sábado, septiembre 09, 2017

La boda de tres

Estoy viendo una boda preciosa, en un prado verde rodeado de arboles, acotado por flores y salpicado con danzas de mariposas y colibríes. En el fondo hay un lago que sirve de telón a la escena y es de cristal o de espejo infinito, hasta que alguna trucha le hace un boquete y salta y desaparece… y el cristal se vuelve a cerrar a la carrera. El gran espejo refleja el cielo, que hoy resplandece más que nunca para celebrar el magno acontecimiento. Y es que cuando los seres humanos están felices porque se aman, el mismo universo se conmueve y se une al festín, poniéndose de buen humor y usando sus mejores ropajes. No preside ningún ministro de culto o representante de autoridad alguna. Sólo es una reunión de amigos que acompañan a los esponsales. Todos están acomodados en torno a la feliz pareja que ante sus amigos como únicos presentes, se están prometiendo amor eterno entre sí mismos y ponen por testigo supremo a Dios. 
Esta boda singular no salió en los periódicos ni en ninguna nota social: No era necesario. Sabían de su existencia, los que necesitaban saber: los amigos; y ellos no necesitaron invitación, pues las invitaciones son para los extraños o para los que quieren conservar el recuerdito escrito de un acontecimiento que nunca podría olvidarse en la memoria de los que te aman. Estaban pues los que debían estar; ni uno más, ni uno menos. 
La comunidad de amigos de los novios, pensó al hacer la lista de potenciales invitados a la boda, y buscó a las personas a las que la pareja les pedirían un favor si les faltara dinero, a quienes les pedirían ayuda con la seguridad de ser atendidos y de que de no tener liquidez inmediata aquellos, harían suyo el problema y buscarían la manera de conseguir recursos como si su propia vida dependiera de ello; y con este criterio se redujo la lista de posibles invitados. 
Deliberaron también en quién, de su larga lista de amigos, sería capaz de ofrecerse a pasar una noche en el hospital ante la cama del enfermo, en caso de ser necesario; y se dieron cuenta de que de sus muchísimos amigos, no todos dejarían sus muchas ocupaciones para cuidar a un enfermo, y más ante la eventualidad de que escasease el dinero; y la lista de potenciales invitados se redujo aún más. 
Recapacitaron también en si deberían registrar tan magno acontecimiento ante una religión o rito determinado y se dieron cuenta de que las religiones son más un grupo humano de nivel de conciencia semejante, que un camino más seguro que otro, de acercarse a Dios; por lo que ninguna en lo particular aseguraba la felicidad de la pareja, tanto como su preocupación constante de acercarse al Señor, pedirle su guía y orientación permanente y su bendición cotidiana. 
Y es que el matrimonio es un asunto de dos, pero debería de ser de tres… (y los amigos verdaderos, a cierta distancia, prestos a dar apoyo moral cuando Dios se los indique)… todos los demás salen sobrando. Los amigos pueden acompañar a la pareja en su boda, compartir su felicidad y desearles todo genero de parabienes, pero a fin de cuentas, la nueva vida que inician es un camino que debe ser de dos; de dos que voluntariamente y de común acuerdo, incluyen a un tercero: el Señor. Si se queda en dos, antes de poco tiempo fracasará. Si se meten los suegros o algunos otros familiares, de seguro que muy pronto se malogrará. Sólo tiene una opción: que los dos, solos y de común acuerdo, decidan incluir a Dios en medio de ellos: que el matrimonio de dos se convierta en un asunto de tres; y que la pareja constantemente y juntos, le estén solicitando su orientación para caminar: 
No hay otro modo. 
