. Entonces, con un carretonero mandaron llamar a Justo Armas y no se presentó. Los señores estaban impacientes y le pidieron a don Alexander que por favor buscara la manera de conseguirles una entrevista con Armas. Le mandaron llamar por segunda vez y tampoco se presentó. 
Doña Fe, que en ese tiempo era una señorita, pues no se había casado, había recibido junto a algunas amigas clases de etiqueta con Justo Armas, quien les había dicho que cuando a uno lo invitaban una primera vez y se disculpaba, lo invitaban una segunda vez y uno se disculpaba, y lo volvían a invitar una tercera vez, la etiqueta de entonces mandaba que uno tenía que presentarse, saludar y retirarse. Con ese simple gesto de corrección, las personas que esperaban debían entender que su invitación no era bienvenida. 
Así es que la tercera vez que lo mandaron llamar, doña Fe estaba a la expectativa para ver si cumplía con la etiqueta. Y efectivamente, Justo Armas se presentó y relataba doña Fe que al llegar, en vez de recibirlo los embajadores en uno de los salones, se fueron directamente a la habitación, cosa que le llamó mucho la atención. 
Entonces, ella se hizo pasar por una persona que andaba por allí viendo que los cuartos estuvieran arreglados y escuchó la siguiente charla: los embajadores le dijeron a don Justo Armas: “Hemos venido con el único propósito de llevarlo a usted con nosotros a Austria. Usted es el legítimo heredero del trono, su hermano el emperador Francisco José está gravemente enfermo. Es por eso que es necesario que nos vayamos cuanto antes”. Esta plática se desarrolló en alemán, doña Fe entendía perfectamente el alemán y no tuvo ningún problema para comprender lo que se hablaba en la habitación. 
Don Justo Armas contestó a lo que le habían dicho los embajadores: “La persona a la que ustedes se refieren (no les dijo mi hermano el emperador, ni les dijo Francisco José) es precisamente la que me hizo firmar en contra de mi voluntad un pacto en el que yo y mi descendencia renunciábamos al reinado. Yo soy un hombre viejo, estoy cansado y lo único que quiero es que me dejen en paz”. 
Acto seguido, abrió la puerta y se encontró con doña Fe que estaba oyendo la charla. Esto lo sobresaltó mucho y salió dando un portazo. Rolando Ernesto Déneke corroboró la existencia de esa historia a través de la familia Rodríguez Porth y otros miembros de familias de señoritas a las que doña Fe les comentó sobre esa reacción de Armas. 
Lo anterior nos confirma que el gobierno austriaco, sabía que Maximiliano no había muerto, pero por conveniencia habían aceptado la muerte oficial acaecida en Querétaro en 1867. La madre de Maximiliano nunca lo supo y murió afirmando que el cadáver que el gobierno mexicano les había enviado no era el de su hijo. Francisco José, el emperador probablemente si lo sabia al igual que su gobierno, pero debieron mantener el secreto para tener alejado a Maximiliano de la Corte de Austria, en donde para el Emperador él era una persona políticamente peligrosa. 
Ahora bien, Don Justo Armas, venía viviendo en El Salvador probablemente desde 1870, y se había establecido muy bien en la más alta sociedad salvadoreña. Y aunque estaba al tanto de lo que sucedía tanto en México como en Europa, sobre todo en Austria, el había ya aceptado su nueva posición. Su vida en El Salvador era tranquila, de gran solvencia económica. 
Al mismo tiempo era un anciano dos años menor que Francisco José, tendría entonces alrededor de 82 años. Que podría interesarle a esa edad, asumir las riendas de un imperio que tenía los días contados?. En medio de una gran guerra, en donde el pueblo ya no quería a los Habsburgo por absolutistas, en un mundo en donde las democracias estaban abriéndose camino. Maximiliano era un liberal, pero ya no tenía peso en una corte absolutista a punto de extinguirse. Pensaríamos que Maximiliano o Justo Armas tomó una sabia decisión. No le costó hacerlo, pues él ya pertenecía a otro mundo, alejado de la política, de las guerras, de las revoluciones y del oropel de las cortes imperiales, en donde lo superfluo y lo intrascendente estaban por encima de lo justo y conveniente para el verdadero pueblo. 
Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena, archiduque de Austria pudo vencer el destino, muriendo en paz, rodeado de las personas que lo quisieron y le dotaron de una familia adoptiva, en una patria extraña, al otro lado del mundo que le vio nacer. Lejos quedaron todos aquellos que le causaron mal por envidia o conveniencia, durante la primera parte de su vida.

Fraternalmente
C. L.A.E. Juan Manuel Becerra Casillas
Bibliografía:
www.wikipedia.org
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