Por José Alvarado Montes
La historia registra la evolución del
hombre en el universo. De entra la historia
nacional, la regional y la local es esta última
la que más me interesa, ya que nuestra
localidad, renacida bajo la sombra de un
santuario, tiene historia, mucha historia.
Una historia llena de armas, de muertos,
de sangre, de lágrimas y luto, de esclavitud,
de poder, de ambición, de rezos, de dinero
y de ingratitud, mas estoy seguro que no
sé toda la historia de mi lugar de origen
y que no alcanzaría toda mi vida para
conocer, mucho menos para escribirla. De
esta historia local sólo conozco fragmentos
de libros, diversos documentos, lo que he
vivido y la memoria oral de la colectividad
que he escuchado con atención.
En las décadas de los años cuarenta
y cincuenta del siglo pasado, localmente
era muy frecuente oír para ofender a una
persona, decirle MECO (que significaba
indio chichimeco, bruto, incivilizado),
porque siempre ha existido gente racista
que cree ser de sangre azul, lo cual es un
mito y una falsedad.
Este lugar, como en todas partes, ya no
es el mismo, todo se ha transformado, sólo
quedan los recuerdos de otros tiempos.
Estos cambios los sufrieron también
nuestros antepasados cuando llegaron a
estas tierras hombres y bestias que nunca
habían visto, acompañados de aliados tan
crueles como ellos. Con las armas de fuego
y las espadas de acero casi los aniquilaron,
ya que ellos sólo tenían armas de madera
y piedra para su defensa. Los esclavizaron,
robaron sus tierras, violaron a sus mujeres,
sus hijos fueron asesinados, dieron el título
de brujos a sus líderes, les impusieron por
la fuerza una nueva religión y les hablaron
del diablo. Para ellos fue el fin del mundo.
Documentos de la época señalan que
Fray Tomás de Ortiz sostuvo en presencia
del emperador Carlos V que los indios de
las tierras descubiertas eran siervos por
naturaleza, con lo que los trataron como
bestias de carga, haciéndolos trabajar bajo
el látigo hasta morir de dolor o de fatiga.
Fray Bartolomé de las Casas, testigo de
la mortandad causada por la crueldad y
ambición de los conquistadores, comenzó
su defensa e inspiró a Don Vasco de
Quiroga a hacer lo mismo, hasta que el
Papa Paulo III declaró en una bula solemne
que los indios eran seres humanos dotados
de alma y razón.
En plena época colonial nación don
Miguel Hidalgo en 1753 en la Hacienda de
Corralejo. Escogió la carrera eclesiástica.
Alumno y director del Colegio de San
Nicolás. Cura en diferentes parroquias,
entre ellas la de San Felipe Torres Mochas.
Su vida cotidiana no era tan diferente a la
de los demás clérigos. Él fue un aficionado
a toda clase de juegos de azar y como tal
disipado y libre. Muy alegre en su trato con
las mujeres. Le gustaba la diversión. En
su casa había músicos y música, juegos y
fandangos continuos, pero era reconocido
como uno de los mejores teólogos de su
diócesis. Hombre de grandísima literatura,
gran cultura y vasto conocimiento en oficios.
Quizás harto de tantos fueros y privilegios
de unos cuantos comenzó en 1810 la lucha
para liberar a un pueblo sometido por un
rey extranjero. Su lucha, prisión y muerte
y la de sus principales seguidores es muy
conocida.
Hubo otros hombres que continuaron
su lucha, entre ellos, Don Pedro Moreno,
casado con Doña Rita Pérez, hijos ambos
de familias hacendadas, pero
sensibles a los sufrimientos,
miseria y esclavitud de
sus semejantes. En 1814
ya tenía varios parientes y
amigos interesados por los
aires de independencia. Un
año después en su hacienda
La Sauceda armó a sus
sirvientes y seguidores y se
rebeló contra el gobierno
virreinal dejando en libertad
a su esposa de regresar a la
casa de su madre o seguirlo.
Luis, su segundo hijo,
nació el 4 de enero de 1803
en la entonces villa de San
Juan de los Lagos, en la casa
de su abuela materna. Pasó
su niñez entre San Juan, la
hacienda de su padre y la de
su abuelo. Fue educado con
esmero. Conoció las faenas
del campo y la ganadería.
Montaba a caballo. Conoció el
manejo de las armas de fuego,
la defensa y el ataque con
espada y lanzas que ejercitaba
con sus compañeros y peones. Con todo
conocimiento del riesgo que corría se unió a
su padre en el Fuerte del Sombrero, ya que
sus ansias de libertad eran una fuerza que
lo impulsaba. Por tres años peleó contra los
realistas. Vivió los horrores de la guerra,
pero nunca se desanimó.
El 10 de marzo de 1817 se encontraban
los insurgentes en el fuerte La Mesa de
los Caballos, comandado por un hermano
de Don Pedro. Fueron atacados por
realistas. La batalla fue muy encarnizada.
La superioridad en armas y en hombres
vencieron a los defensores. Los que
sobrevivieron al ataque fueron pasados
después a cuchillo. Los cadáveres
quedaron tendidos en el campo raso. El
cuerpo de Luis, quien se encontraba en esa
batalla, nunca fue encontrado.
En San Juan de los Lagos, su pueblo
natal, su memoria histórica ha sido cubierta
con el velo del olvido, tan propia de este
lugar para con sus hijos ilustres. Su vida,
¿quién la divulga? Su muerte, ¿quién la
lamenta? En su tumba, ¿quién llora? No lo
olvides, su nombre, Luis Moreno Pérez.
Monumento a Luis Moreno Pérez en Lagos de Moreno
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