lunes, octubre 05, 2015

Cuando hay desquite, ni coraje da

Gonzalo “Chalo” de la Torre Hdez.
chalo2008jalos@hotmail.com
Jalostotitlán, Jal. a 27 de agosto de 2015

Dícese de un matrimonio en que ambos contrayentes eran muy aficionados a los automóviles y que la mujer, por esas cosas de los tiempos modernos, se va de vacaciones mientras su marido tuvo que seguir laborando. Ya ve usted que en estos tiempos es muy difícil que cuando ambos cónyuges trabajan, las vacaciones de ambos coincidan. A mitad de esa época vacacional, el marido recibe un telegrama desde el puerto donde su media naranja, disfruta de las “incomodidades” de su estancia en la playa. 
Al abrir el sobre y leer su contenido, encuentra sólo tres frases escuetas y no muy informativas. La mujer le dice: Viejo, favor de mandarme tu firma para el divorcio.- Encontré compañero ideal.- Reúne las condiciones del Ford Fiesta 2005. 
Entre apesadumbrado, sorprendido, turulato y apendejado, le pide a su vez, ella le aclare cómo está eso de las condiciones del auto mencionado. Y en la respuesta le aclara; mira, el eje es más largo, su autonomía de rodaje es mayor, la economía lo hace costeable, tiene mayor empuje y no se sienta en las subidas y además cabe en cualquier rincón. 
Pasa un tiempo y la mujer ahora recibe un telegrama de su ex en donde le dice: con gusto te envío los papeles firmados para el divorcio, también encontré una compañera ideal; tiene las cualidades de una cherokee 2015.
La fémina, extrañada, pregunta cuáles son esas cualidades. Ni tardo ni perezoso, él le responde; mira, es nueva, cero kilómetros, es muy económica, aguanta muchas horas, no se recalienta, no rechina al meter cambio de velocidades, su escape es más silencioso y además puede funcionar con las dos tracciones. 
Ese fue un divorcio acordado, basado en los desquites, pero funcional. Bueno. 
Eso de la venganza es cosa delicada. Dice el diccionario de la editorial Hachette Castell acerca del verbo vengar: tomar satisfacción de un agravio o daño recibido. Asimismo dice, vengativo: inclinado o determinado a tomar venganza de cualquier agravio. Platicando con un gran número de personas acerca de este tema escabroso, se puede deducir que todas las personas estamos predispuestos a vengarnos si alguien nos hace daño. Parece de lo más natural y además lógico, aunque no sea lo conveniente. Una revancha, es una revancha.
 Entre los entrevistados, es sorprendente la cantidad de personas que sugieren esperar un tiempo a que se enfríen los ánimos y perdonar a quien o quienes aún de mala fé, nos han causado un daño irreversible. Sus creencias religiosas así lo imponen aunque por dentro se desate una lucha entre lo justo y lo correcto, que no siempre es lo mismo. El deseo de venganza es como un tumor que va creciendo y oprime todos los demás sentidos hasta cegar la mente, ofusca la razón y se vuelve un animal salvaje muy difícil de domar, aunque no imposible. 
La naturaleza humana grita: ¡véngate! Desquita tu furor y causa un daño igual o mayor a quien te dañó. La razón y el sentido social te susurra al oído: perdona y olvida. Pon la otra mejilla. ¡cuán difícil es llevar a cabo estas recomendaciones! 
La mente frenéticamente produce una infinidad de pensamientos a cual más de contradictorios. Tu bondad interior te aconseja no hacer caso. Te dice: ¡a gritos de puerco, oídos de matancero! Tus amistades, algunas te dicen: si a mí me hicieran eso, algo haría en su contra. No se puede quedar así. Otros te dicen que los ignores, que no tiene la menor importancia. 
Decía un señor que se las daba de muy vengativo: si me la hacen, me vengo y si me vengo, gozo. 
La venganza no puede proporcionar placer; si acaso a lo más que puede llegar es a hacerte sentir un relativo alivio al pensar que equilibraste las circunstancias causando daño a quien te dañó, y sobretodo si es de manera injusta. Cualquier persona con uso de razón, es imposible que sienta placer de dañar por dañar. No va con la naturaleza humana. 
Pero ¿por qué la venganza?, si un buen diálogo puede arreglar infinidad de malentendidos o calumnias dolosas. Si usted siente en su conciencia que causó daño a alguien injustamente, por algún chisme doloso, un desquite envidioso o fue víctima de la insidia de algún vecino, reconózcalo y discúlpese con el agraviado. 
Si usted tiene sentimientos religiosos bien cimentados y lo pregona, pregúntese qué será más difícil, perdonar o pedir perdón. 
Si el que perdona muestra su grandeza de espíritu, el que pide perdón sinceramente, puede demostrar una grandeza aún mayor cuando reconoce su error. Eso sí es justo y es correcto. Dijo el mismísimo Cristo: hay que perdonar hasta setenta veces siete. ¿y cuántas veces hay que pedir perdón?, pues hasta setenta veces siete. 
En un caso personal de este su servidor, acudí a un señor cura para buscar un diálogo entre ofensor y ofendido y sencillamente me respondió: demándalo judicialmente. Yo deseaba un diálogo aclaratorio y conciliatorio. Su respuesta me sorprendió y bajó mucho los niveles de credibilidad en dirigentes varios de origen político o religioso. Lástima. 
Perdonar es bueno y conveniente. Pedir perdón y obtenerlo, puede ser aún mejor. 
El Señor dijo: La venganza es mía.

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