2da parte
La suma de toda la investigación realizada por Déneke,
con sus coincidencias históricas, estudio cráneofacial,
el estudio de la escritura y los objetos
encontrados en el país y en México y analizados
por prestigiosas casas de antigüedades de
Europa, podría dar como resultado que
Justo Armas era Fernando Maximiliano de
Habsburgo, el príncipe que vivió descalzo en
El Salvador.
Entre muchos otros objetos que Déneke
ha ido encontrando dispersos en El Salvador
y México, se encuentran dos juegos de
cubiertos de la vajilla real de Maximiliano y
Carlota. Uno de los juegos los regaló Justo
Armas al general Potenciano Escalón, quien a
su vez los heredó a su hija doña María Escalón
de Núñez y ella también hizo lo propio con sus
descendientes. Déneke pudo conseguirlos en
préstamo y los llevó a Francia, donde está la sede
de la empresa que había fabricado la vajilla de la pareja
real, precisamente la Casa Christofle. Armaron un revuelo por
los cubiertos y querían comprarlos. Déneke les dijo que no eran
suyos y no podía venderlos.
También llevaba un juego de cubiertos similar que él mismo había
comprado a una coleccionista en México. El curador del museo
de la Casa Christofle le confirmó que son exactamente del mismo
juego, son originales. Se trata de unas piezas que se hicieron para
Maximiliano y Carlota en Francia. Lo único es que unos han sido
mal cuidados y otros han estado en uso. Con lupa se le encuentran
fechas como un grabado de 15 de mayo de 1867. Ese grabado no
fue hecho por los fabricantes, pero por el trato y la oxidación de
ambos grabados, son de la misma época. El 15 de mayo de 1867
es el día en que Maximiliano cae prisionero. Ya no hay imperio. Y es
entonces cuando nace el personaje de Justo Armas.
Déneke también ha investigado a la familia de Armas, del puerto
mexicano de Tampico. En un libro encontró un pasquín informativo
publicado por Benito Juárez en un diario en el que se lee: “El
archiduque Fernando Maximiliano José de Austria fue hecho justo
por las armas el 19 de junio de 1867…“. “Fue hecho justo por las
armas, de allí sale el nombre”, reflexiona, pausado, Déneke.
Entre los objetos y documentos que han ido guiando la
investigación de Rolando Ernesto Déneke se encuentra un
testamento de Justo Armas redactado en 1922. El más antiguo que
el investigador ha podido encontrar. Lo lee con emoción:
“Ante mí, Alberto Mena, abogado y vecino de esta ciudad, y dos
testigos que adelante denominaré, compareció el señor don Justo
Armas, negociante, persona a quien declaro conocer, manifestando
ser de 82 años de edad, domiciliario de esta capital, que nunca ha
sabido el nombre de sus padres ni el lugar donde nació, pero que
recuerda que durante su infancia y niñez se hallaba en San Antonio
Texas, cuando pertenecía a México, al cuido de una señora y un
sacerdote austríacos, de quienes fue sustraído por unos indios y
posteriormente, todavía en su menor edad, se encontró en Tampico
bajo el amparo de una familia española hacendada y muy rica que se
apellidaba de Armas. Familia que cariñosamente lo atendió y le dio el
nombre que lleva ahora.
Durante su juventud, siempre se vio provisto de sus
indispensables recursos para viajar, sin saber de cierto
de dónde procedían hasta que con su personal
trabajo pudo proporcionárselos. En el año de
1860 vino a esta república y desde entonces es
domiciliario de esta capital. Declara que nunca
ha sido casado y que no tiene ascendientes
ni descendientes, que no es deudor a ninguna
persona y que a él sí le deben. Entre los papeles
que conserva guardados se encuentran los
respectivos documentos.
Declara de su exclusiva propiedad adquirida
con su constante trabajo el conjunto de bienes
que solo consisten en muebles que mencionarlos
uno a uno separadamente sería demasiado
prolijo, pero que designándolos en globo son los
que siguen…, Un apartamento en el que guarda una
vajilla de plata como para mil personas, en la cual figuran
azafates, loncheras, refrigeradores, floreros, picheles y
diferentes centros de mesa. Hay una colección de monedas de oro
y otra de plata antigua, una caja de hierro, una vitrina conteniendo
reliquias históricas antiguas de plata y de oro, un jardín de plantas
portátiles no común..., etc.”.
