Por Gustavo González Godina
+ En mi tierra era producto de los asaltos por las minas de Bolaños
+ Pero si no lo saca la persona indicada, se vuelve carbón o arena
o enterrado
en su casa del pueblo donde vivía, en Totatiche donde
viví yo también durante siete años, los de mi educación
primaria en el Colegio Cristóbal Magallanes, al que mi
papá me llevó a cuerazos el primer día de clases. No
quería yo ir pero me obligó, quedaba el plantel como a
ocho cuadras de la casa donde vivíamos y me arreaba
un par de cinturonazos cada cuadra, en promedio. A
llore y llore y con las nalgas moreteadas llegué por fin
a conocer las aulas. Si hubiéramos vivido en Estados
Unidos lo demando para que lo metieran a la cárcel.
Ahora se lo agradezco.
Mi tía Patrocinio también era tía de mi papá, porque
era hermana de su madre, de mi abuela doña Teresa
Orozco. Andrés González Orozco se llamaba el
golpeador de menores que no querían ir a la escuela,
Don Andrés, y aunque a mí no me puso por nombre
Simón, sí era yo el Gran Varón de la familia, porque fui
el primer hijo después de mi hermana la mayor. Doña
Patrocinio Orozco fue la primera mujer afortunada de la
que tuve noticias, porque se encontró dinero enterrado
¡dos veces!, ¡mucha lana!
Era mi tía una buena persona. Yo apenas la conocí
y muy apenas la recuerdo porque hará de eso unos
57 años; y ya era vieja, tendría más de sesenta, pero
sí recuerdo que no era rica -todavía-, y que aun así
ayudaba a la gente que menos tenía. Y me acuerdo
-Ahora que me acuerdo- porque me mandaba a mí a
llevarle a alguna señora muy pobre una bolsa con dos o
tres kilos de maíz, apenas la podía yo. La mayoría de los
lectores aquí y ahora se preguntarán para qué regalaba
mi tía Patrocinio unos kilos de maíz y para qué lo quería
la señora más pobre, bueno pues porque en ese tiempo
y en ese lugar todo mundo hacía sus propias tortillas;
ponían a cocer el maíz, le agregaban una poca de cal
no sé para qué, y el grano se convertía en nixtamal, el
cual se molía en el metate para convertirlo en masa y
ésta a su vez en tortillas. Y había gente tan pobre que
no tenía ni para tortillas, a esa era a la que ayudaba mi
tía, porque Ella tenía por lo menos maíz que sembraba
y cosechaba su marido en el rancho de La Agua Zarca
donde nací yo también.
Su marido se llamaba Porfirio Arteaga y era más
viejo que Ella. La gente que lo quería le llamaba Pilo de
cariño, y sus malquerientes -que también los tenía- le
apodaban El Coyote, nunca supe por qué. Vivían por la
calle principal del pueblo, a tres cuadras de la Parroquia
de la Virgen del Rosario, Patrona del lugar, y a dos de
la plaza que había frente al Palacio Municipal, donde los
domingos en el kiosco mi tío Cecilio tocaba el bajito en
la banda municipal.
La casa estaba en una esquina y era grande, bueno,
cuando está uno chico todo le parece grande, el caso
es que era una casa vieja, de adobe como casi todas
las casas viejas de entonces, y tenía un corral donde
se guardaba a las bestias (caballos y mulas) en las
que se iba y venía del pueblo al rancho y viceversa,
ocasionalmente había también algún burro, y de noche,
casi siempre, tres o cuatro vacas que eran ordeñadas
por la mañana y llevadas luego junto con sus becerros
(que dormían separados de sus madres, ahora sí que
para que no mamen) a algún potrero en las afueras del
pueblo para que pastaran todo el día, casi todo el día,
porque en la tarde había que ir por ellas para traerlas al
pueblo, encerrarlas y repetir la rutina.
