Gonzalo “Chalo” de la Torre Hdez.
chalo2008jalos@hotmail.com
Jalostotitlán, Jal. a 27 de agosto de 2015
Un electricista le grita desde lo alto de una escalera a su ayudante: hey “toques”, ves esos dos cables tirados ahí; uno negro y uno rojo?
Sí; le responde el chalán.
- Agarra la punta del negro y dime si sientes algo.
- Sí patrón, ya lo agarré.
- ¿No sientes nada?
- No, jefe!
- Bueno, no agarres el cable rojo, porque ese lleva mucho voltaje
y ese si te ch…amusca.
Hombre, que forma de poner en riesgo al canchanchán, solo
porque está aprendiendo.
Los electricistas de los pueblos, son algo así como un técnico
necesario pero que la sociedad no ve como a un profesionista o a un
político. El respeto que se le tiene, generalmente termina al terminar el
trabajo y todo lo eléctrico en la casa ya funciona. Ah!, pero, si no hubiese
electricistas, nada funcionaría en las casas; ni el refri, ni la tele, ni el
timbre, ni los focos, ni la puerta automática, ni la compu, ni las alarmas,
ni nada!.
Un día cualquiera, un viajero cuyo auto sufre una descompostura,
sale a un lado de la carretera y abre el cofre con intención de investigar
cuál es el problema e intentar resolverlo. Levanta el cofre y lo asegura
bien con su soporte, (si le sucede algo parecido, asegúrese que está
bien soportado el cofre, para no sufrir un accidente) y comienza a revisar.
Mientras lo hace, escucha una voz muy grave que le dice al oído: ¡es
el carburador! Sorprendido, voltea a ver al autor del comentario, pero
solo ve a un caballo junto a él y nadie más. Pensando que su mente le
está jugando una travesura al imaginar voces, olvida el incidente y sigue
revisando. Vuelve a escuchar la misma voz y el mismo comentario.
Sucede lo mismo; escucha la misma voz y ve al mismo caballo, pero
a ninguna persona. Se dice para sí; ¡ya estoy oyendo visiones!. Literal;
así se dijo para sí.
Sigue revisando y a la tercera ocasión que oye que es el carburador,
se da cuenta sin duda que el caballo fue el que habló y le recomendó
revisar el radiador. Asustado; qué digo asustado; ¡espantado!, echóse
a correr y no paró hasta llegar al pueblo más próximo y se dirigió de
inmediato a la primera cantina que encontró y pidió dos bebidas fuertes
para reponerse de la impresión. No una ni tres bebidas; ¡Dos!, para que
amarre.
El cantinero impasible al darse cuenta de su alteración le preguntó
qué le sucedía. Al narrarle los acontecimientos al cantinero, éste le
pregunta:
- Es un caballo apaloosa color miel y ya medio avejentado?
Sí, le responde con un brillo de esperanza el viajero a su consolador
etílico.
Y el barman le contesta con un dejo de menosprecio; Ah! No le
haga caso, ese pinche caballo no sabe nada de mecánica.
¡Ah!. Cuánto dependemos de los mecánicos. En ocasiones no
sabemos nada de mecánica. Ni siquiera sabemos dónde se encuentra
la espiroqueta de la chafaldrana del perno colgante del chasís central.
Pero cuando se descompone el auto, levantamos el cofre (si es que
sabemos como hacerlo), y miramos todo el fierraje que está junto al
motor, como esperando que alguna lucecita nos diga; aquí está la falla
y el instructivo para su reparación. A medias de la nada y de la noche,
en una descompostura, nada es más deseado que un mecánico. Sí;
ta`fácil.
Un grupo de albañiles, en un velorio, preguntan al compadre
del difunto; ¿oye, qué tú escuchaste las últimas palabras del maistro
Filomeno?
- Sí, yo fui el último en escucharlo.
-¿ y qué fue lo que dijo?
- No muevas el andamio, piche compadreeeeeeeeee.
Los albañiles, de todos mis respetos, son tal vez los más
menospreciados de los oficios dedicados a nuestro bienestar en las
casas, llámele la industria de la construcción, si lo desea. Para mucha
gente al referirse a ellos, dicen frases más o menos como éstas: ¿ese
es tu novio?- sí, pero es albañil. Como si eso fuera pecado o un defecto.
Es una gran cualidad ser un maistro albañil. Los hay y muy buenos. Los
albañiles hacen lo que el arquitecto diseña y le da forma a los sueños de
la estética en la construcción; a nuestras moradas en las que al menos
pernoctamos y convivimos con la familia.
Un fontanero llega a un edificio de departamentos y pregunta en
el primer piso; disculpe, ¿sabe usted en qué departamento viven los
Ibargüengoitia?
El inquilino cuestionado le responde; ¡Uh!, hace como seis meses
que se cambiaron porque no soportaron una fuga de agua en la cocina.
Y el fontanero exclama indignado: ¡ así son las gentes; le hablan
a un fontanero de urgencia y luego se marchan!, nomás lo hacen a uno
echar vuelta de oquis. (ha de haber sido Chalo, jajajaja)
Lo cierto es que muchas personas necesitamos a los fontaneros;
nomás échele tanteadas: si no hubiese fontaneros, en la casa no
tendríamos agua en la llave, ni en los tinacos, ni en la cocina, ni en los
baños, ni en la cochera, ni en la lavadora; es más, no tendríamos agua
en ningún lado.
Estos oficios, por su importancia, bien podrían ser llamados
profesiones. No se estudian en la universidad, pero se depende tanto
de ellos, que no podríamos en la actualidad cubrir el mínimo de confort
e higiene para poder decir que se tiene una vida digna o confortable al
menos.
Todos los oficios mencionados, tienen un denominador común;
para su desempeño, es casi inevitable ensuciarse las manos, el cuerpo,
la ropa y a veces hasta el alma. Mucha gente les llama “trabajos sucios”.
Pero con una bañada se quita. Lo sucio del alma, es más difícil de lavar.
Ocurre otra opinión generalizada, salvo excepciones, que estos
oficios están peleados con la educación y la cultura. Suponen muchos,
que un fontanero, no sabe nada de Beethoven o Mozart o Rachmaninoff
o Giusseppe Verdí. Parece otro idioma hablar de las sinfonías número
7 o 9 del sordo de Bonn, o el concierto No. 21 para piano, llamado
también “Elvira Madigan” del Genio austríaco, que tal vez haya sido el
más prolífico de los músicos de la historia, o el concierto para piano del
ruso famoso o quién no conoce la marcha triunfal de Aída, del Italiano
cuya mente produjo la mayoría de las óperas más famosas y que
normalmente se toca en todas las fiestas de quinceañeras. A propósito
de fiestas; casi en todas ellas, hay pastel y a la hora de la partición
y repartición, tocan una famosa melodía a la que llaman muchos,
“queremos pastel”, y que no es otra, que el tal vez más famosos de los
valses; “el Danubio Azul” de Strauss.
Hay muchos fontaneros, electricistas, mecánicos y albañiles
que poseen una gran afición por la cultura universal. Pero como
muchos suponen que para esos oficios no se necesita ni inteligencia ni
preparación, es fácil menospreciar sus cualidades y su trabajo.
Invito a los lectores a que valoremos la dependencia que nuestro
confort y bienestar tiene de esos oficios y reconozcamos la utilidad que
tienen para la sociedad.
Así pues, podemos inventar el día del fontanero, del electricista,
del albañil, del mecánico, etc, etc, etc.
Todos dependemos de todos. Tan tán.
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