+ El tío Mundo sí se halló un montón de oro
+ Por la noche se oía que se caía el trastero
Por Gustavo González Godina
Alguien que no conocí bien, porque lo vi sólo una
vez y por eso su imagen está muy borrosa en mi
mente, fue un hombre al que llamaban Mundo, no sé si
su nombre era Edmundo o Raymundo, sólo sé que era
famoso don Mundo Orozco porque era muy rico, éste
sí muy rico porque se encontró un demonial de dinero.
Tampoco sé si también era pariente de mi papá por el
lado materno, si era hermano o primo de mi tía abuela
Patrocinio Orozco nunca lo supe, lo que sí recuerdo
es que era mi mamá, Doña Cuca, la que se refería a
Él como “mi tío Mundo Orozco” (ya sabe usted que
cuando alguien se vuelve rico le brotan parientes por
todos lados).
Y cosa curiosa, lo que menos tenía el “Tío Mundo”
eran parientes, sólo tenía una hija llamada Socorro, a
la que sí conocí bien porque era a toda madre, muy
buena persona Ella, que se casó con un mecánico del
pueblo llamado Efraín, que era también una excelente
persona, muy servicial, amable, atento, educado, muy
honrado el hombre, yo creo que por eso se entendieron
y se casaron, hacían muy buena pareja. La mujer aún
no era rica cuando se dio el matrimonio, pero ya se
sabía que su padre tenía mucho dinero y que sería la
heredera única, pero no por eso se casó Efraín con Ella,
sino porque era muy bonita, por dentro y por fuera, era
una mujer bella (no sé si aún vive) y muy solidaria con
los marginados, siempre que era necesario le echaba
una mano a quien la buscaba en demanda de ayuda.
La historia que nos contaban frecuentemente en la
familia, decía que Mundo Orozco tenía unas tierras que
valían muy poco, alejadas de El Agua Zarca y la mayor
parte en una barranca en la que nada se podía cultivar,
sólo la usaba para tener en ella como cosa perdida
algunos animales, vacas viejas con sus becerros,
hasta que estos crecían y se convertían en novillos que
podían ser negociados. Pero en realidad la barranca no
servía para maldita la cosa, aunque era más o menos
extensa. No servía hasta que sirvió y en qué forma…
En una ocasión el Tío Mundo duró dos días buscando
una vaca que no aparecía, el segundo día se alejó tanto
del rancho que decidió no regresar, sino pasar la noche
en una cueva que encontró. Bendita cueva…
No aclara la historia que me contaban si encontró
por fin la maldita vaca que le faltaba, pero lo que sí
encontró en la cueva fue una cosa muy extraña, era un
cuero de buey, la piel de un buey, seca ya por supuesto
y cosida, unidas las dos orillas con una correa (de piel
también) y rellena con puras monedas de oro.
¡Tómala! Ya el lector podrá imaginar el tamaño, un
buey es un toro adulto al que se castra, se le quitan los
testículos para volverlo manso y que no se alborote en
presencia de una vaca de buen ver, para que sirva así
para el trabajo, para jalar el arado formando una yunta
junto con otro tan buey como él. Era pues un cuero
-como le llaman allá en el rancho-, una piel -como le
llama la gente educada- de muy buen tamaño. No sé
cómo supieron quienes contaban la historia que era de
un buey y no de un toro, pero para el caso lo mismo da.
La fortuna la tuvo que sacar el Tío Mundo días después
en dos mulas, porque pesaba mucho el oro y su caballo
sólo no lo podía, además de que tenía que cargarlo
primero a Él.
Compró ranchos, casas, ganado y siguió trabajando,
era un hombre austero y muy trabajador, nada
ostentoso ni presumido, siguió siendo humilde aunque
rico, Y así se murió, no se acabó la lana por supuesto,
las propiedades y me imagino que un buen de
marmaja en efectivo se le quedaron a Socorro su hija,
que pudo hacer así más obras de caridad, creó fama
de ser una gran filántropa a la que acudían muchas
personas pobres de toda la región.
