* Le dio vigor para tener muchas mujeres y más hijos
* Vive con dos de ellas, juntas, otra se fue y una más quiere con él
* Y no se pelean, ni ellas ni sus 14 hijos y 18 nietos que lo rodean
* Los grandes ya fueron a la escuela y trabajan todos en la parcela
x
Comenzaba apenas la lluvia, ligera, que amenazaba convertirse
en un fuerte aguacero, cuando dejamos la carretera pavimentada
para empezar a bajar por el estrecho camino, más lodoso que
pedregoso, para llegar hasta el fondo de la pequeña barranca donde
están, a la izquierda un modesto balneario, y a la derecha la casa
de don Tiburcio.
El paraje está a un par de kilómetros antes de llegar a la cabecera
municipal de San Pedro Soteapan en la sierra del mismo nombre,
donde en general la magia y costumbres de la cultura indígena son
aún un tanto desconocidas para la gente de las ciudades.
- Se me hace que no va a subir el carro de regreso -dijo
preocupado Valentín-, si sigue lloviendo vamos a valer madre, será
mejor dejarlo aquí y seguir a pie...
Pero en eso se cruzaron con nosotros dos muchachos que
subían, ya grandecitos, jóvenes, uniformados como si fueran a la
Preparatoria.
- ¿Está tu papá -le preguntó Valentín a cualquiera de ellos.
- Sí está -dijeron al mismo tiempo- ahí viene...
Seguimos pues otro pequeño tramo, con la seguridad de que
no subiría el Vocho de regreso porque seguía lloviendo... y apareció
entonces la figura de un hombre flaco pero musculoso, moreno,
tostado por el sol, con los mechones de cabello negro sobre el rostro
y casi desnudo, vestía sólo un short y parecía no darse cuenta de
que estaba lloviendo, no le importaba en lo absoluto, la costumbre...
Era don Tiburcio. Se saludaron Él y Valentín sin aspavientos,
como si fueran de la familia, como si se hubieran visto unas horas
antes. Y ante la preocupación de Vale por la subida lodosa para el
regreso, el hombre se concretó a decir con desenfado: “Sí sube,
sigúele...”
Al llegar a las puertas de la casa, en lo parejo, el carro ya se
coleaba sobre el barro chicloso y colorado, pero ya estábamos ahí,
ya qué...
Poco acostumbrados a los aguaceros a campo abierto, Enrique
Reyes, David Fernández y este reportero corrimos al interior de
la vivienda y saludamos a las mujeres, jóvenes y niños que ahí
estaban.
De tierra ha de ser la cama...
Toda la casa era tan sólo lo que se apreciaba desde lejos, un
gran cubo de madera casi perfecto, de seis metros de frente por seis
de fondo y otro tanto de altura, sin ninguna división en medio pero
con dos puertas y seis grandes ventanas, que estando cerradas
todas parecería que no existieran, pues son parte de los muros de la
nueva casa que don Tiburcio y sus hijos hicieron hace apenas unos
meses, durante la Semana Santa pasada.
No hay camas, no hay muebles, sólo una grande y vieja mesa de
madera rústica; dos metates, un fogón del que sale un humo espeso
que inunda la estancia, y triques amontonados junto a los muros y
sobre el piso de tierra de la vivienda.
Nos mirábamos unos a otros (visitantes y moradores) con
curiosidad, mientras
Enrique le hacía plática a don Tiburcio. Afuera
arreciaba el aguacero y no me atrevía yo a entrar en materia porque
además no se escuchaba casi la plática, así que “toreábamos”
mientras el agua que se colaba, con el viento, por las rendijas que
habían quedado entre los tablones con que fue construida la casa.
“Tumbamos tres árboles de mango para hacerla -explicó el
hombre que seguía casi encuerado-, uno grandote ya viejo y dos
más chicos, de ahí sacamos toda la madera, y como ven quedó
bien, ajustó...”
