de todos los habitantes habidos o
por haber en esa localidad, la que a
nosotros no interesa, es la niña María,
porque de ella trata este relato, y
porque si no la mencionamos, se nos
acaba el cuento antes de empezarlo.
Pues resulta que la niña María era feliz
porque tenía novio y porque esperaba
que su amado, que estudiaba en la gran
ciudad, viniera pronto; y esto de tener
novio no era algo de lo más común,
puesto que el grueso de los jóvenes
varones se alejaban en la pubertad
de su lugar nativo, los más, a trabajar
“al otro lado”, los menos, a trabajar de
taqueros en el DF o en Guadalajara
y los menos menos, a estudiar en
alguno de los seudo seminarios que la
organización religiosa dominante tenía
sembrados por todo el territorio nacional y era el único lugar a
donde los jóvenes sin recursos podían acudir para continuar
sus estudios después del nivel básico elemental que se
podía lograr en San José; con lo que se quedaba el pueblo
lleno de mujeres solitarias, con la única compañía de sus
esperanzas en que el esposo regrese cuando quedó y no se
encuentre a alguna “güera” distraída que le ayude a olvidar
su compromiso, o el novio mantenga en su memoria la vieja
sentencia que dicta la sabiduría popular: “que no te engañen
las de la ciudad, por más bonitas que parezcan, puesto que
cualquiera de las de acá, vale por diez de aquellas”.
María contaba el tiempo que faltaban para el feliz regreso
de su enamorado, y todos las mañanas al caminar por las
solitarias madrugadas camino al molino, con su almud de
nixtamal a cuestas, iba diciéndose a sí misma que en tantos
días vendría su amado, y se platicaba divertida, las cosas
que charlaría con él, y se imaginaba lo que comentarían
mientras se tocaban las manos a las escondidillas, y se reía
imaginando las travesuras que deberían de inventarse para
poderse ver sin que se percataran de ello los mayores; y
seguía soñando y pensando y imaginando, mientras que su
corazón hacía sonar toda la orquesta sinfónica de San José,
que sólo existía en su cabeza, pero que para ella, eso era
un asunto de la menor importancia, porque la música la traía
consigo todo el tiempo y esperaba y esperaba, viendo como
se alargaban los días como si fueran de chicle, dilatando el
momento del feliz encuentro… Y todo ello sucedería muy
pronto.
La niña María recibía cartas que su
amado le enviaba con frecuencia. En
ellas, él hacía gala del lenguaje más
florido y poético que ella podría alguna
vez escuchar; en la que le juraba su
amor incondicional y le hablaba a su
vez de lo difícil que le era esperar el
tiempo que faltaba para poder verla.
Sus amigas le decían: que qué suerte
tenía ella de tener un novio como ese:
que la amaba tanto, que le dedicaba
palabras bonitas, que le escribía
seguido, que le decía que siempre
pensaba en ella, que ansiaba volver a
verla… que contaba los minutos para el
reencuentro.
Y llegó el día del regreso tan
anhelado. Todos sabían que no había
hora precisa en que llegaba “la Jaula”,
el viejo camión amarillo en el que
viajaban todos los que entraban o
salían del poblado; porque se venía
dando tumbos y esquivando baches y subiendo y bajando
gente en cada árbol y en cada casa que se encontraba en el
camino, y por ello María volteaba ansiosa hacia la alta colina
que dominaba el caserío, por donde sabía con certeza,
debería de aparecer el “autobús” anhelado. Y esperaba y
pensaba y volteaba y volvía a esperar y a pensar y a voltear,
hasta que por fin vio a lo lejos la maravillosa silueta amarilla
del viejo cajón de hojalata oxidada que tanto esperaba. Ella
sabía que no podía ir a la parada del camión a encontrar
a su novio, pues la rígida etiqueta social del pueblo se lo
impedía. Era “incorrecto”, pues iba contra la moral y las
buenas costumbres, de no sé qué conjunto de comadres
solteronas y “muy correctas” que vivían sabe dios donde o
eran invisibles, pero para el caso daba lo mismo: el punto
es que la niña María no podía ir a la parada del camión a
esperar a su novio, aunque tuviera “siglos” sin verlo y aunque
se hubiera cansado de esperara y esperar y esperar, y
aunque se la comieran las ansias por verlo. ¡Ni hablar! Debía
ser paciente y volver a esperar, y esperar y esperar hasta
que se hiciera oscuro y entonces su enamorado pudiera ir a
verla a escondidas. Y María esperó y esperó y esperó hasta
que fuera la hora adecuada y mientras tanto hizo sin hacer,
las mil y un cosas que hacía siempre en su casa y que hoy
estaban hechas desde temprano para estar lista para el feliz
momento… pero algo había que hacer para hacer bolas al
canijo tiempo que ¡ha como le gusta estirarse cuando no
debe!
