La envidia se disfraza, para aparentar ser lo que no es;
por lo que a la envidia nunca se le ve tal como es, y uno
no se da cuenta de que está tratando con ella. A la envidia
le gusta disfrazarse de justicia, de inconformidad contra las
injusticias o contra los abusos; le gusta decir que busca la
rectitud, que pelea por la legalidad. La envidia se disfraza
porque sabe que no la queremos, y que si se presenta tal
como ella es, la rechazaremos y la mandaremos mucho a la
mayor distancia posible.
Por eso pasa que gran cantidad de personas tienen a
la envidia como su compañera de vida más constante, sin
darse cuenta de ello; creyendo que sus más constantes
consejeras en la vida son: la verdad, la justicia, la legalidad,
la bondad.
La envidia se esconde, porque sabe que nadie queremos
ser catalogados como amigos de ella, y se esconde muy
bien, y nos hace creer que no está aquí, ni cerca de los
nuestros, ni de los conocidos; sino muy lejos, allá entre
gente apartada y olvidada; en lugares que sólo hemos oído
nombrar de paso. Nos hace creer que estamos a salvo de
ella, porque está escondida, porque volteamos para todos
lados, y no la vemos a nuestro derredor, sino en los otros, en
los extraños, en los lejanos.
La envidia habita en todas partes, aunque oculta y
disfrazada, y si la buscamos con ganas, la encontraremos
en los lugares mas insospechados, hasta en los altos niveles
del desarrollo humano: de la ciencia, el arte y la religión, etc.
Porque nadie escapa de ella: ni los no instruidos, ni los que
han pasado muchos años en las escuelas; ni los pobres ni
los ricos; ni los ateos o descreídos, ni los que frecuentan
mucho los ambientes religiosos; porque ella se disfraza
incluso de santidad, pues actúa como lobo con piel de oveja.
La envidia es tan constante compañera del ser humano,
como la sombra: es más fácil encontrar a alguien sin sombra
que sin envidia: el punto no es si la tenemos o no; la cuestión
es si nos damos cuenta que la tenemos como cercana
compañera y más constante consejera y hacemos lo posible
por deshacernos de ella; o si nos fuimos con la finta de que no
la tenemos y que todo lo que sentimos cuando vemos actuar
a los demás es sólo análisis ecuánime de las situaciones que
nos rodean. La cuestión es si ante mi primer reacción sobre
las cosas, soy capaz de distinguir entre lo que me sugiere la
envidia y lo que resulta de un sano juicio.
¿Cómo sé si soy víctima de esta mala amiga, cómo sé
si yo tengo a la envidia por mi mejor compañera? Hay un
ejercicio sencillo para descubrirlo; fíjese qué es lo que siente,
repito, fíjese qué siente cuando ve una situación en la que
quiera actuar; fíjese si siente coraje. Por ejemplo: si alguien
decide hacer una obra pública y no le pidió a usted opinión,
y cuando ve la obra le da coraje porque no lo tomaron en
cuenta para hacerla, y entonces dice que está mal hecha. El
punto es que usted está juzgando la obra como mala, pero
primero le dio coraje que no le hubieran pedido su opinión, y
entonces ese coraje le impide ver con justicia si la obra que
se hizo es buena o mala; porque usted sintió coraje primero,
antes de que hubiera podido analizar la obra con tranquilidad
y poderla juzgar con justicia. Esa es la cuestión, que usted
sintió coraje por qué no le pidieron su opinión, y por eso la
juzgó como mala. Si la obra la juzgara como buena o mala,
después de analizar sus pros y sus contras con tranquilidad,
pero sin haber sentido coraje previamente a conocer los
detalles; entonces tal vez usted sea justo con el juicio que
hace; pero como primero sintió coraje, es es la primera alerta
de que usted está juzgando mal la obra por envidia, antes
que por sus muchos conocimientos en la materia.
Si usted ve que su vecino o conocido tiene un gran auto
o una bella casa o trabajo mejor que los suyos, y a usted le
da coraje y dice: cómo es posible que a ese fulano le vaya
tan bien en la vida si es un esto o lo otro: Eso es envidia.
No le dé vueltas… Siempre que usted no se alegre por que
a otro le va mejor, está usted actuando con envidia. Qué si
yo creo que fulano no merece tener más que yo, o que yo
merezco más de lo que actualmente tengo… eso discútalo
con Dios…, si es usted creyente o con quien le parezca
bueno, si no es creyente… pero ubíquese que está usted
juzgando a otros como menos merecedores que usted; y
en lo que respecta a juzgar a los demás, le diré que Dios dice
que “Hasta la palabra juzgar Me pertenece”
Si ese fuera el caso, usted sería un envidioso; si ese
fuera el caso, usted tendría como su mejor compañera de
vida, a la envidia. Y ¡aguas!. Porque si tiene de compañera
a la envidia en un caso, la tendrán en muchos; porque la
envidia es como las cucarachas: cuando ves una, es porque
hay muchas más, aunque ocultas en donde no se
puedan ver.
