
Su padre
trató de encaminar la actitud rebelde del muchacho para que
le sucediese en el negocio familiar en la panadería, pero todos
sus esfuerzos fueron en vano. Un buen día Sawney se escapó
de su casa junto con una mujer, de la que muchos decían que
tenía ciertas “inclinaciones extrañas”, y juntos se marcharon en
dirección a la costa del condado de Gallway. Esa fue la última
noticia que sus padres tuvieron de él, y nadie volvió a verles
acercarse a ninguna cuidad o pueblo.
No resultaba extraño que algunos viajeros se perdieran, en
parte debido a los salteadores y en parte a las bestias salvajes,
y durante algún tiempo nadie relacionó las desapariciones
entre sí. Pero estos hechos fueron a más, llegando incluso a
desaparecer gente de las zonas más apartadas de la región
oeste del condado. El transitar las carreteras no era seguro
a menos que se viajase en grupos mayores de diez personas,
habiéndose “perdido” ya algunos grupos menores. Por supuesto,
nadie se atrevía a viajar de noche, por muy armado o acompañado
que fuese.
La desconfianza propició que algunos viajeros
procedentes de fuera fuesen tratados como sospechosos de los
crímenes, e incluso se llegó a castigar injustamente a inocentes,
culpándoles de haber enterrado los cuerpos en lugares remotos y
secretos.
Algunos tramos de la carretera oeste de Escocia que conectan
con la región Suroeste de Galloway permanecieron cerradas durante
dos años, con la esperanza de que las personas o animales que lo
provocaban falleciesen de hambre o se viesen obligados a buscar
otro lugar de caza. Esta medida, lejos de resolver el problema,
sólo acrecentó el horror de la situación cuando comenzaron a
desaparecer los cadáveres más recientes de algunos cementerios.
En algunos casos desaparecían por completo y en otros algunas
partes; ésto llevó a la idea de que tal vez se enfrentaban a brujas
o a adoradores del Diablo que se alimentaban de carne humana.
Se produjo otra oleada de detenciones, juicios y ejecuciones en la
horca, pero no lograron poner fin a estas atrocidades. Muchos de
los jueces y magistrados llegaron a asegurar que nunca se podrían
detener los crímenes por medios humanos, y que sería necesaria
la intervención de Dios para hacerlo. Nadie sabía nada acerca de
los responsables, y mucho menos del destino de sus víctimas,
aproximadamente unas 1.000 (entre hombres, mujeres y niños) a
lo largo de 25 años.
Un día se encontraban viajando un hombre y su esposa de
regreso de una feria comercial durante el Otoño, ambos a lomos del
mismo caballo y pasaron cerca por la zona de las desapariciones.
Antes de darse cuenta de lo que sucedía fueron rodeados por
un nutrido grupo de
hombres y mujeres
de diferentes edades,
que les atacaron con
inusual fiereza. Gracias
a la espada y la pistola
del viajero pudo hacer
frente a parte del grupo,
pero su mujer cayó
del caballo durante la
refriega y fue apresada
por los atacantes, que se
la llevaron rápidamente
fuera del alcance de su
marido.
Utilizando al caballo
como ariete, el viajero
logró zafarse del ataque
y herir gravemente a
varios de ellos, así como
provocar la huida de
los demás. Entonces
les persiguió en busca
de su esposa pero sólo
pudo hallar parte de su
cuerpo por el camino.
Tan aterrado como enfurecido fue en busca de las autoridades para
que le ayudasen a dar caza a los responsables, y cuando el rey
James VI supo lo que ocurría envió una fuerza de 400 soldados
para la búsqueda.
Con la ayuda del viajero para darles un punto donde iniciar la
búsqueda y acompañados por sabuesos, los soldados llegaron hasta
la costa del oeste y comenzaron a barrer cada cueva o recoveco
donde un humano se pudiese esconder. Finalmente los sabuesos
encontraron una apertura en la roca que daba a un oscuro túnel,
así que los soldados decidieron internarse para explorar. Antes
de dar con los responsables de las desapariciones, los soldados
contemplaron en una bóveda del interior un terrorífico espectáculo
de miembros humanos colgados del techo e innumerables huesos
que alfombraban el suelo. A un lado de la caverna había una enorme
montaña de pertenencias de los desaparecidos, oro, espadas,
pistolas, anillos y ropas de todas clases y tamaños, que habían
ido acumulando durante los 25 años de sus cacerías de humanos.
Los responsables de tamaña atrocidad fueron identificados
como Sawney Beane y su esposa, en compañía de sus seis hijos,
seis hijas, dieciocho nietos y catorce nietas, producto de relaciones
incestuosas. También se observó que no hablaban ningún idioma
concreto, sino que se comunicaban con un primitivo sistema de
sonidos guturales y gestos.
Los miembros de la familia Beane fueron encerrados en
Tolbooth hasta que se encontró y enterró a todas sus víctimas,
tras lo cual fueron trasladados a una fortaleza en Leith donde
fueron ejecutados sin juicio previo. Los hombres del clan fueron
desmembrados y ejecutados mientras que las mujeres perecieron
en la hoguera. De esta manera se ponía punto y final a uno de los
mayores episodios de crímenes que ha vivido Escocia.
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