
Teresita estaba sola, infinitamente sola, desoladamente
sola, desesperadamente sola; entre el inmenso mar de
parientes que la querían, la victoreaban, la felicitaban, la
apretujaban. Y volteaba su mirada suplicante esperando
anhelosa una rama de la cual asirse para no ahogarse en
el mar de gente que ruidosamente aplaudían y festejaban
por “su felicidad”. El ruido de los incontables brindis, impedía
que siquiera alguno escuchara los gritos desaforados que
por sus ojos lanzaba el corazón. Teresita estaba sola y
sentía el terrible hueco que dejó su corazón al quedarse con
su amado; pero no sólo estaba sola: estaba sin alma, sin
espíritu, sin ella misma; porque más que quitarle su ser, a
ella le habían separado alma y cuerpo; y a éste lo estaban
casando sin ella. Pero, a quién pedirle ayuda? Si todos
estaban sordos a los gritos de sus miradas, si todos eran
insensibles a los gritos de su corazón.
Las personas que más “la amaban”, en quienes ella más
esperaba encontrar apoyo para su causa: su mamá y su
madrina, que era su tía preferida; habían decidido por ella,
que lo más conveniente para su felicidad, era que dejara a
su amado que era pobre (de quien estaba profundamente
enamorada), por una “buen” partido de la más alta sociedad
(más compatible social y económicamente con ella); a quien
no conocía y las únicas referencias que de él había oído
es que era un tipo altanero, engreído, y que en su actuar
manifestaba que el mundo no lo merecía. Pero los seres
que “más la amaban”, habían decidido por ella, “por su bien”,
que su amado pobre le iba a dar una pobre vida “a la que
ella no estaba acostumbrada” y en cambio, el no amado
rico: le daría una vida “llena de comodidades”, más acorde
con su actual estatus… y aquellas “venerables y sabias”
mujeres habían decidido, por ella, que una vida sin amor
pero cómoda, era preferible a una vida llena de privaciones
al lado de su amado.
Y es que contra el cariño estamos desarmados, de él no
nos podemos amparar. Uno se puede defender fácilmente
del odio o del ataque, para eso tenemos mucha experiencia;
pero contra alguien que nos lastima por amor, no tenemos
arma que valga: ¿cómo mandar al diablo a alguien que
nos consta que nos ama, que daría su ser por uno? Por
eso, Teresita no podía hacer nada. Por eso estaba entre la
espada y la pared. Por eso estaba sola, terriblemente sola.
Y es que en ese mundo y en esos tiempos, aun no se
descubría lo que era el amor entre una pareja: posiblemente
ni siquiera se hubiera inventado todavía, salvo en el corazón
de Teresita. Había personas que creían estar llenas de amor
hacia los demás, pero que jamás lo habían experimentado,
ni por una flor, ni por una mariposa… pero actuaban como si
sí amaran, pues la rígida etiqueta social de la época marcaba
al dedillo, la manera cortés de comportarse ante los demás,
ante la familia no inmediata. Se decían a sí mismos que ellos
amaban a sus hijos, a sus padres, a sus parientes, a sus
parejas… pero sólo actuaban como si así lo hicieran.
Muchas cosas se hacían “por obligación”, no por amor.
Los padres tenían que “aceptar a los hijos que Dios les dé”, no
a los que ellos quisieran tener, y por ello estaban “obligados”
a sostener a sus hijos, los hijos de grandes estaban
“obligados” a ver por sus ancianos padres. Si se hablaba
de que se debería actuar de tal y tal forma, “por obligación”,
ello implicaba que muchos no actuarían correctamente si no
hubiera una norma social que se los impusiera. Actuaban
como si sí amaran, pero no amaban; estaban convencidos
de que amaban, pues funcionaban como si sí lo hicieran, y
a su actuar le daban el nombre de amor; entonces, cuando
actuaban como si amaran, creían realmente que amaban y
estaban completamente convencidos de que así lo hacían…
y como todos eran muy celosos de proceder de acuerdo
con las normas morales vigentes, y lo hacían puntualmente,
entonces creían que amaban profundamente; y en base a
entonces creían que amaban profundamente; y en
base a esa creencia vivían y pensaban.
Ojalá no sea cierto, pero parece que en el mundo
anterior al nuestro, abundaron las “Teresitas”… y ¿cómo
caminaría alguien por la vida, si le sacaron el corazón? ¿Y
cómo te defiendes, si los que te lo arrancaron lo hicieron
“por amor”? ¿Cómo les hablas del amor que sientes, a las
personas que dirigen tu vida, pero nunca han conocido a
tan esquivo personaje, pero están seguros que sí y hasta
te pueden dar largas explicaciones al respecto?
