viernes, noviembre 03, 2017

Don Holgazán

Don Holgazán está sentado viendo televisión, medio vestido, mal peinado y con su panzota prominente como glorieta colgando malamente de su tosca humanidad; su actividad física básica es rascarse la panza y dirigir maquinalmente su otra mano hasta la bebida que tiene al lado y comer golosinas mientras sus ojos continúan atornillados fijamente ante la pantalla de su televisor. Yo lo veo y me admiro de que esa sea toda la actividad que es capaz de realizar; mientras que su esposa se afana con los mil y un quehaceres del hogar, sin que pare un sólo instante a darse un poco de reposo. Observando ese cuadro tan cotidiano en la casa, me pregunto cómo es posible que así suceda. 
El colmo de mi indignación llega cuando Don Holgazán le ordena a su esposa que le acerque otra bebida y que le prepare más botana; a lo que ella accede maquinalmente como si fuera un ser autómata programado sólo para servir y callar. Entonces me dirijo a ese ser medio bestia y medio humano y le hago ver toda la enorme cantidad de trabajo que ya ha hecho y que aun tiene qué hacer su esposa y que él haría bien en darle la mano en esas actividades del hogar, que a los dos atañen por igual; entonces el semi humano se voltea hacia su mujer todo indignado y la regaña en voz alta, (para que a nadie le quepa duda de su supuesta solicitud ante el trabajo):

¿Ocupas ayuda?
Vieja, ¿pos porqué no hablas?
¡Habla mujer!
¿Qué no sabes hablar?
Si necesitas ayuda bien puedes decírmelo.
¿Qué crees que soy adivino?
Yo no adivino las cosas.
¡Háblame, que no adivino!
O qué, ¿crees que soy adivino?

Después de esa perorata, a la que la mansa mujer sólo hizo como que iba a hablar y nunca lo logró, sino que continuó moviendo su escoba rítmicamente; mientras el perezoso retornó su atenta mirada al televisor como si nunca se hubiera mencionado el punto. Allá seguían los trastes sucios en el lavaplatos, la cocina desorganizada, el piso a medio paso de ser limpiado, los niños sucios y descuidados jugando solos en cualquier lugar, y Don Holgazán que ni se inmuta, porque a fin de cuentas, “él no tiene la capacidad de adivinar que su esposa necesite ayuda con las tareas del hogar”. (Como si la bestia apenas hubiera nacido el día de ayer, que no se ha dado cuenta de que los platos en los que come no se lavan solos; como si estuviera ciego que no alcanza a ver el montón de cosas que se necesitan hacer en su casa.) 
Voltea a verme con todo el cinismo que le puede caber en su burda humanidad, y me dice: ¿Ves?, no dijo nada… pos uno como va a saber si ocupan o no ayuda… ni que uno fuera adivino… pos éstas. 
Después de esto, me doy cuenta de que todo lo que diga sale sobrando, pero continuar ahí implica complicidad con el indolente ese y procedo a despedirme y salir de la casa, en tanto la señora le acerca más bebida y tragadera al “marrano” que continua con su vista fija ante de la televisión. 

Mientras me alejo del lugar, yo me voy preguntando:

¿Qué es exactamente lo que está pasando ahí?
¿Porqué la señora lo permite?
¿Quién engendró a ese monstruo?
¿Cómo lo hizo?

Tengo mil preguntas en la cabeza y las voy hilvanando una a una. Y recuerdo a los reyes de la antigüedad o del pasado reciente que vivían un protocolo en el que entre todos los echaban a perder y creaban a seres medio imbéciles que vivían en una burbuja de mentiras que los hacían creer que eran semi divinos: alguien los tenía que vestir, alguien les daba de comer y hasta algún lacayo tenía que llevarlos al baño como si siguieran siendo un bebé, un eterno y enorme bebesote. Algunos reyes o emperadores, ni siquiera tenían la habilidad de atarse sus propios zapatos, zapatos, pues siempre tuvieron a un paje encargado de hacerlo… y es que estaban convencidos que esa actividad era indigna de ellos y de su “grandeza”… ¡Hágame usted el favor! 
Veo que en tiempos de los reyes, se creó esa corriente de pensamiento que muchos hacían circular desde las alturas del poder político y religioso: Ese pensamiento parecía decir, que el rey o el alto sacerdote eran gente superior a los demás, como súper humanos, a los que no aplicaban las leyes de la tierra, y por ello todos los demás los deberían servir. Eran tipos que se la habían creído que eran superiores a los demás, que todos deberían agradecer las decisiones que tuvieran a bien tomar, así los estuvieran mandando a una guerra innecesaria o insensata. Eran tipos que vivían en la mentira de una supuesta superioridad y que por ello no podían equivocarse y que por supuesto, no necesitaban pedir opinión a los demás por inferiores y daban por supuesto que sus decisiones no deberían de ser juzgadas o criticadas por los demás… “so, pena de ofender a Dios”… ¡vaya usted a saber qué basura tenían en la cabeza!... pues hasta para abusar de otros utilizaban de pretexto a Dios. 
La destacable de esa corriente de pensamiento, no era que los que mandaban se la creyeran, sino que muchos de los que obedecían estuvieran convencidos de que sí era válida. Así, ante una decisión estúpida del que mandaba, fuera gobernante civil o religioso, se formaban de facto dos corrientes de opinión: los que decían que eso estaba mal y los que decían, no que estuviera bien, sino que “quiénes somos nosotros para juzgar la decisión tomada?”, o una variante de la misma frase: nosotros no somos nadie para juzgar al “superior”. Aquí la pregunta obligada sería: ¿quien estaba más mal: el que se creía superior a los demás, o el que se la había creído que era inferior e incapaz de opinar sobre la habilidad del “superior” para decidir lo que a todos más convenía? 
Eran sociedades formadas por unos pocos hombres libres y por una enorme masa de esclavos mentales; porque ni siquiera se les tenía que poner cadenas para mantenerlos sujetos; en su reducida capacidad de raciocinio, ellos ya habían aceptado que eran inferiores; incapaces de opinar o decidir; sólo hábiles para obedecer y callar, y creían que de alguna manera, imposible de entender por ellos, eso estaba bien. 
El punto es que el espíritu humano es más fuerte que toda sujeción y aún cuando a un esclavo le quiten las cadenas y él siga siendo un esclavo sumiso y por ello aparentemente incapaz de rebelarse, muy en el fondo, hay una lucecita que se niega a apagarse por completo y aún cuando el miedo le impida hablar, el murmurará en su interior y guardará un resentimiento que está contenido en su yo más íntimo, como en una olla de presión a punto de estallar y que cuando logre salir, será incontenible y completamente destructivo. Así, cuando las revoluciones; sea la mexicana, la francesa, la rusa o cualquiera, llegaron a suceder; se extendió una ola de destrucción incontenible que todo lo arrasaba a su paso; a veces nunca le quedó claro a los revolucionaros si tenían una ideología que los guiara, pero sí les quedaba claro que en el mundo había buenos y malos, y los buenos eran ellos, que habían aguantado hasta decir basta… y ahora les había llegado la oportunidad del desquite. Con gente así: que, o se creen superiores a otros o inferiores a los demás, no se puede construir una democracia; en un ambiente así, sólo caben las revoluciones, sean pequeñas o grandes; para que haya democracia en una sociedad, debe haber una mayoría de personas que se vean y se sientan a sí mismas como iguales, no superiores o no inferiores a los otros. Porque los que inconscientemente tienen una mentalidad de superiores, cuando de casualidad hagan algo bueno, no creerán que hicieron su deber, sino que le hicieron un favor a la gente; y los que se sientan inferiores, siempre se negarán a formar parte del gobierno o a ser solidarios con él, porque siempre sentirán que el gobierno es un asunto de otros, de los superiores, de los que mandan, de los poderosos, no de ellos; y toda ley que de ellos emane, la querrán resistir, porque siempre la sentirán como “una imposición de los que mandan”, no como una norma necesaria para la buena marcha de la sociedad, sino como una manifestación más del dominio de los “poderosos”, o “del sistema” o “de los ricos” (como decía la gente de antes), sobre la población… y a estos tales… sólo hay que acercárseles, a ver qué es lo que se les puede esquilmar… aunque sólo sea una comida pública en campaña política o aunque sólo sea un vale de gasolina, para disimular un embute. Y cuando le puedan quitar algo al gobierno, no sentirán que lastimaron a la sociedad de la que forman parte (porque no se siente parte), sino que creerán en su yo interior, que se desquitaron del dominador, al quitarle algo que sólo a él le pertenecía. “Haga usted patria con esta gente”, decía Bolívar. 

Javier Contreras

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