Aunque había ahí tres mujeres y varios jóvenes y niños, era
fácil adivinar quién era la mamá de quién, porque algunos de estos
permanecían siempre muy cerca de una de las señoras, y los otros
junto a la otra. Una de las tres era una mujer joven, así que debía
ser, o hija de don Tiburcio, o su nuera. “Es mi nuegra” -nos aclaró el
hombre después.
Pos échele cuentas nomás...
Cuando el agua dejó de hacer tanto ruido y se empezó a
escuchar la plática sin necesidad de gritar, decidimos que ya era el
momento de ir al grano:
- Nos platica aquí su amigo Valentín que tiene usted muchos
hijos don Tiburcio, ¿cómo cuántos tiene?, pero primero ¿cuáles son
sus apellidos?
- Me llamo Tiburcio Franco Cruz y soy de aquí de Soteapan.
¿Hijos...? ¡Pos sabe...!, sería cosa de contarlos pero no está fácil...
- A ver... vamos haciéndole la lucha, ¿cuál fue la primera mujer
que tuvo?
- No pos... la primera me la conseguí en Coatzacoalcos. Era hija
de un vendedor ambulante y tuvo nomás un hijo varón. Luego su
papá tuvo un accidente y ella se fue con él, se murió el hombre y ya
no volvió ella conmigo. Después fue ésta, Juana, que ha tenido diez
hijos, hasta ahora.
A ver... es Aniceto que ya tiene 30 años y ya tiene
mujer, tiene cuatro hijos; y luego sigue Miguel, que también tiene
mujer y tres hijos; luego Sergio que también tiene tres hijos; sigue
José y después Raúl con un hijo, Alfredo y Lucio, éste también tiene
un hijo; Carlos, Tiburcio, y la más chica es Cristina que tiene nueve
años.
- Después llegó esta otra mujer que se llama Prudencia y que
tiene cuatro hijos ya grandes, Juan de 27 años, Mario de 25, Martha
de 24 y Juana de 22; Mario ya tiene tres hijos y Juana otros tres.
- Esos son los que viven aquí, unos aquí en la casa, y otros, los
que ya tienen mujer, tienen sus casitas aquí mismo en la parcela.
Se dedican a cultivar el campo, las 20 hectáreas que tiene don
Tiburcio en la comunidad Hilario C. Salas, donde además pescan en
el arroyo que pasa unos cien metros atrás de la casa, antes de lo
cual se sahúman para que les vaya bien en la pesca, y cuando tienen
ganas de carne persiguen a algún conejo hasta que lo atrapan, vivo,
para comerlo.
Todos han estudiado algo, Aniceto y Miguel fueron a la
Secundaria, José estudia Enfermería, Alfredo y Lucio ya terminaron
la Preparatoria, Tiburcio la está estudiando, Carlos está yendo a la
Secundaria y Cristina está en la primaria. De los otros, de los de
Prudencia, Mario estudió la secundaria y Juana nomás la primaria.
Retomamos la plática:
- Entonces, haga la cuenta... el primero con la mujer que me
conseguí en Coatzacoalcos, y luego los de Juana: Aniceto, Miguel,
Sergio, José, Raúl, Alfredo, Lucio, Carlos, Tiburcio y Cristina; y los de
Prudencia: Juan, Mario, Martha y Juana; más unos ocho por fuera,
con otras mujeres que no viven aquí. Hay una mujer de Soteapan
que se quiere venir a vivir conmigo, pero sabe... nomás quiere pero
no se decide.
Y están bien atendidas, según las ganas...
La pregunta era inevitable. Al no ver cuartos ni camas en la
vivienda, se la tuvimos que soltar sin miramientos:
- Y ¿dónde duermen?
- Pos aquí...
- No veo ni petates...
- En costales, hay muchos costales.
- ¿Todos juntos?
- Ahí como se pueda, donde caiga...
- ¿Y sus mujeres?, ¿cómo le hace?, ¿con cuál duerme?
- Con las dos, una de cada lado.
- ¿Y para atenderlas?, ¿se turnan o qué es lo que pasa...?
