diferente de
Israel, llamado Moab. No estaba destinada a pasar
a la historia del pueblo de Dios, sino a ser una más
del montón que nacen y mueren y se olvidan; como la
inmensa mayoría de los seres humanos con el paso del
tiempo. Pero Ruth se distinguió por ser piadosa con su
suegra Noemí, y esa virtud la hizo destacar y meterse
en la historia de la salvación y sobresalir lo suficiente
como para ser una de las antecesoras terrenales de
nuestro Señor Jesucristo.
La cosa empezó con una gran sequía en Israel, de
las muchas que acostumbran suceder con frecuencia
en medio oriente, palestina y todos esos lugares.
Un tiempo dejó de llover, las cosechas se perdieron
y mucha gente tuvo que buscar otras tierras para
poder conseguir el sustento para su vida. Una de
esas personas fueron Noemí, su esposo y sus dos
hijos. Emigraron desde su tierra en Belén de Judá, a
otro país; esa nueva tierra era Moab. Allá encontraron
trabajo y vivieron algún tiempo. Los hijos crecieron y
se casaron con mujeres de ese país: una de esas dos
mujeres fue Ruth.
Con el paso de los tiempos murió el esposo de Noemí
y también murieron sus hijos, con lo que la mujer quedó
sola y desamparada y sólo tenía por compañeras a sus
dos nueras. En aquellos tiempos se acostumbraba que
una mujer no podía estar sola, sin un hombre en la
casa. Por ello, Noemí creyó que lo más conveniente
era regresarse a Israel y acercarse a la protección de la
parte de su familia que se quedó viviendo en la ciudad
de Belén, y al hacer los preparativos de su viaje, les
dijo a sus nueras que se regresaran con sus papás y
que volvieran a casarse y rehicieran su vida, pues ella
ya estaba vieja y para ella lo mejor sería regresar a su
país. (Rut 1:6-9)
Una de las nueras aceptó regresarse con sus papás
y quedarse en su país, pero la otra, o sea Ruth, no quiso
dejar sola a Noemí tomando en cuenta que ya era vieja
y débil, sino que insistió en acompañarla siempre y
cuidarla diciendo: «No me obligues a dejarte yéndome
lejos de ti, pues a donde tú vayas, iré yo; y donde tú
vivas, viviré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será
mi Dios. Donde tú mueras, allí también quiero morir y
ser enterrada yo. Que el Señor me castigue como es
debido si no es la muerte la que nos separe.» (Rut 1:16-
17) con lo que iniciaron el viaje a Belén. Las dos mujeres
llegaron al pueblo muy pobres y sus familiares apenas
podían reconocer a Noemí, aquella que había partido
hacía mucho tiempo. Cuando llegaron era el tiempo de
la cosecha de la cebada. Dios les había mandado a
los israelitas que cuando cosecharan, permitieran que
los pobres fueran detrás de los trabajadores juntando
las espigas que se les hubieran caído. Ruth pensó
hacer esto para conseguir comida para las dos, y le
preguntó a Noemí si podía ir a conseguir comida, y con
el acuerdo de su suegra, lo hizo.
El campo al que fue Ruth a juntar espigas de
cebada, pertenecía a un pariente del ex esposo
de Noemí, llamado Booz. Ruth iba detrás de los
cegadores buscando alguna espiga que se les hubiera
caído. Cuando llegó al campo Booz y preguntó a los
trabajadores por aquella mujer, y ellos le dijeron que
era la mujer de Moab que había dejado la seguridad
de su familia por seguir apoyando a su anciana suegra
que había quedado sola. Booz fue a saludarla y le dijo
que era bienvenida a juntar espigas en su campo y le
deseó que el Dios de Israel, en cuya protección estaba,
le pagara con creces la buena obra que ella estaba
haciendo por su suegra. A la hora de la comida, la invitó
a compartir de sus alimentos. Ruth se guardó un poco
de la comida para llevársela a Noemí y cuando se retiró
a seguir juntando espigas; Booz les dijo en voz baja a
los trabajadores, que discretamente fueran dejando
de intención algunas espigas como que se les habían
caído, para que Ruth pudiera juntarlas. Al terminar el
día, Ruth regresó con Noemí llevando comida suficiente
para varios días y la porción del alimento que le había
invitado Booz y que ella guardó para compartírselo a
Noemí.
