Por Eduardo Castellanos

Así son casi todos los días de Silviano Valencia Márquez,
comerciante de jalea real y miel de abeja que desde hace veinte
años deambula por calles del centro de la ciudad de Tepatitlán
en busca de clientes a los que ofrece un frasco de 20 mililitros de
“remedio para el alma y recuperar energías”.
Todas las mañanas el comerciante sale de su casa, antes de
que el sol emerja por el Cerro Gordo. Camina por el borde de
la carretera San José de Gracia-Tepatitlán. Da unos pasos y se
detiene a observar si algún alma caritativa hace alto para ofrecerle
“un aventón”, algunas veces sucede, otras tantas tiene que caminar
hasta cinco o seis kilómetros.
La travesía inicia en una ranchería denominada Ojo de Agua de
Becerra, a unos minutos de la cabecera municipal de Tepa, siempre
y cuando se viaje en automóvil. Silvano es casi un octogenario. Su
salud es buena, asegura que caminar todos los días le da vitalidad.
“Tengo 78 años, ya son muchos ¡maaaadre! Me faltan dos pa
ochenta, ya ando casi en 79. Me siento muy bien, yo pienso que
es porque camino mucho, eso de caminar mucha a pata es muy
bueno. Estando uno sentado ya cuando camina le extraña y le
duelen las piernas, le duele el cuerpo, le duele todo. ¡Yo no! Yo
camino, hay veces no agarro rait, me vengo caminando; a veces
me aviento como cinco o seis kilómetros y no me canso, bueno
poquito lo que es natural, pero decir que no puedo andar ¡no! Me
siento muy bien”.
El comerciante de miel, al igual que cientos de personas en
distintas partes del país, sufre por la deficiencia del transporte
público. Prefiere caminar con la esperanza de encontrar a “la
lechera” en su trayecto.
“A veces espero a un lechero. Los camiones pasan cada tres
horas, ¡uhuhuhu! los camiones son la vida cansada, se cansa uno
de esperarlos. Yo mejor le pido rait a la gente. Pasa un hombre que
va a llevar leche allá en el Ojo de Agua (De Becerra) entrega leche,
él llega como a las 8:00 de la mañana, se viene como a las 8:30;
entonces lo espero en la carretera, después de andar un rato y yo
le doy para las cocas y me da rait a la glorieta de la Colonia del
Carmel, de ahí ya me vengo caminando (al centro de Tepa)”.
Aunque nació en Tepatitlán y gran parte de su vida la pasó
en la ciudad, Valencia Márquez lleva algunos años viviendo en la
ranchería, en donde recolecta miel y jalea real, que ofrece en las
calles aledañas al primer cuadro de la ciudad.
“Yo nací aquí en Tepa, en la calle General Juan Ibarra, aquí a
unas cuadras en una casa marcada con el número 96, allí nacimos
toda la familia en esa casa, y ya de ahí estamos todos el puro
regadero; unos ya se fueron, otros aquí estamos todavía y así.
Ya se han muerto cuatro hermanos, tres hombres y una mujer. Yo
estoy ahí en el rancho y otros están en Estados Unidos”, añade.
Es común encontrarlo por las arterías de la ciudad. En voz baja
aborda a los posibles clientes para ofrecerles el producto, como si
estuviera ofertando alguna droga ilegal, aunque al conversar su voz
se agrava, la sordera le impide interactuar en tono moderado.
A la jalea que ofrece en pequeñísimos frascos le atribuye
propiedades que ayudan a tener fuerza durante el día. El envase
de 20 mililitros cuesta treinta pesos y es para consumir todas las
mañanas durante un mes. La dosis recomendada por Silviano
una pizca untada en la punta de la lengua, utilizando un palillo de
madera.
Tras dos décadas como capador de colmenas, el comerciante
confiesa que es casi un arte la recolección del néctar que producen
las abejas.
“Tengo 20 años vendiendo jalea real. La junta uno con trampas
que son para juntar la jalea real. Para juntar el polen es muy fácil.
Es una trampa del anchor de la caja de la colmena, se pone y tiene
una telita con puros joyitos donde cabe la colmena sola y como el
polen lo lleva en las patitas, al pasar se le cae y la trampa tiene una
cajita abajo, ahí caen”.
“Para la jalea real le tiene que poner uno la trampita adentro
en la mañana y en la tarde va y la junta, es muy trabajosa. Las
colmenas a veces se enojan, pero no mucho, a mi casi no me
atacan. A veces al sacar los bastidores las apachurra y se ponen
corajudas”, asegura.
Aproximadamente 150 cajas con abejas son las que tiene
Silvano, quien asegura que la miel que el ofrece a los transeúntes
de Tepa, es de “buena calidad”.
“La miel que yo vendo es buena, se azucara, queda como
manteca. Porque la miel de verdad se azucara, la que no se hace
como azúcar no la compre, esa que está aguada no es miel es pura
glucosa”, apunta.
Silvano cree que el fuego quita propiedades a la miel, sugiere a
sus clientes consumirla sin calentar.
“No la caliente para comérsela, porque sino, se le va la energía.
Con una cuchara la saca y se la come. Hay gente que la calienta y
no sirve, calentándola ya no, se le va de a tiro la energía, queda de
a tiro sin fuerzas. Así se la come uno cuajada”.
Día tras día, de lunes a domingo, con los surcos de la edad en
el rostro y un sombrero de palma, el comerciante viaja a la ciudad,
con o sin posibilidades de venta. Lleva una estampa con la imagen
del Señor de la Misericordia, al que se encomienda para que la
jornada sea exitosa.
“Me regreso al rancho más o menos como a las cuatro de la
tarde. Toda la mañana me la paso aquí en Tepa y unas cuantas
horas de la tarde. Ahí salgo a la Colonia del Carmel a pedir rait otra
vez, y a veces, cuando no agarro rait, me espero hasta que salga
un camión. Así he estado diario en el tiempo que tengo trabajando
las colmenas”.
Las ventas pueden ser buenas o no, sin embargo, este
comerciante nunca pierde la esperanza. Mañana, otra vez el sol lo
volverá a encontrar en el trayecto. Silviano con la misma vitalidad y
energía del día anterior, igual que hace veinte años.
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