- Ahí según las ganas, pero no les falta atención. Le digo que hay
una de Soteapan que se quiere venir también...
Y si esta pregunta era inevitable, la curiosidad por conocer otra
respuesta lo era más, pero no encontrábamos la forma de preguntar,
sobre todo por la presencia de las mujeres y los hijos, alguno de los
cuales le ayudaba de vez en cuando a don Tiburcio, cuando éste
no entendía alguna pregunta, le explicaban en su lengua popoluca
lo que estábamos preguntando en castellano. Pero ¿cómo le
preguntábamos cómo le hace?, ¿qué tiene él de especial que lo
siguen las mujeres?, ¿qué les da?, ¿qué les hace?, ¿cómo logra
hacerlas convivir y cohabitar sin que se encelen y sin pleitos?, pues
los hombres normales no podemos a veces con una, mucho menos
con varias, y juntas.
Pero le doramos la píldora, le hablamos con rodeos, con
insinuaciones, con señas, y finalmente entendió lo que queríamos
saber.
El abuelo tuvo nomás veinte mujeres
Dijo en principio que era un secreto, que no le gustaba hablar de
eso, pero finalmente accedió a platicarnos brevemente el asunto del
Brazo Fuerte.
- Mi abuelo -dijo- tuvo 20 mujeres, y mi papá tuvo ocho. Mi
abuelo le dijo a mi padre lo del Brazo Fuerte, y mi padre me lo contó
a mí y lo hice. Pero hay varias formas. También se busca un nido
de colibrí y se espera uno a que llegue el colibrí.
Se atrapa al colibrí
en el nido, y luego hay que secarlos, tanto el nido como el colibrí.
Ya seco, lo carga uno en la bolsa de la camisa o del pantalón, y las
mujeres desde lejos le hacen señas a uno, le hablan a uno, lo citan,
se enamoran de uno. Esa es una de las cosas que se pueden hacer.
El Brazo Fuerte, vigor sexual
Esto fue lo que no quería contar don Tiburcio para explicar su
éxito con las mujeres, previendo quizás que no le creerían, que
sonaría a fantasía, sobre todo para quienes ignoran y menosprecian
las creencias indígenas. “Mire -dijo-, a mí me lo dijo mi padre y a
mi padre mi abuelo. Sale uno al monte la noche del primero de
enero, y después de las 12 de la noche tiene uno que encontrar
a un Brazo Fuerte. El Brazo Fuerte es un animal parecido al oso
hormiguero y al mapache, pero más grande que el mapache, que
tiene los brazos gruesos y fuertes, por eso se llama Brazo Fuerte,
que cuando ve al hombre no huye, al contrario, se para así, retador,
con los brazos abiertos, en espera de que le entre uno a la pelea.
Puede pasar toda esa noche sin que lo encuentre uno, pero hay que
seguir buscándolo todo el día siguiente y la noche siguiente, tiene
uno 48 horas para encontrarlo, pero hay que empezar a buscarlo al
anochecer del día primero de enero.
Y cuando lo encuentra uno hay
que atorarle, hay que agarrarlo de los brazos, con fuerza porque es
muy fuerte, y mantenerlo retiradito del cuerpo de uno, porque si se lo
deja uno acercar tiene una lengua muy larga que trata de metérsela
a uno por las narices. Así, hay que luchar con él hasta someterlo. Si
logra uno ganarle, someterlo y amarrarlo, ya fregó uno, lo deja ahí
bien amarrado, aunque al día siguiente va uno al lugar donde lo dejó
amarrado y ya no está, se soltó y se fue, pero habiéndolo sometido
y amarrado se le pasa a uno la fuerza y el vigor del Brazo Fuerte,
y así puede uno tener muchas mujeres y muchos hijos. Ese es el
secreto... yo lo hice y aquí está la prueba...”
Las bolas de lumbre en la sierra, otro misterio
“En nuestros pueblos indígenas hay muchas cosas que ustedes
no entienden, que son inexplicables”, dijo don Tiburcio Franco. Aquí
en la sierra, por ejemplo, está también lo de las bolas de lumbre
que se ven por las noches, se ve que van corriendo o rodando unas
bolas de lumbre por la montaña”.
