“A todos diles que sí/pero no les
digas cuando/Así me dijiste a mí/
por eso vivo penando…”. Son de la
Negra. Blas Galindo.
Profesor Carlos Salazar-
Vargas
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reservados por la Ley
www.carlosalazarvargas.org

Y lo más grave es que nosotros
tenemos gran parte de la culpa y
responsabilidad de que esta clase
de comportamientos y procederes
se conserven y que reiteradamente
se reproduzcan esas folclóricas
respuestas, pues alabamos los
incumplimientos, festejamos
las falsas promesas y las
catalogamos como simples
e inocuas informalidades,
atribuyéndoles que son ya parte
de la idiosincrasia y pedazo de
una peculiar cultura.
Realmente, esta clase de
desplantes -como categoría
muy particular de respuesta- no
son expresiones folclóricas y
sí permiten y ayudan a formar
y mantener una cultura de la
fantasía, comportamientos de
falsa cortesía y de urbanidad
mal entendida, que forman
parte ya de normales prácticas
e inveteradas actuaciones y
comportamientos.
Así, frases como: “te hago
llegar más tarde la información”,
“te envío al rato la propuesta”,
“ahora mismo te llevo los datos”,
“pronto tiene el asunto en su
escritorio”, “mañana sin falta”…
como situaciones que nunca se
cumplen, son de uso muy corriente
y generalizado. Y ya, simplemente
aceptamos como normal estos
ambientes de informalidad, culturas
de incumplimiento, escenarios
de descuido y hasta entornos de
engaño, que afectan tanto las
relaciones laborales, como las
actividades diarias y hasta los
quehaceres más serios de nuestra
vida, pues nada es cierto, todo es
mentira, nada es en serio y todo
es una simple disculpa para salir
del paso. Sin embargo, así como el
cumplimiento debe ser reconocido,
valorado y elogiado, así también el
hecho de ser incumplido, carente
de credibilidad o falto de palabra,
debe también ser públicamente
exhibido, duramente criticado,
reiteradamente reprochado y
puntualmente censurado.
Por eso, con gusto y alegría
cantemos y bailemos el “Son de
la Negra”, pero por favor, no lo
practiquemos en nuestras relaciones
personales, ni en nuestros trabajos,
ni en nuestros compromisos,
pues tratar de hacer políticas
públicas bajo estos parámetros
de incertidumbre, ficción e ilusión,
tiene un alto riesgo que no vale la
pena asumir, pues al final se corre
el peligro de quedarse solo, tal y
como el pastorcito mentiroso que a
todos decía que venía el lobo, hasta
cuando realmente el lobo llegó…y
ya nadie le creyó. Y es que nadie le
cree a los mentirosos…ni siquiera
cuando dicen la “puritica” verdad.
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