+ Era la Nana Nina la que hacía ruidos
+ Hasta que su alma descansó en paz
Por Gustavo González Godina
Vivíamos ya en la ciudad de Tepatitlán, la más bonita
de la región de Los Altos de Jalisco (aunque San Miguel el
Alto no se queda atrás), en el número 839 de la calle Amado
Nervo, en el llamado Fraccionamiento La Gloria por el rumbo
donde vive la gente bonita de Tepa, aunque mi familia no
alcanza esa categoría (y como dijo Don Teofilito, ni la
alcanzará). Era entonces (hace 26 años) una casa nueva, y
las casas de toda la cuadra también, y las de enfrente igual,
sin embargo ocurrió algo rarísimo que toda mi familia y los
vecinos recuerdan aún.
A la izquierda de la casa mencionada (viéndola de frente)
había otra que normalmente estaba vacía, era de un par
de monjitas (de edad avanzada las dos) que la visitaban
regularmente cada mes, llegaban un día y se iban al siguiente.
Al otro lado de esa (más a la izquierda) vivía un joven que
trabajaba en Telmex, con su esposa y un niño muy pequeño.
Y a la derecha nuestro vecino era un electricista, Don Chon,
que tenía esposa y dos hijos jóvenes. Los menciono porque
a ellos les consta lo que voy a contar.
Un día, o una noche más bien, sin más ni más
escuchamos un ruido en la casa de al lado, la de las monjas,
donde sabíamos que no había nadie porque la mayoría de
los vecinos nos enterábamos de cuándo estaban y cuándo
no.
A las 11 de la noche se escuchó como si hubieran movido
un mueble pesado: ¡brrrooom!
No le dimos importancia porque era la primera vez. Pero
a la noche siguiente se repitió a la misma hora. ¡Ah chingao!
qué será eso -pensé inmediatamente-, las monjas no están
y alguien movió un mueble.
Luego empezó a escuchar el ruido también el resto de
la familia, todas las noches a las 11, minutos más minutos
menos, pero casi siempre muy puntual: ¡brrrooom! Y
entonces sí ya me entró la curiosidad.
Sobre todo porque en ese tiempo se usaba mucho que
los malandros, narcotraficantes, secuestradores y demás
delincuentes organizados, tenían como guarida dos casas,
una en la que vivían y otra en la calle de atrás, que se
comunicaban por medio de un túnel que usaban para escapar
cuando les andaba llegando la lumbre a los aparejos.
Y es que en la calle de atrás, la Agustín Ramírez, más o
menos en la misma dirección que la casa sola de las monjas,
vivían unos malandros. Lo suponía yo porque al salir de mi
casa en el carro le daba la vuelta a la manzana para ir al
centro de la ciudad donde estaba mi trabajo, y al pasar por
esa cuadra (la de atrás) en la puerta de una casa había
siempre dos hombres, en la acera de enfrente donde no
había casas sino sólo una prolongada barda, otros dos, y al
terminar la cuadra en la esquina había con frecuencia tres.
Llegué a imaginarme, por eso, que podría estar escondido
ahí algún capo de las drogas, por tanta vigilancia en esa
casa. Pero no, arriesgándome a que fuera su cómplice le
comenté al jefe de la policía y éste me contestó que no me
preocupara, que era una banda de roba carros y que eran
inofensivos, ajá.
Pero yo me seguí preguntando quién jijos movía ese
mueble por las noches y para qué. Llegaron a escuchar el
ruido personas que llegaban a visitar a mi familia procedentes
de Guadalajara y que se quedaban a dormir, les decía yo
“pongan atención, a las 11 de la noche se va a escuchar
un ruido aquí al otro lado, aunque la casa está sola”. Y no
fallaba, a las 11: ¡brrrooom! arrastraban el mueble.
Y para complicar aún más el misterio, cada mes cuando
llegaban las monjas traían bastante despensa, se bajaban
de un taxi con varias bolsas del supermercado, para qué o
para quién si se iban al día siguiente…
¿Qué madres? pasa
aquí me preguntaba yo, ¿hay bajo la casa un sótano, en el
que estas rucas tienen escondido y preso a alguien?, o ¿hay
un túnel que da a otra casa y tienen que mover un mueble
para salir y entrar por ahí?.
