
Ya de adolescente trabajó con
su padre viajando con un circo
o haciendo acrobacias en las
calles. Probó fortuna con el canto
callejero, junto a su media hermana
Mamone (hija ilegítima de su padre),
recogiendo pocas monedas diarias.
A los 16 años quedó embarazada,
pero su hija Castelle falleció a los
dos años de meningitis, además ella
quedó imposibilitada de tener hijos.
En 1935 cuando cantaba en una
avenida de París, fue vista por un
empresario llamado Louis Lepleé, el
cual quedó fascinado y la contrató
para que trabajara en su bar, Lepleé
fue quien la bautizó como “Piaf”,
que significa pequeño gorrión, pues
la veía como un pajarito con una
poderosa voz.
Leplée la convirtió en una estrella
enseñándole a mostrar su lento
ante el público; aquel cabaret era
además un lugar donde venían
muchas celebridades de la capital.
Pero su vida nunca fue camino de
rosas; al poco tiempo, Leplée, al que
ella llamaba “papa” apareció muerto
en su despacho. Aquel día no sólo
perdió a su amigo y patrón , sino que
la policía la trató como sospechosa
del asesina.
A partir de este momento ella
comenzó a beber y a drogarse
de forma infernal, y se acostaba
con cualquiera. Edith era de esas
mujeres que cuando se enamoran,
lo hacen hasta la médula. De esas
que, cuando se proponen conquistar
a un hombre, olvidan el sentido de
la dignidad. Independientemente
de las circunstancias en que
se produjeran sus relaciones
sexuales, Edith probó de todo
y gozó con cada uno de sus
amantes. La palabra exceso no
formaba parte de su vocabulario.
A finales de los años treinta del
pasado siglo conoció al letrista
Raymond Asso, quien la ayudó
a salir de la cloaca en que había
convertido su vida. De nuevo
volvió a cosechar grandes éxitos
gracias a sus canciones más
famosas, como Je ne regrette
rien, La vie en rose, Les amants
de Paris, y otras. Sus éxitos le
proporcionaron grandes sumas
de dinero que ella derrochaba con
sus amantes y ayudando a todo
aquel que se lo pidiera.
Pero su gran amor, «el único
hombre al que he querido», según
ella misma afirmó, fue el boxeador
Marcel Cerdan, un marroquí de origen
humilde que llegó a convertirse en
una gloria nacional para Francia. Se
conocieron en París en noviembre
de 1945 en un club en el que ella
cantaba. Marcel se emocionó con su
voz.
El encuentro decisivo no se
produjo hasta 1947, en un restaurante
francés de Nueva York. Enseguida
se gustaron, quedaron para cenar y
él se quedó en el hotel de Edith. En
marzo de 1948 se produjo un nuevo
encuentro. Aunque ambos intentaron
ser discretos, porque él estaba
casado y tenía tres hijos, un periódico
les descubrió.
Cerdan se las arregló para evitar
que Marinette, su esposa, rompiera
el matrimonio, pero sin dejar a Edith.
El 23 de mayo de 1948, Cerdan
perdió por primera vez un combate
y los periódicos acusaron a Piaf de
traerle mala suerte. Sin embargo,
sólo fue un revés pasajero y el 21 de
septiembre se convirtió en campeón
del mundo de los pesos medios.
Ella tenía tal pasión por Marcel
que nunca estaba satisfecha y
necesitaba tenerlo a su lado en cada
minuto de su vida. El llevaba una vida
dedicada a su profesión, boxeando
por distintos países de Europa, y ella
necesitaba su cálida compañía, hasta
que un día le rogó por su presencia.
Cerdán subió a un avión, del cual no
bajaría jamás pues se estrelló en una
isla. Edith estuvo a punto de acabar
con su vida, pero Momone la vigiló y
sedó para evitar otra tragedia.
Cuando Marcel se marchó, Edith
volvió a su vida agitada. La menuda
parisiense (medía 1,47 m.) fue una
devoradora de hombres. En aquellos
momentos vivió sendos romances
con el cantante Jean-Louis Jaubert y
con el actor John Garfi eld. Entre
otros amantes de la cantante se
encuentran Eddie Constantinn, Yves
Montand, Georges Moustaki y Charles
Aznavour. La tensión sexual que le
producía el deseo del otro la hacía
dormir con los puños cerrados. Le
gustaban especialmente los hombres
de ojos azules, pero no le hacía ascos
a nadie. Sus relaciones siempre eran
apasionadas y destructivas. Ella se
dejaba abofetear o maltratar por
sus amantes, a cambio les era infiel
siempre. Quizá la única excepción
fue la que hizo con Y ves Montand.
En 1958 conoció a Georges
Moustaki, con el que mantuvo un al
faire que duró
algo más de
un año. Ella
entonces tenía
cuarenta y
dos y él sólo
veintitrés,
según
Georges
tenían una
buena relación
pero el alcohol
y las drogas
los separó. Ella
se encerraba
en su cuarto a
tomar cerveza,
la que mezclaba con ansiolíticos
y anfetaminas. Moustaki fue
reemplazado por Douglas Davis un
joven pintor.
En 1959 a Edith le diagnosticaron
un cáncer, lo que ya no le permitiría
recuperarse jamás, e ir debilitándose
día a día. Bajo estas circunstancias,
un año antes de morir contrajo
matrimonio con un peluquero con
ambición de carrera en el mundo de
la canción, llamado Théo Sarapo que
tenía entonces veintiséis años.
Murió en 1963, a su entierro en
París, , asistieron más de cuarenta
mil personas. Todavía hoy en día
se descubren flores frescas en la
tumba donde está enterrada, en el
cementerio de Pére-Lachaise Fue una
mujer que conoció la más terrible de
las desgracias, que
es estar rodeada
de personas que la
adoraban mientras
ella vivía en la más
absoluta de las
soledades.
El fin del amor
El 28 de octubre
de 1949 se estrelló
el avión en el que
viajaba Cerdan
camino de Nueva
York. Allí se encontraba Edith, quien
le había apremiado para que se
reuniera con ella. En memoria de
Cerdan, Edith escribió «La belle
histoire d’amour»: «Je n’oublierai
jamais /Nous deux, comme on s’aimait
/Toutes les nuits, tous les tours, 1…
La belle histoire d’amour… 1… La
bel/e histoire d’amour… /Pourquoi
m’as-tu laissée ? /Je suis seule á
pleurer, /Toute seule á chercher…»

En 1951, tuvo un grave accidente
de coche en el que se rompió varias
costillas. Para aliviar su dolor los
médicos le recetaron morfina, pero
Piaf se convirtió en adicta y empezó
a beber, y como su madre, a recoger
hombres en las calles para aliviar su
soledad.
Edith, quien estuvo a punto de
suicidarse al enterarse de la muerte
de Marcel, se volvió a casar dos
veces más, pero jamás olvidó a
Cerdan ni pudo quitarse de la cabeza
que en parte había sido culpa suya.
RECORDANDO “EL HIMNO AL
AMOR” DE EDITH PIAF
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