Justo Armas decía que era el único sobreviviente de un
naufragio. Para Déneke esta aseveración estaba dicha en sentido
figurado. Ningún náufrago con un nombre tan inusual como Justo
Armas se presenta descalzo a la casa del canciller y vicepresidente
de la república y logra que este lo reciba y lo presente con lo más
distinguido de la sociedad de la época en el San Salvador de 1870.
Si en realidad hubiera sido un náufrago, lo primero que se habría
ido al fondo del mar es la vajilla de plata para mil personas. Todas
esas pertenencias, según Deneke, debieron enviárselas después
de su llegada al país. “Pienso que don Justo estaba hablando en
sentido figurado. El era el único sobreviviente de un naufragio... el
del imperio mexicano.”
Hay relatos sobre Justo Armas que se han ido transmitiendo
de generación en generación, y si bien algunos de ellos quedaron
registrados en los periódicos de los años que siguieron a su muerte,
otros existen solo en la memoria de los jóvenes que después fueron
abuelos y los contaron a sus nietos. Una de esas historias se
refiere a la promesa de no revelar quién era, que según se dice Justo
Armas mantuvo hasta el final de sus días, y cuenta que cuando don
Justo estaba ya al borde de la muerte mandó a llamar, para darle
la extremaunción, al arzobispo de San Salvador, que en 1936 era
monseñor Belloso Sánchez.
Según el testimonio de quienes se mantuvieron cerca de su lecho
de muerte —la familia Arbizú Bosque—, cuando Justo Armas expiró,
el arzobispo salió del cuarto haciendo una genuflexión y en ningún
momento le dio la espalda al lecho del difunto. Los presentes le
preguntaron: “Monseñor, ¿ya murió don Justo?”, y el sacerdote, que
se mostraba muy emocionado, respondió: “Ha muerto un príncipe”.
Muy sorprendidos, los Arbizú Bosque le volvieron a preguntar:
“Monseñor, ¿qué ha dicho usted?”. Cuenta el relato que en ese
momento monseñor reaccionó —supuestamente cayendo en cuenta
de que estaba revelando un secreto de confesión—, y cambió su
respuesta: “Ha muerto como un príncipe”, dijo.
Hay otra versión al respecto que sostiene que la respuesta de
monseñor fue: “Ha muerto un emperador”, y que cuando le volvieron
a preguntar respondió: “Ha muerto como un emperador”. Como sea,
el fallecimiento de Justo Armas fue noticia de primera plana en los
periódicos de la época, y las versiones a las que se refiere Déneke
fueron publicadas con todo detalle en ellos.
Hay una anécdota en donde doña Fe Porth narra la conversación
que ella citaba en el Hotel Nuevo Mundo, propiedad de su padre. La
abuela de Rolando Ernesto Déneke también le refirió una historia
que contaba doña Fe Porth de Rodríguez, de los tiempos en que
su padre, don Alexander Porth, tenía un hotel en el centro de San
Salvador que se llamaba Hotel Nuevo Mundo, el mejor de la época.
Durante la Primera Guerra Mundial, vinieron dos embajadores
extraordinarios de Austria al Hotel Nuevo Mundo. El papá de doña
Fe era alemán y ella también entendía alemán. Se entrevistaron con
don Alexander y le dijeron que venían con el único
propósito de reunirse con Justo Armas. Entonces,
con un carretonero mandaron llamar a Justo Armas
y no se presentó. Los señores estaban impacientes
y le pidieron a don Alexander que por favor buscara
la manera de conseguirles una entrevista con
Armas. Le mandaron llamar por segunda vez y
tampoco se presentó.
Doña Fe, que en ese tiempo era una señorita,
pues no se había casado, había recibido junto a
algunas amigas clases de etiqueta con Justo Armas,
quien les había dicho que cuando a uno lo invitaban
una primera vez y se disculpaba, lo invitaban una
segunda vez y uno se disculpaba, y lo volvían
a invitar una tercera vez, la etiqueta de entonces
mandaba que uno tenía que presentarse, saludar y retirarse. Con
ese simple gesto de corrección, las personas que esperaban debían
entender que su invitación no era bienvenida.
