A unos días de que
Donald Trump se convierta
en el Presidente 45 de
Estados Unidos, resulta
prácticamente imposible
determinar quién es este
hombre más allá del juego
de espejos que hay en
torno a él.
¿Es acaso el intolerante,
racista, violento, xenófobo,
misógino y una larga lista de
etcéteras que se han venido
imputando mediante la
interpretación de gestos de
su carácter y/o información
no comprobada,
probablemente falsa?
¿Es quizá la persona que realmente encendió las
esperanzas de las clases bajas y medias de Estados
Unidos al conjuro de “Make America Great Again”, que
centra sus acciones en forjar un crecimiento para su
país con base en un renacimiento del nacionalismo
estadunidense de la década de los setenta?
Para la inmensa mayoría de los analistas, que suelen
utilizar filtros morales vinculados a sus filias y fobias,
Trump es un hombre peligroso que plantea terminar con
el orden que se implantó en el mundo desde mediados de
la década de los ochenta; sin embargo, una visión mucho
más cercana muestra a un individuo que está ocupado
en el estadunidense promedio, a ese que Steinbeck
o Heminway tienen como protagonistas de sus obras:
hombres y mujeres incultos, pero con una gran ética de
trabajo.
A los políticamente correctos, adoradores de las
palabras tan bonitas como vacías, no entienden a un
hombre que niega la palabra en una conferencia de
prensa a un medio que, hasta el momento, no ha podido
probar gran parte de las acusaciones que propaló en su
contra.
Por ejemplo, nadie ha mostrado los videos según los
cuales el Presidente electo de Estados Unidos participó
en una orgía en su visita a Rusia; sin embargo, son los
mismos que dan por un hecho el hackeo del gobierno
de Vladimir Putin en contra de Hillary Clinton durante el
proceso electoral.
Desde la perspectiva mexicana se le ve con terror
porque ha decidido
cambiar las reglas
del juego del Tratado
de Libre Comercio de
América del Norte bajo
el principio de que
nuestro país ha obtenido
mayores beneficios que
Estados Unidos.
Poner un muro que
evite no sólo la migración
ilegal, sino el tráfico
de drogas y armas.
Se pierden fácilmente
en el matiz: ¿Quién lo
pagará? Con más de
un año de distancia es
fácil vaticinar que la
administración Trump dirá que México cubrió el costo o
reembolsó como parte de la renegociación impostergable
del TLCAN.
El contraste entre el próximo Presidente de Estados
Unidos y su antecesor no podría ser más grande. Obama
disfrazaba con gran oratoria y un camuflaje hipster una
larga lista de fracasos como el Obamacare o una política
migratoria feroz que dio su último golpe al terminar con la
política de pies secos que tanto benefició al sacrificado
pueblo cubano.
Se terminó, sin lugar a dudas, el tiempo de las formas
correctas. Inicia una época de un diálogo frontal. Debemos
estar preparados para los años de verdades crudas.
La Organización Internacional del Trabajo señaló que
los años de políticas populistas no sólo generaron una
caída superior a tres por ciento del PIB en Brasil, sino
que haya sido la nación de América Latina con mayor
desempleo la que mantenga esta difícil situación durante
el año que recién comienza. En contrapartida, confían en
que México mantenga una tasa razonablemente baja de
desempleo en aproximadamente cuatro por ciento de la
población.
El populismo brasileño les llevó a construir tres refinerías
con la idea, equivocada, de que el procesamiento del
petróleo de forma doméstica hace que los precios sean
menores. Mientras que el promedio mundial de aumento
el año pasado fue de 25%, en aquel país fue de 48%. La
visión global muestra lo que debemos temer en México.
Por Kimberly Armengol
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