Y decíamos, cuando describíamos la boda, que el evento era un acontecimiento de ensueño: en aquel prado mágico, la novia, bellísima como una flor, luminosa como un rayito de luna en la penumbra de un bosque encantado, llena de esa candorosa belleza que toda novia que se casa por amor, tiene a raudales; ella, estaba en el centro del círculo de amistades intimas, y el mejor de sus amigos, el suertudo novio, que extasiado ante la belleza de la chica, la contempla en silencio y sonríe. Toma la palabra el más sabio de los amigos y preside la ceremonia en representación de Dios; porque para que Dios obre, tiene que haber una comunidad de creyentes en Él, de amigos suyos, que en su nombre se reúnan y queriendo honrarle actúen. 
Cuando no hay una comunidad de amigos de Dios, que para darle gloria vivan, no se puede hablar de iglesia, sino de un grupo humano que simula espiritualidad. Y los eventos que se realizan, aunque se diga que se celebran en nombre del Señor, son sólo ceremonias religiosas vacías, llenas de protocolo, de las que Él quizá aparte la vista (Is 1:15); eventos sociales mundanos, disfrazados de misticismo, en donde a los participantes, les preocupa más cuidar la apariencia con el vestido, con el adorno y con el renombre de los asistentes, que asegurarse que El Señor bendiga con su presencia el acontecimiento. 
Hay dos engaños en los que con facilidad se puede caer en los matrimonios: uno es que se puede vivir engañado, creyendo que se hacen las cosas en nombre de Dios y que ello sólo sea superficialmente, como cubriendo las apariencias; como sin decir que se es incrédulo, pero sin comprometerse a tratar de que cada acto que se realice sea de acuerdo a la opinión del Señor: Esto es ser tibio. Ni frío ni caliente. Y Dios dice que a los tibios los vomita. (Apocalipsis 3:16) Casi Él prefiere que seas un ateo declarado que un tibio acomodaticio que finge sin comprometerse. 
El otro engaño en que con regularidad caen los matrimonios es que todos se casan creyendo que en su nueva vida continuarán viviendo la magia que envolvía el noviazgo; y en muchos casos, hay un brusco despertar de tan bello sueño; y el engaño consiste en creer que si antes se dedicaban una hora al día el uno al otro, al casarse se dedicarán 24 horas de atención mutua, pero eso sólo sucede durante la luna de miel; después, la rutina cotidiana se los va comiendo y se van distanciando paulatinamente y cuando menos acuerdan, son más los desencuentros que los momentos bellos entre la pareja. Es imperativo que las parejas de casados se dediquen tiempo el uno al otro, como cuando eran novios y el tiempo que se veían era exclusivo para ellos; los casados necesitan acordar un tiempo (aunque sólo fueran cinco minutos) en que dejas a un lado todo pendiente del día (y apagas el teléfono por supuesto) y te dedicas a escuchar a tu pareja: lo que siente, lo que quiere, lo que anhela, lo que le frustra, lo que le gustaría que fuera de otra manera. 
Puede ser un momento corto cada día o la mayoría de los días, y un momento mayor el fin de semana. Pero es importante que se den ese tiempo el uno al otro, so pena de que se empiece a marchitar la flor del amor y llegue a un punto en que sea imposible revivirlo. Y es una buena comparación… el amor y una flor…; en ambos casos, si no estás al pendiente de cultivarlos cada día, se empiezan a marchitar… y hay un punto en el que no hay retorno… y todos los malhayas salen sobrando. 
Y es en este momento de dedicarse tiempo el uno al otro, en que empiezan invitando al Señor a participar en su plática y también a Él le comentan sus sueños, sus anhelos, sus miedos y le reconocen sus triunfos y le agradecen por un buen día vivido en pareja. Y nada más absurdo que creer que el sexo en la pareja es algo que hay que ocultar de Dios o fingir que no existe; pues, ¿quién pudo haber creado algo tan bello, sino el Señor? El libro de la Santa Biblia llamado “El Cantar de los Cantares” es un libro obligado para que los casados aprendan cómo Dios quiere que las parejas encuentren la felicidad el uno con el otro; pues es un libro de poemas de dos amantes apasionados que se recrean disfrutándose entre sí. 

Javier Contreras

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