
Esta boda singular no salió en los periódicos ni en
ninguna nota social: No era necesario. Sabían de su
existencia, los que necesitaban saber: los amigos; y
ellos no necesitaron invitación, pues las invitaciones
son para los extraños o para los que quieren conservar
el recuerdito escrito de un acontecimiento que nunca
podría olvidarse en la memoria de los que te aman.
Estaban pues los que debían estar; ni uno más, ni uno
menos.
La comunidad de amigos de los novios, pensó
al hacer la lista de potenciales invitados a la boda, y
buscó a las personas a las que la pareja les pedirían un
favor si les faltara dinero, a quienes les pedirían ayuda
con la seguridad de ser atendidos y de que de no tener
liquidez inmediata aquellos, harían suyo el problema y
buscarían la manera de conseguir recursos como si su
propia vida dependiera de ello; y con este criterio se
redujo la lista de posibles invitados.
Deliberaron también en quién, de su larga lista de
amigos, sería capaz de ofrecerse a pasar una noche
en el hospital ante la cama del enfermo, en caso
de ser necesario; y se dieron cuenta de que de sus
muchísimos amigos, no todos dejarían sus muchas
ocupaciones para cuidar a un enfermo, y más ante la
eventualidad de que escasease el dinero; y la lista de
potenciales invitados se redujo aún más.
Recapacitaron también en si deberían registrar
tan magno acontecimiento ante una religión o rito
determinado y se dieron cuenta de que las religiones
son más un grupo humano de nivel de conciencia
semejante, que un camino más seguro que otro, de
acercarse a Dios; por lo que ninguna en lo particular
aseguraba la felicidad de la pareja, tanto como su
preocupación constante de acercarse al Señor, pedirle
su guía y orientación permanente y su bendición
cotidiana.
Y es que el matrimonio es un asunto de dos, pero
debería de ser de tres… (y los amigos verdaderos,
a cierta distancia, prestos a dar apoyo moral cuando
Dios se los indique)… todos los demás salen sobrando.
Los amigos pueden acompañar a la pareja en su
boda, compartir su felicidad y desearles todo genero
de parabienes, pero a fin de cuentas, la nueva vida
que inician es un camino que debe ser de dos; de dos
que voluntariamente y de común acuerdo, incluyen
a un tercero: el Señor. Si se queda en dos, antes de
poco tiempo fracasará. Si se meten los suegros o
algunos otros familiares, de seguro que muy pronto se
malogrará. Sólo tiene una opción: que los dos, solos
y de común acuerdo, decidan incluir a Dios en medio
de ellos: que el matrimonio de dos se convierta en
un asunto de tres; y que la pareja constantemente y
juntos, le estén solicitando su orientación para caminar:
No hay otro modo.
Y decíamos, cuando describíamos la boda, que el
evento era un acontecimiento de ensueño: en aquel
prado mágico, la novia, bellísima como una flor,
luminosa como un rayito de luna en la penumbra de un
bosque encantado, llena de esa candorosa belleza que
toda novia que se casa por amor, tiene a raudales; ella,
estaba en el centro del círculo de amistades intimas,
y el mejor de sus amigos, el suertudo novio, que
extasiado ante la belleza de la chica, la contempla en
silencio y sonríe. Toma la palabra el más sabio de los
amigos y preside la ceremonia en representación de
Dios; porque para que Dios obre, tiene que haber una
comunidad de creyentes en Él, de amigos suyos, que
en su nombre se reúnan y queriendo honrarle actúen.
Cuando no hay una comunidad de amigos de
Dios, que para darle gloria vivan, no se puede hablar
de iglesia, sino de un grupo humano que simula
espiritualidad. Y los eventos que se realizan, aunque
se diga que se celebran en nombre del Señor, son sólo
ceremonias religiosas vacías, llenas de protocolo, de las
que Él quizá aparte la vista (Is 1:15); eventos sociales
mundanos, disfrazados de misticismo, en donde a los
participantes, les preocupa más cuidar la apariencia
con el vestido, con el adorno y con el renombre de los
asistentes, que asegurarse que El Señor bendiga con
su presencia el acontecimiento.
Hay dos engaños en los que con facilidad se
puede caer en los matrimonios: uno es que se puede
vivir engañado, creyendo que se hacen las cosas en
nombre de Dios y que ello sólo sea superficialmente,
como cubriendo las apariencias; como sin decir que se
es incrédulo, pero sin comprometerse a tratar de que
cada acto que se realice sea de acuerdo a la opinión
del Señor: Esto es ser tibio. Ni frío ni caliente. Y Dios
dice que a los tibios los vomita. (Apocalipsis 3:16) Casi
Él prefiere que seas un ateo declarado que un tibio
acomodaticio que finge sin comprometerse.
El otro engaño en que con regularidad caen los
matrimonios es que todos se casan creyendo que
en su nueva vida continuarán viviendo la magia que
envolvía el noviazgo; y en muchos casos, hay un brusco
despertar de tan bello sueño; y el engaño consiste en
creer que si antes se dedicaban una hora al día el uno
al otro, al casarse se dedicarán 24 horas de atención
mutua, pero eso sólo sucede durante la luna de miel;
después, la rutina cotidiana se los va comiendo y se
van distanciando paulatinamente y cuando menos
acuerdan, son más los desencuentros que los
momentos bellos entre la pareja. Es imperativo que
las parejas de casados se dediquen tiempo el uno
al otro, como cuando eran novios y el tiempo que se
veían era exclusivo para ellos; los casados necesitan
acordar un tiempo (aunque sólo fueran cinco minutos)
en que dejas a un lado todo pendiente del día (y apagas
el teléfono por supuesto) y te dedicas a escuchar a
tu pareja: lo que siente, lo que quiere, lo que anhela,
lo que le frustra, lo que le gustaría que fuera de otra
manera.
Puede ser un momento corto cada día o la mayoría
de los días, y un momento mayor el fin de semana.
Pero es importante que se den ese tiempo el uno al
otro, so pena de que se empiece a marchitar la flor del
amor y llegue a un punto en que sea imposible revivirlo.
Y es una buena comparación… el amor y una flor…;
en ambos casos, si no estás al pendiente de cultivarlos
cada día, se empiezan a marchitar… y hay un punto
en el que no hay retorno… y todos los malhayas salen
sobrando.
Y es en este momento de dedicarse tiempo el uno
al otro, en que empiezan invitando al Señor a participar
en su plática y también a Él le comentan sus sueños,
sus anhelos, sus miedos y le reconocen sus triunfos y
le agradecen por un buen día vivido en pareja. Y nada
más absurdo que creer que el sexo en la pareja es
algo que hay que ocultar de Dios o fingir que no existe;
pues, ¿quién pudo haber creado algo tan bello, sino el
Señor? El libro de la Santa Biblia llamado “El Cantar
de los Cantares” es un libro obligado para que los
casados aprendan cómo Dios quiere que las parejas
encuentren la felicidad el uno con el otro; pues es un
libro de poemas de dos amantes apasionados que se
recrean disfrutándose entre sí.
Javier Contreras
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