Hubo un tiempo… en que el amor no existía… no
para las parejas. Los jóvenes de tiempo atrás no tenían
la oportunidad de conocer a otros semejantes. La forma
de vida usual, impedía el intercambio social, salvo en la
reducida área de la familia extendida. Podrían conocerse
entre primos, pero no más allá. Las salidas de las jóvenes
eran a misa y quizá un poco al parque, pero siempre al
cuidado de una persona mayor. Los jóvenes podían verse
a la distancia, dentro de la iglesia o en la plaza pública
y gustarse; pero no tratarse o tener la oportunidad de
conocerse. Podían creer que amaban a alguien porque las
miradas encienden la combustión química de la atracción
mutua, pero no el amor estable que nace del conocerse
y tratarse dos personas por un periodo de tiempo
razonable; lo que puede dar como resultado el deseable y
necesario sentimiento de mutua pertenencia y seguridad.
Se concertaban las parejas por cartas o a través de
interpósita persona; y se casaban entre ellos, muchas
veces sin haberse visto de cerca ni una vez. Creían que
amaban a la persona con la que se desposaban y podía
ser que a partir de ahí, empezara a crecer el verdadero
amor o que al descubrir quién era realmente el otro ser,
naciera la mayor desilusión y el desencanto; pero a lo
hecho pecho, pues la rigidez de las costumbres de ese
tiempo, impedía cualquier compostura al entuerto.
En muchas ocasiones, los papás decidían, por los
jóvenes. En el libro del Quijote, se lee toda una disertación
que intentaba justificar la conveniencia de que los papás
tomaran esa importante decisión por sus hijos y se les
aclara a ellos, cómo no están capacitados para decidir por
sí mismos para escoger a la pareja de su vida. Y quizá
hubiera sabiduría aplicable a la forma de ser de aquellos
tiempos, pues cada tiempo tiene su propia sabiduría.
Muy pocas parejas pudieron, dada las circunstancias que
vivían, darse sus escapadas y tratarse en lo personal
y generar entre ambos una relación de mutuo afecto
madurado por el tiempo: tuvo que ser a escondidas, por
supuesto; salvo honrosas excepciones. Una de esas
relaciones encubiertas fue la de Teresita, con uno de los
empleados del rancho de sus papás… pero ¡oh tragedia!,
ella era parte de la familia del patrón y él era sólo un
trabajador del rancho… ¡Era más fácil juntar agua con
aceite!
Sus papás se imaginaron las dos escenas: la niña vive
con quien ella ama, pero en una casa pobre y pasando
privaciones; o la niña vive con quien no ama, pero rodeada
de comodidades; y al fin desconocedores del valor de
vivir una vida con quien amas, le hicieron el “servicio” de
arrancarle el corazón para que viviera con riquezas… sin
darse cuenta que ella se iba a estar muriendo día a día,
en una lenta y desesperante agonía… eso sí, con regalos
y holgura. ¡Hágame usted el favor!
Bien es cierto que la vida es para aprender a vivir y
se lleva uno toda su existencia en lograrlo; por ello nadie
puede estar cien por ciento seguro de cual es la decisión
correcta cada vez que tiene que hacer algo; pero una cosa
es que uno se equivoque y sea infeliz por la disposición
equivocada que tomó y otra cosa muy diferente es que
seas infeliz, porque otros tomaron en tu lugar un mal
juicio; y peor aun, que te hayan forzado a hacer algo que
iba contra tu querer o tu saber. ¿Cómo le dices después,
a alguien a quien tú mandaste al infierno, disculpe usted?
Este es el eterno lío de las decisiones humanas, y en
el que cada persona hace lo que cree que es correcto
en ese momento y a todos nos ha pasado que a veces,
después de un tiempo, ya no estamos tan seguros de
haber tomado la medida adecuada; pero si la disposición
sólo nos afectaba a nosotros, es uno el asunto y otro muy
diferente, si en nuestro fallo nos llevamos involucrados a
nuestros hijos o familia.
Este es un tema que no sólo se refiere a las parejas,
sino que abarca todas las ocasiones que en el uso de
nuestras actividades diarias, tomamos decisiones que
afectan a otros, y peor aun, cuando teniendo algún tipo
de poder sobre los demás, los forzamos a actuar en
determinada forma, sin tener cabal cuenta de que quizá
mañana nosotros mismos tal vez desaprobaremos las
decisiones que tiempo atrás creímos buenas.
Es difícil imaginar que los papás de Teresita no
quisieran lo mejor para ella; pero ¿qué era lo mejor para
ella? Podemos conjeturar lo que queramos, pero al fin
de cuentas, no podremos afirmar nada con seguridad. Y
esto se aplica en todas las decisiones que hemos tomado
o tomaremos algún día: siempre, lo que hoy creemos
correcto, puede ser que mañana o pasado lamentemos
haber actuado en la forma en que lo hicimos. Puede ser…
Puede ser... Por ello, lo mejor será siempre tomar consejo
con las personas más sabias de nuestro entorno, valorar
opiniones a favor o en contra, ser prudentes al actuar; y
sobre todo… no imponer nuestro punto de vista, cuando
el resultado de nuestra decisión afecta directamente a
los demás. Otra opción, que debería de ser la primera: si
usted es creyente, pregúntele a su Dios antes de actuar.
Javier Contreras
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