“Y a veces, cuando las ve uno de cerca, agarran la forma como
de un ser humano, parecen un hombre, pero de lumbre, y no hay
qué dajárselas acercar.
Yo por eso les digo a mis hijos que carguen
siempre un poco de aguardiente, aunque no tomen, no quiero que
tomen, pero el día o la noche que se topen con una de esas bolas de
lumbre, que se echen un trago de aguardiente y soplen hacia la bola,
aventándole el aliento con aguardiente se retiran. O que carguen un
cigarro, si ven a la bola de lumbre cerca, que lo prendan y le arrojen
el humo, también con eso se van.
Yo no sé lo que serán esas bolas
de lumbre, dicen que son como espíritus vivos que no descansan,
pero de que las hay las hay, yo las he visto de lejos...”
Cerca de la casa hay un pequeño balneario, el Balneario de
don Tiburcio que consiste sólo en la represa que se construyó hace
muchos años para, a través de un canal que ahí inicia, enviar el
agua hasta la planta hidroeléctrica que abasteció de electricidad
a Acayucan, Minatitlán y Coatzacoalcos tiempo atrás. La represa
propicia una bonita cascada y al lado de ésta don Tiburcio acondicionó
el terreno y construyó una palapa, a donde acude la gente de la región
en tiempo de secas para bañarse y pasar un rato agradable, lo que
aprovecha la familia de don Tiburcio para venderles cerveza y comida.
Recorrimos el sitio mientras llegaban más hijos y nietos del patriarca
desde las casitas cercanas, mandados llamar por éste para la foto del
recuerdo. Y luego... ¡A comer!.
Prohibido despreciar
Francamente no esperábamos que nos invitaran, aunque eran ya
las 3 de la tarde, pero las carencias observadas en la vivienda no
hacían abrigar muchas esperanzas.
Pero dicen y dicen bien que el pobre da lo que tiene y el rico lo que
le sobra. “Y aquí está prohibido decir que no -nos advirtió Valentín-,
¡cuidado! y se te ocurra despreciar a esta gente, porque no te la vas
a acabar”.
Por supuesto que no íbamos a decir que no, este reportero no
había desayunado y lo que fuera estaría delicioso. Nos sirvieron un
platazo de frijoles negros refritos, y a falta de tortillas los sopeamos
con rodajas de plátano macho, verde, acabadas de freír, junto con un
pocillo de café, con poca azúcar y tibio, pero que nos supo a gloria
y disfrutamos, como sólo se puede disfrutar de algo que la gente da
de corazón.
La última pregunta de la entrevista: ¿Todavía venden muchachas
en la Sierra?, me dicen que cuestan 10 mil pesos...
- No, ya no. Se usaba eso hace mucho tiempo, pero ya no. Quién
sabe allá más arriba... en alguna comunidad muy apartada, pero aquí
ya no...
Y vámonos... pero el pinche Vocho no va a subir. No... no va a
subir -era el pendiente que teníamos-, ¿cómo carajos vamos a salir
de aquí...?
Dicho y hecho. A las primeras de cambio empezó a patinar el
carro con sólo Valentín a bordo...
Pero por algo había dicho don Tiburcio “sí sale, síguele”. Llamó
a sus hijos, sólo a algunos, y lo sacaron en peso, casi en vilo, hasta
llegar a la parte más alta sin que les costara mayor esfuerzo. Mientras
Enrique Reyes tomaba la foto:
- “Para que vean los lectores de La Revista -dijo-, lo que puede la
fuerza de la leche de don Tiburcio”.
- “¡Ponle así!, ¡ponle así al reportaje! -decía por su parte Valentín
Martínez Salazar, paisano y amigo de don Tiburcio Franco-, para que
vean nuestras mujeres, que se enojan nomás porque voltea uno a ver
a otra vieja... deberían de aprender...”
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