Menciono especialmente lo del corral porque es la
parte central de esta historia. Además de las bestias y
las vacas, normalmente había en éste uno o más cerdos,
que aunque usted no lo crea comían, además de maíz y
los desperdicios de comida, excremento. Yo creo que por
eso les llaman además de cerdos, puercos y marranos,
cochinos. No había drenaje en el pueblo y supongo que
sólo los ricos tenían alguna fosa séptica en su casa o muy
cerca de ésta, la mayoría de las casas tenían, en cambio,
un corral más o menos amplio -como aquella en la que
vivían mi tía Patrocinio, El Coyote y sus hijos-, del cual
en un apartado (un reservado se dice ahora) estaban el
marrano o marranos, y el mismo era usado como baño
o sanitario, aunque de sanitario obviamente no tuviera
nada. El caso es que mientras la persona desahogaba
sus necesidades fisiológicas, en cuclillas, tenía que estar
espantando con una vara o un palo al cochino animal, que
tarde se le hacía para darse un banquete. ¡Guácala! pero
esa era la costumbre.
Y sucedió que en una ocasión, mientras la Tía
espantaba al marrano, en algún momento en que éste
dejó de molestar ella empezó a picarle al muro de adobe
con la punta del pedazo de madera que usaba para ese
fin. Y ¡ándale! que a poco de estar haciendo eso brotó de
la barda una cascada de monedas de oro, estaban en un
cántaro empotrado en el muro y adiós pobreza.
Y no paró ahí la cosa. Tiempo después, no mucho,
sucedió que mi tía Patrocinio andaba en el mismo corral,
en el que caían los chorros del agua que se juntaba en
la azotea de la casa cuando llovía, a través de lo que
llamaban canales, que eran unos conductos de barro
cocido que sobresalían de la casa a la altura del techo y
que servían para ese fin. Todas las casas los tenían, unos
daban a la calle y otros como en este caso al corral de la
casa. Pues ¡ándale! que otra vez mi tía andaba tratando
de tumbar un panal de abejas con un palo largo, y por
equivocación le pegó a una de las canales, que se rompió
y brotó ¡otra vez! una cascada de monedas de oro. ¡Coño!
eso sí que es tener buena suerte, dos veces un hallazgo
de dinero enterrado.
Se volvió rica la familia y mi tía Patrocinio -haciendo
honor a su nombre- siguió ayudando a la gente más pobre,
ahora con más ganas y con más recursos, pues sentía Ella
que el Ser Supremo le mandó esa lana para que siguiera
echándoles la mano a los más necesitados. Mi tío Pilo (tío
político, marido de mi tía abuela) no sintió lo mismo, por
algo le apodaban también El Coyote, Él sintió que era su
oportunidad de dedicarse a la política, tenía con qué y ya
no necesitaba trabajar en el campo sembrando maíz ni
llevando y trayendo vacas. No tenía ninguna instrucción
escolar, no sabía leer ni escribir, pero le sobraba el dinero
y eso compensa otras carencias. Además de que no era
pendejo, era ignorante que es diferente, así que se lanzó
como candidato (del PRI por supuesto) a la presidencia
municipal y ganó, faltaba más…
Y sucedió que al día siguiente de la elección, una vez
que se supo del triunfo de don Porfirio Arteaga, del Tío Pilo
o el Coyote, amaneció en el kiosco de la plaza frente al
palacio municipal un burro, no sé cómo lo subieron porque
había escalones, pero lo amarraron del barandal y le
colocaron una banda que decía: “C. Presidente Municipal”.
Por supuesto que a la nueva primera autoridad le valió
madre la ofensa y gobernó todo el trienio en medio de su
ignorancia.
Yo lo recuerdo más a Él que a mi Tía, porque a partir
de entonces andaba el hombre siempre de traje, con un
chaleco bordado bajo el saco y un sombrero de pana, muy
elegante el C. Presidente Municipal de Totatiche, Jal.; y
aún después, lo recuerdo ya muy anciano, caminando con
dificultad pero muy elegante, se le quedó la costumbre. El
hábito no hace al monje, pero lo distingue. Qué tal…
Le contaré de otros conocidos que se encontraron
dinero enterrado, y de cómo escuchaba yo por las noches
que se caía el trastero de la cocina en la casa donde
vivíamos, era la señal, pero yo no lo sabía…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario