miércoles, julio 05, 2017

Doña Jacinta

En una cocina impecable, hecha de adobes, y envuelta en el humo de su fogón, se afanaba Doña Jacinta haciendo una tras otra las mil y un tortillas con las que alimentaría a su numerosa prole que no tardaría en llegar a desayunar. Ella platicaba sin soltar el hilo de la conversación y sus manos se movían solas, como máquinas que tuvieran vida propia: aventando una tras otra las tortillas al comal, volteando las que ya lo necesitaban y recogiendo las que se inflaban porque ya se habían cocido; y en el inter, reacomodaba los leños dentro del fogón, y volvía a tomar más masa de su metate o lo hacía trabajar rítmicamente produciendo abundante material para la siguiente comalada, y todo ello sin perder el hilo de la conversación de sus comadres, que estaban ante ella “sólo de pasadita”, porque también tenían que regresar a su casa a hacer lo propio, pues tenían “un quiaceral” pendiente y sabían que el día se les iba muy rápido y no alcanzaban a lograr casi nada de todo lo que se necesitaba hacer. 
Doña Jacinta comentaba del poco dinero que tenían en su familia, de sus muchas deudas, de la enorme cantidad de trabajo pendiente y del triste futuro que veía venir; y sus comadres le hacían eco en sus aflicciones, mencionando que sí, que qué pobre estaba doña Jacinta, que qué mucho tenían que trabajar en esa familia y se compadecían de ella por su pobreza; entre taco y taco que le tomaban del comal; y mezclaban lamentos de pobreza con elogios por sus ricas tortillas recién hechas, para las que siempre tenían una mano libre con qué tomar “sólo una más, porque ya se me hizo re tarde.” 
Juanito observaba este cuadro enmarcado por el humo, y como espectador neutral se compadecía por la pobreza que escuchaba que era una característica permanente de doña Jacinta, y como todo niño de seis años, deseaba interiormente poder ayudarle a tan paupérrima señora y veía con indignación, como las comadres engullían, sólo una taco más y sólo otro taco más y sólo otro taco más; mientras no dejaban de reconocer lo triste de la situación. Juanito sentía angustia de ver a las comadres comelonas dándole baje al colmo de tortillas de doña Jacinta y en su interior gritaba con angustia: “No le coman sus taquitos a doña Jacinta, ¿que no están diciendo que ella está muy pobre?” El hubiera querido reclamar a las comadres y echarles en cara su impertinencia; pero en ese lugar y en ese tiempo, la sociedad se dividía en el mundo de los adultos y el mundo de los niños; y el supuesto de que los niños no deberían juzgar a los adultos, so pena de cimbrar uno de los mayores pilares en que descansaba el universo y el hecho de que se hubiera granjeado un buen leñazo por la maceta, era mayor que cualquier argumento posible de esgrimir. 
Doña Jacinta observa al niño como espectador silente y lo invita a tomar una tortilla. Este se rehúsa, diciendo que no quiere. El coro de comadres dirige su artillería hacia él, cuando doña Jacinta pregunta extrañada que porqué no quiere tomar una tortilla. Juanito responde, que porque ella es pobre. El gallinero se alborota y todas las aves de rapiña se dirigen contra él a picotazos: que si se cree muy rico el cretino; que si se cree mucho; que si se avergüenza de los pobres siendo él igual o peor; que si esta juventud de hoy en día está de no hallarle; que si en mis tiempo cuándo se hubiera visto semejante desfachatez; que si antes era tanta la decencia que los niños jamás avergonzaban a los adultos; que si Juanito siempre ha sido un rebelde y un mal ejemplo para los demás, que si las hilachas;… y una interminable colección de etcéteras más, todas indignas de ser repetidas por lo folklóricas y descriptivas de la increíble osadía del mocoso. Y Juanito que con la cabeza gacha, sólo repite en su interior: Es que no quería que le comieran a doña Jacinta sus taquitos… ¿que no dicen que ella está muy pobre?. 