Y sucedió, y sucedió, que se llegó la hora y el galán no
aparecía, y María se asomaba a ver, sin poder ver
nada, pues la mortecina luz del poste de la esquina, era
más simbólica que efectiva; y se daba vueltas y se volvía
a asomar para ver si ahora sí lo veía venir, pero ella seguía
sin poder ver nada, porque el tipo no aparecía. Entonces
empezó la hora negra de la preocupación, pues sin ninguna
explicación posible, el tipejo no llegó a la cita. Y no era posible
que se hubiera perdido, pues le bastaba con seguir el sonido
del tambor del corazón de María, que de seguro que se
escuchaba por todo el pueblo y localidades circunvecinas,
para haber encontrado el rumbo, pero no; el tipo no llegó.
María sabía que sí había arribado al pueblo, pues su
amiga Jacinta así se lo había asegurado, pues lo vio bajarse
de la “jaula” entre el gentío de los que llegaban y el de los
que se iban y el más gentío de los que iban a recibir a los
que venían y de los que iban a despedir a los que partían,
y lo vio alejarse a la casa de su mamá con su escuálida
maleta de estudiante en vacaciones. Pero el punto es que
ahí estaba María pegada a la parte interior de la puerta, con
el oído atento a todos los posibles ruidos que se pudieran
interpretar como pasos de enamorado distraído que se
acerca, o posibles silbidos tenues en clave, de esos que les
gusta volar por entre los montes y las barrancas y salvando
mil obstáculos logran ser escuchados por los enamorados
en la distancia, pero que tienen la gracia de no ser oídos
por los papás celosos; pues es sabido de toda sabiduría,
que entre más se oponga un viejo huraño a la felicidad de
los jóvenes, más se agudiza el ingenio de los enamorados
para lograr su objetivo y más sordos se vuelven los necios,
que le dan más valor a las arcaicas costumbres por las que
en su tiempo ellos mismos batallaron, que a la magia del
encuentro de dos que se aman.
Al otro día muy temprano, María le confió su angustia a su
amiga Jacinta, y ésta solícita se ofreció a investigar cuánto
pudiera de tan delicada cuestión, y así averiguó y averiguó
y se enteró que el muy sin vergüenza del “enamorado”,
no había ido a verla, “aunque sí era su intención hacerlo”,
porque se la pasó oyendo por radio un partido de las chivas,
“que estuvo muy bueno por cierto”, y que para cuando el
mugre partido se hubo de haber terminado, ya era muy tarde
y pues ni modo de ir a esa hora, que si no, con mucho gusto
hubiera ido, que al fin que ya sabía ella, que para él no había
cosa más importante en el mundo que su adorada novia.
Y así, por sécula seculorum sucedió, como acto normal
de la cotidiana vida de la niña María, que ella vivía el día
pensando esperanzada en que ahora sí vendría a verla
su mugre novio, y el infeliz, las más de las veces, no le
alcanzaba el tiempo para ir a verla, porque el día que no
había un partido de futbol, se le pasaba el tiempo leyendo y
para cuando se daba cuenta ya era bien tarde, que si no… o
bien de camino a verla se encontraba en la calle a su amigo
fulano o tal vez a sutano, a los que desde luego tenía mucho
tiempo sin ver, y se habían enfrascado en una plática bien
amena sobre la inmortalidad del cangrejo; total, que para no
hacerte el cuento largo, el “bebé” no llegaba con la niña María
y ésta todos los días, se quedaba arreglada y esperando a
aquel que “la quería mucho”, pero siempre tenía cosas más
importantes que atender.
En la vida de muchas parejas, llega a suceder así: que
uno de los dos es un bebé en cuerpo de adulto,

y la gente
se confunde y vive engañada porque le ama y siempre está
pensando que aquel tuvo un comportamiento irregular, pero
fue sólo por hoy, pero que para mañana se compone; no
obstante, se engaña a sí mismo quien piensa de ese modo;
pues el que es capaz de mentir una vez lo podrá hacer dos
veces, y quien lo hace dos, lo hará infinitamente; y del mismo
modo, quien a su pareja le dice que le ama, pero la pone
en segundo lugar después de sus intereses personales,
jamás se compondrá: siempre habrá algo más importante
que su pareja. En este caso nunca podremos hablar de un
comportamiento de adultos, sino del comportamiento típico
de un niño con su mamá a la que sólo acude cuando tienen
hambre, pero no se acuerda de ella mientras está jugando;
o del comportamiento típico de una niña para con su papá,
al que sólo acude mientras necesita algo, pero una vez
satisfecha su necesidad, se retira a seguir jugando o a sus
intereses.
Veámonos en los zapatos de la niña María y de su voluble
novio, y preguntémonos si acaso alguna vez hemos actuado
como uno de ellos; porque en todos los casos en los que a
alguien le toca el papel de María, y aguanta y aguanta; hay
un día en que dice ¡basta!, y la presa se revienta y desborda
toda la decepción acumulada; y el día que esto sucede ya no
hay marcha atrás. Y cuando ella por fin se decide a mandar
al cuerno a su infeliz “enamorado”, éste se deshace en llanto
y anda por todas partes platicando a los amigos, que María
cambió de repente, que rebién que se la llevaban, que todo
marchaba viento en popa, hasta que la “mala” de María
irrazonablemente decidió cambiar… sí, seguramente las
malas compañías la hicieron cambiar… porque tan buena
que era antes, y tan bien que nos la llevábamos…
Javier Contreras
No hay comentarios.:
Publicar un comentario