_*Nuestro Macondo se nos fue, no supimos cuándo ni cómo,
pero ya no es nuestro. El “olor a pan de huevo, a queso y a requesón,
tamalito de maíz nuevo, longaniza y chicharrón”. Esa figura grandiosa
construida por el maestro Pepe del Rivero se ha perdido en el tiempo.
Hoy es olor a violencia, a muerte… a miedo.*_
Nuestra ciudad, ¿qué pasó con nuestra ciudad? ¿Con nuestro
malecón?, ¿con nuestros ríos? “La fresca del Grijalva”, decíamos,
esa cuya fragancia de sus aguas está convertida en fetidez. Hasta el
intenso amarillo del guayacán y ese colorido entre lila y rosa del macuilí
parecieran también estar intimidados. Apenas mostraron sus rostros la
pasada primavera.*_
¡Mi Villahermosa linda, llena de calor!”, así te cantaba la gente que
te amó y veneró. Hoy estás llena de miedo, de temor en las calles, de
basura, de baches, de inmundicia.
Hasta donde te ha llevado la mano del hombre, hasta donde te han
arrinconado los pleitos políticos.*_
¿Por qué estás abandonada a tu suerte? Si eras nuestro Macondo,
como el de Gabriel García Márquez. Nuestros paisajes también
estaban pintados de barcos y ríos. De zona bananera. De mercados,
gente alegre y trabajadora y campos con olor a tierra mojada.
Mi Villahermosa de antaño me hacer recordar al gran García
Márquez, cuando retrata: “hay ciudades con barcos y ciudades sin
barcos… La diferencia fundamental seguirá decidiéndola la ausencia o
la presencia de los barcos…
Mi Villahermosa de hoy ya no tiene barcos, hasta eso perdimos. Se
fueron de la mano del fracaso de los gobiernos. Pero tuvimos un puerto
fluvial y las embarcaciones navegaron nuestros ríos y eran parte del
entorno en las riberas de Tabasco.
Sus imponentes presencias llevaron a construir puentes levadizos,
que hoy son parte del anecdotario.
Aquella ciudad de los barcos en el malecón con gente bajando y
subiendo víveres, comerciando productos de nuestras tierras se nos
fue.*_
En un tiempo generamos celos en el sureste: nos envidiaban
Chiapas, Campeche, Yucatán, Quintana Roo. Nos inundaba el
progreso.
Hace algunos años a Villahermosa la apodaban, a manera de
broma, “la ciudad de las dos mentiras: “ni es villa, ni es hermosa”.*_
Pero en realidad en el siglo pasado, en la década de los 50, 60 y
quizá hasta los 70, nuestra capital era esplendorosa.*_
Sus calles no tenían los baches de ahora. Las colonias estaban
iluminadas. Los lugareños acudían a la Plaza de Armas a entretenerse,
escuchar música, a deleitarse con las piezas de la Banda del Estado
o bien con la marimba. En aquellos tiempos las familias convivían, en
verdad, interactuaban cara a cara, a las puertas de sus casas, platicando
amenamente, ya fuera con un pote o jícara de pozol, si la reunión era en
el día o una taza de café o chocolate, si el encuentro era por las noches.
En vez de celular, entonces mujeres y hombres tenían en mano un
abanico o cualquier trapo para soplarse, ante el intenso calor, común en
esta zona del sureste.*_
Había, como hoy, cambio de políticos, de alcaldes, pero la ciudad
mantenía su entorno, su resplandor, su alegría, su remanso. Sobraban
los empleos, seguridad en las calles y todo era tranquilidad y paz.
Un lugareño de viejo cuño platicó a este franjero la forma de
gobernar de antes: Cuenta que el presidente municipal de Centro
Mario Brown Peralta (1962-1964) acostumbraba decirle a sus amigos y
conocidos: “sí ven alguna luminaria de la ciudad fundida, avísenme”. Y,
le avisaban y enseguida iban del ayuntamiento a repararla o cambiarla
y, se hacia la luz.*_
Pero aquella Villahermosa del auge en el campo, de la gente
paseando en Plaza de Armas, de las pláticas tranquilas en las
banquetas, en sillas y mecedoras, del paseo en el autobús urbano sin
techo, conocido como: La Jardinera. Del malecón y sus banquitas, del
café Casino con los chismes del momento, se nos esfumó. Entró en
sueño.*_
Llegó la “modernidad”, se amplió la participación política y con ello
llegaron los pleitos entre tabasqueños. Arribó la ambición del dinero, la
mediocridad y todo se derrumbó.*_
Hoy, Villahermosa, discúlpame si te ofendo. Ya te han dicho
mentirosa, pero al paso de los años te han vuelto Villahorrible, cundida
de baches, de lámparas fundidas, de caos vial, de semáforos inservibles
en sus calles que sólo están de adornos.
De una Ciudad Deportiva que
parece un muladar.
Se han ensañado contigo y hoy tenemos un Parque de los Pajaritos,
sin pájaros; un Parque de los Guacamayos, sin Guacamayos; un
parque del Yumká, sin animales. Y una ciudad sin empleos y atrapada
por la delincuencia, en la que todos caminan con miedo.*_
Mi admirado García Márquez, quiero culminar esta entrega citando
a aquellas ciudades apacibles de tus libros: “Cada vez que suena la
sirena de un barco a medianoche, los durmientes de la ciudad con
puerto sienten que el sueño se les vuelve más propio, más amigo y
doméstico y tienen la certeza de que nada es imposible, ni desconocido
más allá de sus almohadas”.*_
Acá, en mi tierra, mi querido Gabo, cada vez que suena la sirena
de una ambulancia o de una patrulla policiaca, los durmientes de esta
ciudad, no duermen, o lo hacen con sobresaltos, sienten que el sueño
puede convertirse en una real pesadilla, pensando si esta vez la víctima
de la delincuencia es un familiar o un amigo.
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