Cuando quieras descubrir a la envidia, nomás asegúrate
de voltear hacia donde haya alguien triunfando. Siempre
que alguien tiene éxito en lo que hace, luego aparece la
envidia por un lado y se le puede notar rápido porque
alguien va a tratar de criticar al que triunfó; siempre va a
haber alguien que le busque algún lado malo al que logra
lo que otros no. Pocas cosas son tan buenas para hacer
que la envidia aparezca como el triunfo de alguien. Si es
un político que ayer no era conocido, y hoy logra un puesto
importante; le van a criticar hasta la forma de peinarse, y
el que le critique hasta el “copetito”, se dirá a sí mismo que
él habla por su mucha capacidad de conocer la política y
jamás reconocerá que habla por envidia. (Porque siempre,
el primer engañado, es el envidioso; y todos a su alrededor
sabrán que habla por envidia, menos él.)
Y al criticón no le podrá usted pedir argumentos para
que justifique su comentario, porque como es el primer
engañado, él estará seguro que lo que hace es un análisis
político profundo como “conocedor que es”, y no le
podrá usted hacer ver, que habla movido por la envidia.
Y siguiendo con el ejemplo del “copetito”, si usted le
pregunta al envidioso, qué es lo que tiene que ver la forma
de peinarse del político, con su capacidad de administrar
adecuadamente los intereses de la sociedad; no le sabrá
decir, pero sí canalizará su ira contra usted, porque
una cosa más hay que notar, y es que la envidia es un
sentimiento que sale de dentro, de la maldad del corazón,
y es como un “perro del mal”; una vez que sale a atacar,
si no muerde al que iba dirigido, se va contra el primer
desprevenido que se le acerque, y entonces, si usted,
ingenuamente quiere razonar con el envidioso, éste, al no
poder darle razones, antes que reconocer que actúo con
envidia, encausará su maldad contra usted y le atacará y
le hará blanco de su ira; porque poco molesta más a la
envidia, que verse descubierta.
No señor, con el envidioso, nunca trate usted de
razonar o de hacerle ver su maldad, porque lo único que
conseguirá será convertirse en su blanco de ataque.
No, la envidia no se confronta; simplemente no se le
apoya, ni se convierte uno en su eco, ni la multiplica, ni le
muestra simpatía ; y al no prestarle oídos, solita se muere.
Porque la envidia no es un ser con vida propia; al ser la
manifestación de la maldad de nuestro corazón, sólo es la
proyección de lo que traemos guardado; se parece más
al hedor del drenaje; con sólo alejarse de su origen, se
soluciona el problema. Así, si usted oye a su interlocutor
criticando a un político o hablando pestes de cualquier
persona, simplemente aléjese y déjelo hablando sólo; si
por cortesía, por no querer lastimar al envidioso, no se
quiere alejar; nomás no le eche mas leña al fuego, no
contribuya a hacer más grande el asunto; y el otro tipo, al
descargar su intestino, se le irá acabando la cuerda por sí
mismo y solito terminará por callarse o cambiará de tema.
Por último, si usted es blanco de la envidia de otro;
trate de no preocuparse… ello sólo indica que usted llegó
a donde el otro sueña con llegar pero ve que no puede.
Porque el envidioso siempre es un impotente, es alguien
que quisiera, pero no puede llegar a donde usted sí. El
envidioso es alguien frustrado, es alguien que sabe que
no puede, pero en vez de buscarle el modo de llegar a
donde quisiera, de luchar por ello, se contenta con rumiar
su impotencia intentando manchar a los capaces; pero
ojo, sólo intentando… Porque los malos decires nunca
pueden manchar la verdad, sólo encuentran eco en gente
más ruin aún, que piensa igual que el envidioso, pero ni
siquiera ha sido capaz de decir lo que siente su corazón y
se contenta con sonreír con gusto cuando alguien dice lo
que él hubiera querido decir. La gente de valía, nunca hará
eco del envidioso, a éste sólo lo celebraran los que ya
pensaban igual desde antes, pero no se habían animado
a manifestarse.
Y algo más, la envidia, aún sin proponérselo, resalta
a los justos: los da a conocer, los promueve; porque el
envidioso, en su afán de destruir y opacar, alza la voz y
multiplica sus quejas, haciendo que quienes no sabían del
justo y de su obra, por ese medio se enteren, y más y
más gente lo conozca. Así que si usted un día sufre los
embates de la envidia, más que preocuparse, felicítese;
porque ha logrado sobresalir lo suficiente como para que
otros se preocupen de lo que usted es. Y por otro lado, si
nadie lo envidia, si nadie ha hablado alguna vez mal de
usted, entonces sí preocúpese: porque su vida y su obra ni
siquiera alcanza para que se ocupen de usted esos tipos,
ni siquiera los que sólo pueden envidiar.
Javier Contreras
Debes ser un maldito psicologo,lol!
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