Los adultos tenemos una forma de ver el mundo, que es producto de nuestra historia, de cómo nos han “educado”, de cómo nos hemos ido “formando” a través del tiempo. Tenemos una gran cantidad de prejuicios (prejuicios = juicios previos, cosas que damos por sentadas y que esperamos que los demás actúen sobre esa lógica, sobre esa forma de pensar) a través de los cuales vemos y analizamos el mundo. Al conjunto de todos nuestros paradigmas o supuestos en los que basamos nuestra forma de pensar, es a lo que llamamos cultura. La cultura latina es diferente a la cultura anglosajona, que a su vez son diferentes a la cultura árabe y las tres son diferentes a la cultura china y a la cultura india; sólo por mencionar algunas. En cada lugar ven como muy obvio y lógico, cosas que en otra cultura serían inaceptables o incomprensibles. Por ejemplo, en la India les sobran vacas y les falta comida y desde nuestra forma de ver eso no tiene ninguna lógica, pero para ellos y su forma de pensar, es algo muy bien fundamentado. Y así, cada cultura tiene formas de pensar, que a ellos les parecen muy razonables y que otras sociedades humanas les pueden parecer raras o inaceptables. 
Los niños están en formación, ven el mundo sin prejuicios, quizá más como es la realidad, que como los mayores les enseñamos que es. Pero luego los vamos “educando”, es decir, les vamos enseñando cómo creemos nosotros que se deben ver las cosas, cómo se deben de clasificar en buenas o malas, cómo ellos deben de pensar; les enseñamos a que sean y piensen como nosotros, les transmitimos pues nuestra “cultura”, nuestro conjunto de pensamientos y juicios sobre la vida, y a eso le llamamos “educación”. Si el niño actúa diferente a como queremos que lo haga, pensamos que está “mal educado” y entonces nos preocupamos mucho; y él a veces se resiste a nuestra imposición, y entonces pensamos que es “un rebelde”… y cuando logramos que deje de ver las cosas como él naturalmente las ve, cuando logramos que deje de pensar por sí mismo, cuando logramos que haga y piense exactamente como nosotros, entonces nos ponemos contentos y decimos: “que niño tan bien educado, y antes tan difícil que era: menos mal que se compuso” 
Siguiendo con el cuento de doña Jacinta, anotaremos que si Juanito pudiera expresarse, si le diéramos la oportunidad de hacerlo; quizá nos diría que somos prejuiciosos, que somos falsos, que decimos una cosa y hacemos otra… y tal vez nos pudiéramos corregir, o al menos darnos una mediana compuestita. Pero a veces estamos tan seguros de que nuestro actuar es correcto, puesto que así lo hemos hecho toda la vida, que no le permitiríamos a Juanito hablar, salvo para darnos la razón y disculparse. 
Y es que pocas cosas nos irritan más a las personas, que vernos descubiertas, que ver que alguien nos quite las caretas con las que solemos vivir y convivir. Algunos quizá preferiríamos mantenernos permanentemente en el error, que pasar por la experiencia de que alguien evidencie nuestra falsedad… Podríamos preguntarnos si tenemos caretas… porque las más de las veces, no nos damos cuenta de que las tenemos. Pero la forma más simple de autodescubrirnos es fijarnos si tenemos una doble forma de ser: una con nuestra pareja o familia cercana y otra con los demás; si tenemos una forma de actuar con nuestros más cercanos y con los extraños pretendemos ser otra persona, entonces tenemos caretas. Si continuamente tratamos de “guardar las apariencias”, entonces fingimos ser ante los demás, lo que perfectamente sabemos que no somos en realidad. Si ese fuera el caso, el punto es que no hemos aceptado nuestra realidad, no nos gusta ser lo que somos y fingimos ser otra cosa, más acorde con lo que quisiéramos ser; pero entonces, ¿quién somos de verdad?: ¿el que se comporta de una forma en la intimidad de la casa o el que actúa de otra en sociedad? (No confundamos fingir, que implica negar y esconder la propia realidad de la vista de los demás, con ser cortés, que implica cuidar cómo hablamos y actuamos, en consideración a los demás). 
Como en la historia que nos ocupa, en ocasiones alguien o la vida nos va a desenmascarar y nos va a mostrar que durante un largo tiempo hemos vivido fingiendo y simulando que somos una persona muy diferente a lo que aparentamos; y lo hemos hecho, sólo para negarnos a nosotros mismos y continuar llevando una vida de simulación… y cuando ese sea el caso, sólo tenemos dos caminos: o nos analizamos a nosotros mismos para intentar mejorar(sea yendo con un psicólogo o terapeuta para que nos ayude y/o pidiéndole a Dios su ayuda) o bien seguimos negando nuestra propia realidad y atacamos a quien nos haya evidenciado y seguimos por mucho tiempo más fingiendo que estamos bien, y a ver como le hace la vida para componernos.

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