Dios había dado una ley a su pueblo, (Ley del Levirato,
Lev 25:25 y Deut 25:5-10) que indicaba que cuando un
hombre de Israel muriera sin dejar descendencia, su
pariente más cercano debía casarse con la viuda, y al
primer hijo varón que tuviera ese matrimonio, le pondrían
el nombre del hombre que murió y se consideraría
legalmente como su hijo, de tal forma que su nombre
no se perdiera de entre los hijos de Israel y sería este
bebé el que se quedaría con su herencia. De acuerdo
con esta ley, algunos de los parientes del esposo de
Noemí, deberían de casarse con Ruth para evitar que
se perdiera su nombre y para proteger a las viudas.
Noemí dijo a su nuera: “Hija mía, yo quisiera
conseguirte un lugar seguro, donde puedas ser feliz”,
y como Booz era uno de los que debían rescatarlas,
entonces le dio a Ruth estas instrucciones: Le dijo
“Lávate, perfúmate, vístete lo mejor que puedas y vete
a su era, pero no te dejes ver hasta que haya terminado
de comer y beber. Fíjate bien dónde se va a acostar, y
cuando ya esté durmiendo, acércate, levanta las mantas
que tenga a sus pies y acuéstate allí. El te dirá entonces
lo que debas hacer (Rut 3:1-4). Booz comió, bebió y se
fue a dormir en un montón de paja y cuando ya estaba
dormido, Ruth se acercó cautelosa, levantó la manta
con que él se cobijaba y se acostó a sus pies.
A la mitad de la noche, Booz despertó y se dio
cuenta de que una mujer estaba dormida a sus pies.
Le preguntó quien era, y ella se lo explico, y le dijo que
lo había hecho porque a él le correspondía rescatarlas.
Booz se maravilló de que siendo Ruth una mujer joven,
se hubiera fijado en un hombre maduro, pudiendo haber
escogido algo más acorde con su edad; le explicó que
había otro pariente a quien correspondía en primer
lugar el rescate, pero le aseguró que de no hacerse
responsable el primer obligado, él lo haría. Siguieron
durmiendo cada cual en su sitio y antes del amanecer,
Booz despidió a Ruth dándole una bolsa de cebada.
Cumpliendo con lo que había dicho, Booz se sentó
junto a la puerta de la ciudad a esperar a que pasara el
pariente a quien correspondía en primer lugar, rescatar
Noemí y a Ruth. Cuando éste llegó, Booz, de acuerdo
con las normas aplicables para el caso, llamó a diez
ancianos y delante de ellos le comunicó al pariente la
situación de las mujeres y le recordó que él era el primer
obligado y que sólo de no aceptar él cumplir con su
obligación, entonces el siguiente obligado sería Booz.
El pariente dijo que no quería meterse en conflictos con
su propia familia, por ayudar a Noemí y Ruth. Entonces,
Booz dijo a todos los que estaban presentes: «Ustedes
son testigos de que hoy día Noemí me ha vendido todo
lo que pertenecía a su marido y a sus hijos, 10 y de que
también he adquirido a Rut, la moabita, para conservar
el apellido junto con la propiedad del difunto y para que
su nombre esté siempre presente entre sus hermanos,
cuando se reúnan a la entrada de la ciudad.» (Rut 4:1-
10)
Booz se casó, pues, con Rut. Yavé permitió que
quedara embarazada y que diera luego a luz un niño.
Al saberlo, las mujeres felicitaban a Noemí diciéndole:
«Bendito sea Yavé, que no ha permitido que un pariente
cercano de un difunto faltase a su deber con éste, sin
conservar su apellido en Israel. Este niño será para ti un
consuelo y tu sustento en tus últimos años, pues tiene
por madre a tu nuera, que te quiere y vale para ti más
que siete hijos.» Noemí se llevó al niño, lo recostó en
su falda y se encargó de criarlo. Las vecinas decían: «A
Noemí le ha nacido un hijo.» Y lo llamaron Obed. Obed
fue el padre de Jesé y éste padre de (el rey) David. (Rut
4:13-17)
Así sucedió que, una mujer extranjera que fue
compasiva con su suegra vieja y sola; por su piedad
y amor filial, llegó a ser parte del pueblo de Dios; fue
bisabuela del Rey David y por ello antecesora de Nuestro
Señor Jesús. Ruth es una de las cuatro mujeres que se
mencionan en la genealogía del Señor. (Mt 1:5)
Javier Contreras
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