Entre otras cosas que compró la hija del Tío Mundo
después, estuvo la casa de mi abuelo Rito donde vivía
yo con mi familia, con mis papás y mis hermanos,
hasta que un día el padre de mi padre nos echó a la
calle con todo y chivas, pero esa es otra historia que
más adelante le contaré.
Aquí lo importante es que en
esa casa comienza una nueva historia de más dinero
enterrado.
Era una casa bonita, con un gran jardín en medio
y una huerta con muchos árboles frutales atrás (corral
de por medio, donde se guardaban las bestias de los
parientes cuando llegaban del rancho los domingos,
porque en mi familia ni a bestias llegábamos, bueno…
y por supuesto el cerdo, marrano, puerco o cochino,
al que había que espantar con la vara).
En la huerta
me subía yo a lo más alto de un árbol de manzanas, a
un manzano, con un cuento (una historieta, un cómic)
de Kalimán, y nomás estiraba la mano para cortar
una nueva manzana mientras leía las sospechosas
aventuras del héroe con el pequeño Solín. Siempre me
pregunté si el oriental del turbante no sería más que un
miserable pedófilo, pero bueno… yo la pasaba a todo
mecate comiendo manzanas, duraznos, chabacanos,
naranjas, cañas de azúcar y otras frutas que había en
la huerta de atrás de la casa, que estaba ubicada por
cierto en Juventino Rosas número 21, desde entonces
conozco el hermoso vals Sobre las Olas.
La casa tenía cuatro recámaras o cuartos, uno
daba a la calle y lo usaba mi padre como carpintería;
al siguiente, frente al jardín, le llamábamos “la sala”
porque era el más grande, ahí nos reuníamos por la
noche a escuchar la radionovela de Porfirio Cadena
“El Ojo de Vidrio”, y algún otro programa en lo que don
Librado Montañez apagaba su planta generadora de
energía eléctrica a las 10 de la noche y todos a dormir.
Seguía la cocina (comedor por supuesto) también frente
al jardín, y luego otro pequeño cuarto donde dormía yo
con mis hermanos, mi cama pegada a la pared de la
cocina, donde al otro lado se encontraba el trastero; y
finalmente otro cuarto grande, viejo, abandonado, que
estaba lleno de triques y cuyo techo parecía que en
cualquier momento se iba a venir abajo, siempre me dio
miedo entrar a ese lugar.
Bueno pues sucede que, si no cada noche sí con
frecuencia, escuchaba yo por las noches que al otro
lado en la cocina se caía el trastero con gran estruendo,
porque se rompían vasos y metían mucho ruido los trastes
de aluminio y de peltre. Me daba miedo, me envolvía en
la cobija y trataba de dormir hasta que lo conseguía, y al
otro día ¡nada!, no había pasado nada, todo estaba en
su lugar.
Me cuenta mi tío Cecilio, hermano de mi papá,
que Él también escuchaba lo mismo cuando vivió ahí su
familia, y que sospechaba igual que en algún punto de la
cocina había dinero enterrado, pero nunca se atrevieron
a escarbar. Y nosotros menos porque la casa no era
nuestra, nos la estaba prestando mi abuelo…
Bueno pues después de que nos echó mi abuelo y
le vendió la casa a Socorro, la hija del Tío Mundo, Ella
y su marido sí decidieron buscar, derribaron la pared
que dividía a la cocina del cuarto donde yo dormía, y se
encontraron qué cree… una olla con monedas de oro.
El falso ruido del trastero cayéndose era la señal, pero
yo no lo sabía con certeza, era un niño, y nadie de mi
familia se atrevió a buscar y perdimos la oportunidad.
Otra vez el dinero fue para la familia Orozco…
Ya antes se le había escapado otro hallazgo a mi
padre, el del dinero que dejó enterrado Doña Chinda en
su casa del potrero de El Agua Zarca. Más adelante le
contaré.
edición de Julio hagan click en entradas
antiguas, Gracias...
Para seguir viendo la
edición de Julio hagan click en entradas
antiguas, Gracias...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario