Por Gustavo González Godina
+ Y según Adán y Eva vivieron hace sólo 5,778 años
La noticia reciente acerca de que una
investigación española y británica publicada en la
revista Science, revela que en la cueva prehistórica
de El Castillo (en Cantabria, norte de España)
encontraron una pintura rupestre mucho más
antigua que las de Altamira (en la misma región),
éstas datadas con el carbono 14 en alrededor
de 18,000 años de antigüedad, y las recién
descubiertas fechadas con el nuevo método de
datación por series de uranio (mucho más preciso
que el del carbono 14) en hace por lo menos 40
mil 800 años, esa noticia, repito, me hizo preguntarme qué sería del
mundo sin los impresores, y de mí que comencé trabajando en una
imprenta y eso me empujó al periodismo.
Para ser sinceros lo primero que pensé fue que la antigüedad
de esas pinturas rupestres echa por tierra, le da en la madre pues,
a la historia de Adán y Eva y del Paraíso Terrenal, pues los judíos
van en el año 5,778, o sea que según ellos y según las cuentas que
hacen en el libro de El Génesis, hace 5,778 años que existieron Adán
y Eva, que según ellos también (o según quien haya escrito dicho
Libro), fueron los primeros seres humanos en el planeta. ¿Quién
pintó entonces esos animales que parecen búfalos en la Cueva de
Altamira, hace 18 mil años, y quién los animales y la manota roja que
se ve en el techo de la de El Castillo, hace 40,800 años?
Pero bueno, eso vamos dejándolo ya por la paz. No vaya a ser
la de malas y que esta Revista sea como la cantina aquella en la que
no se podía hablar de religión, de política, ni de futbol (porque se
armaba la de Dios es Cristo), sólo de mujeres -así le dijo el cantinero
al forastero-, y éste, harto ya de que no lo dejaran tocar ninguno de
esos temas, le recordó al cantinero a su mamacita, que era mujer y
de eso era lo único que se podía platicar.
No, la verdad es que cuando me invitó mi amigo Víctor Manuel
Mendoza “Tabasco” a escribirle un artículo para esta edición, me
acordé de la noticia de las pinturas rupestres, plasmadas hace tantos
años por quienes yo considero que fueron los primeros impresores,
que nos dejaron su arte en las cuevas para que supiéramos de su
existencia. Es cierto que “imprimir” tiene otro significado y que se
usa desde Gutenberg para acá, pero antes se las ingeniaban para
“imprimir” de otras maneras, en tablillas los babilonios, en papiro los
egipcios, en piedra los olmecas y así sucesivamente.
Pero para mí que los de las pinturas rupestres también eran
impresores. Y eso me hizo recordar que mi primer empleo, pagado,
fue en una imprenta, la del gordo Javier Trujillo en el Puerto de
Veracruz, donde me invitó a que le revisara yo y le corrigiera las tesis
que algunos universitarios le llevaban para imprimir y encuadernar.
De ahí mi amigo Enrique Gómez Ramírez me invitó a la
fundación de un periódico diario en el Puerto de Veracruz, donde le
hice a todo, desde corrector de ortografía y de estilo, reportero de la
nota roja, de información general, fotógrafo, jefe de Información y jefe
de Redacción, y hasta ahí llegué porque no había subdirector.
Después de eso el para mí inolvidable licenciado Ángel Leodegario
Gutiérrez me invitó a dirigir El Diario del Sur, en Acayucan, en el Sur
de Veracruz, a donde sí llegué ya como director pero igual, hice de
todo, reportear, tomar fotos, corregir, cabecear, revisar… aprendí a
formar (lo que ahora le llaman diseñar) las páginas del periódico,
con tipos (letras) movibles, de acero, de plomo
y hasta de madera para las cabezas de gran
tamaño, las que tenía uno que acomodar y leer
al revés, para que después de la impresión los
letreros se vieran al derecho.
Aquello era un show, pero la función debía
continuar y se puso más interesante cuando
aprendí a manejar el linotipo, una máquina con
un teclado en el que cada vez que oprimía uno
una tecla, caía de un magazine (así le decían a
una especie de caja metálica, de una pulgada
de gruesa más o menos, ancha en la parte superior y angosta en
la de abajo), por la que salía la matriz (la fuente) que había uno
tecleado. Se iba formando la palabra deseada, un espacio, otra
palabra y así hasta formar lo que sería un renglón de una nota en las
páginas del periódico. Luego mediante una palanca que bajaba uno
con la mano izquierda, ese conjunto de letras y palabras se elevaba,
se recorría hacia la izquierda, bajaba, y al llegar a determinado punto
salía del crisol un chorro de una mezcla de plomo y estaño, caliente,
hirviendo, y se formaba así una barrita que en uno de los cantos tenía
lo que había uno escrito, las había de una columna de longitud, de
dos y de tres, según programara uno el ancho del recipiente donde
caían las matrices y el palancazo hacia abajo (y se leían al revés
también).
Después de eso aprendí a manejar la prensa, algo a lo que
llamaban una prensa plana, que no lo era del todo pues tenía un
gran rodillo como de un metro de diámetro, que al girar entintaba las
cabezas y notas del periódico acomodadas en lo que llamábamos
la rama, un doble marco de acero, del tamaño de dos páginas de
papel standard. Ese marco doble iba y venía, mientras el prensista
acomodaba hoja tras hoja para la impresión. Se imprimían dos
páginas en una pasada, se sacaba la rama se metía otra con lo que
debía ir en el reverso, y el prensista volteaba todas las páginas ya
impresas para imprimirlas por el otro lado. Y así… (Ah también la hice
a veces de voceador en un Vocho, siempre que se emborrachaba
alguien lo tenía que suplir yo).
Tiempo después me invitó mi amigo Conrado Vázquez a
trabajar en el Ocho Columnas y me vine a Jalisco. Al entrar al edificio
donde se imprimía ese periódico, vi que a la entrada había un
linotipo, nuevecito, encerrado en una vitrina para que nadie lo tocara,
y asombrado le dije a Conrado: Oye compadre, yo sé manejar esa
máquina. “Ah no manches -me dijo- eso es una pieza de museo, está
ahí nomás para que vea la gente cómo se hacía el periódico hace
muchos años”. Pues yo la sé manejar, insistí. “Achis achis… ¿pues
cómo era que hacían el periódico en Acayucan?”. Bueno, mira -traté
de explicarle- cada reportero agarraba su losa de cantera, su martillo
y su cincel, y se ponían a escribir sus notas. Las notas como quiera…
las fotos… ¡ay las fotos!, era una bronca. Y la peor bronca era con
los voceadores, porque ah cómo renegaban por lo que pesaba cada
periódico y se tenían que llevar un montón.
Ahora cuál sufrir… chulada de revistas como ésta, chulada de
impresión, de colores, de definición, cuáles pixeles (bueno, antes no
sabíamos ni qué era eso). Ahora el único problema es cuando falla el
internet, problema que no tenían, por cierto, los artistas de las tantas
cuevas donde hay pinturas rupestres. Bueno, unas por otras.
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