Así es que la tercera vez que lo mandaron llamar, doña Fe estaba
a la expectativa para ver si cumplía con la etiqueta. Y efectivamente,
Justo Armas se presentó y relataba doña Fe que al llegar, en vez
de recibirlo los embajadores en uno de los salones, se fueron
directamente a la habitación, cosa que le llamó mucho la atención.
Entonces, ella se hizo pasar por una persona que andaba por allí
viendo que los cuartos estuvieran arreglados y escuchó la siguiente
charla: los embajadores le dijeron a don Justo Armas: “Hemos
venido con el único propósito de llevarlo a usted con nosotros
a Austria. Usted es el legítimo heredero del trono, su hermano el
emperador Francisco José está gravemente enfermo. Es por eso
que es necesario que nos vayamos cuanto antes”. Esta plática se
desarrolló en alemán, doña Fe entendía perfectamente el alemán y
no tuvo ningún problema para comprender lo que se hablaba en la
habitación.
Don Justo Armas contestó a lo que le habían dicho los
embajadores: “La persona a la que ustedes se refieren (no les dijo mi
hermano el emperador, ni les dijo Francisco José) es precisamente
la que me hizo firmar en contra de mi voluntad un pacto en el que
yo y mi descendencia renunciábamos al reinado. Yo soy un hombre
viejo, estoy cansado y lo único que quiero es que me dejen en paz”.
Acto seguido, abrió la puerta y se encontró con doña Fe que
estaba oyendo la charla. Esto lo sobresaltó mucho y salió dando un
portazo. Rolando Ernesto Déneke corroboró la existencia de esa
historia a través de la familia Rodríguez Porth y otros miembros
de familias de señoritas a las que doña Fe les comentó sobre esa
reacción de Armas.
Lo anterior nos confirma que el gobierno austriaco, sabía
que Maximiliano no había muerto, pero por conveniencia habían
aceptado la muerte oficial acaecida en Querétaro en 1867. La madre
de Maximiliano nunca lo supo y murió afirmando que el cadáver
que el gobierno mexicano les había enviado no era el de su hijo.
Francisco José, el emperador probablemente si lo sabia al igual que
su gobierno, pero debieron mantener el secreto para tener alejado a
Maximiliano de la Corte de Austria, en donde para el Emperador él
era una persona políticamente peligrosa.
Ahora bien, Don Justo Armas, venía viviendo en El Salvador
probablemente desde 1870, y se había establecido muy bien en la
más alta sociedad salvadoreña. Y aunque estaba al tanto de lo que
sucedía tanto en México como en Europa, sobre todo en Austria, el
había ya aceptado su nueva posición. Su vida en El Salvador era
tranquila, de gran solvencia económica.
Al mismo tiempo era un anciano dos años menor
que Francisco José, tendría entonces alrededor de 82
años. Que podría interesarle a esa edad, asumir las
riendas de un imperio que tenía los días contados?. En
medio de una gran guerra, en donde el pueblo ya no
quería a los Habsburgo por absolutistas, en un mundo
en donde las democracias estaban abriéndose camino.
Maximiliano era un liberal, pero ya no tenía peso en una
corte absolutista a punto de extinguirse.
Pensaríamos que Maximiliano o Justo Armas tomó
una sabia decisión. No le costó hacerlo, pues él ya
pertenecía a otro mundo, alejado de la política, de las
guerras, de las revoluciones y del oropel de las cortes
imperiales, en donde lo superfluo y lo intrascendente
estaban por encima de lo justo y conveniente para el
verdadero pueblo.
Fernando Maximiliano José María de Habsburgo-Lorena,
archiduque de Austria pudo vencer el destino, muriendo en paz,
rodeado de las personas que lo quisieron y le dotaron de una
familia adoptiva, en una patria extraña, al otro lado del mundo que
le vio nacer. Lejos quedaron todos aquellos que le causaron mal por
envidia o conveniencia, durante la primera parte de su vida.
Fraternalmente
C. L.A.E. Juan Manuel Becerra Casillas
Bibliografía:
www.wikipedia.org
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Pacheco Colín, Ricardo: “Silvio Zavala: la historia del indulto
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González Olvera, Pedro: “Maximiliano en El Salvador.” En: El
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Lamperti, John: Who Was Justo Armas? 2001. http://www.math.
dartmouth.edu/~lamperti/Justo_Armas.html (26.04.04).
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