Le pregunté a mi vecino Don Chon si escuchaba Él los
ruidos y dijo que sí, pero que Él creía que eran en mi casa;
le pregunté al otro vecino, al que trabajaba en Telmex y me
dijo lo mismo “sí, lo escuchamos todas las noches, pero mi
esposa y yo pensamos que era en la casa de ustedes”. Ah
que la…
Me llegué a poner como loco. Me acostaba en el sofá de la
sala, pegadito a la pared que daba a la casa de las monjas, y
cuando se acercaban las 11 de la noche pegaba yo la oreja a
la pared para oír mejor, y a la hora de costumbre ¡brrrooom!
el mueble.
Hasta llegué a gritar: “¡Quién es!”, “¿es de este
mundo o del otro?”, “si es alguien del otro mundo dígame,
¿le puedo ayudar en algo?”. Y contestaba mi hija Gabriela
desde su recámara: “Sí cabrón, en que nos dejes dormir”.
Oh que la… Tenía que entrar yo a esa casa para revisarla
palmo a palmo y tratar de descifrar el misterio. Pero cómo…
Me podría meter como un ratero, al fin que no estaban las
monjas, pero estaría cometiendo yo un delito. Cómo le hago,
cómo le hago… le daba yo vueltas al asunto. Hasta que me
platicó mi esposa algo que yo no sabía, que nuestro vecino
Don Chon les hacía trabajitos a veces a las monjas, de
electricidad, de fontanería…
Y dije ¡de aquí soy!
Fui y hablé con mi vecino, le dije “oiga don Chon,
tenemos que averiguar qué pasa en esa casa, quién o qué
provoca esos ruidos que escuchamos todas las noches,
yo no tengo ninguna relación con las monjas pero usted
sí, qué le parece si la próxima vez que vengan vamos a
verlas y entramos a la casa con algún pretexto”. Estuvo
de acuerdo, me dijo que le avisara cuando las viera.
Dicho y hecho. Las estuve cazando y el día que
llegaron, en cuanto se bajaron del taxi con sus bolsas de
mandado y entraron a su casa, fui corriendo a avisarle a
mi vecino: “Don Chon, don Chon ¡ahí están!, ¡ahora es
cuándo!”. Vamos -me dijo- y ahí vamos y tocamos a su
puerta. Enseguida nos abrió una de ellas a la que le dije
“buenas tardes madre, oiga, ¿no se han metido a robar a
su casa?, porque ya les han robado a algunos vecinos y
la otra noche escuchamos algunos ruidos aquí”. No -dijo
la reverenda- no se ve que nos falte nada. “¿Segura?, ¿ya
revisaron bien?, ¿no se ven huellas de que se haya metido
alguien por el jardín en la parte de atrás?” Pues no, no hemos
revisado ahí pero pasen, ya que están aquí acompáñenos a
revisar… ¡Eso era todo!
Y allá vamos Don Chon y yo a revisar en el jardín, y ya
en el camino, mientras recorríamos la casa hasta la parte
de atrás, les dijimos a las monjas que todas las noches se
escuchaba un ruido. Se asustaron y nos dijeron “revisen,
revisen”. Y como de eso estaba yo pidiendo mi limosna,
obviamente en el jardín no había ninguna huella de nada,
pero desde allá me vine revisando cada recámara, cada
closet, debajo de cada cama, quería yo encontrar la entrada
al túnel o al sótano, pero ¡nada!, en la cocina, el comedor,
cada rincón… ¡Nada!
Hasta que llegamos a la sala, cerca ya de la puerta de
salida, me quedé un momento observando el sofá, el más
grande de los muebles, lo empujé y ¡brrrooom! el ruido de
cada noche. “Madrecitas -les dije- no es por asustarlas, pero
diario a las 11 de la noche escuchamos este ruido, no sé
quién moverá el sofá, o si se mueve o no, pero este ruido no
falla. ¿Se murió alguien en esta casa?” -les pregunté y me
contestó una de ellas: Sí, hará cosa de cinco años falleció la
Nana aquí de la Hermana, que era además su madrina y por
eso le decíamos Nina.
Así que era la Nana Nina, como el personaje de Tres
Patines. “Pues diario escuchamos ese ruido Madre, cada
noche… Y ahi nos vemos” y nos salimos de la casa.
Pues al rato, cuando salí de mi casa para ir al centro,
caminando, al pasar frente a la casa de las monjas vi por
la ventana que estaban las dos fajadas a rece y rece, de
rodillas y con veladoras encendidas. ¡Coño! Y ya en la noche
me platicó mi esposa que rato después llegó un sacerdote y
roció agua bendita por toda la casa recitando las oraciones
de rigor, o sea que según yo exorcizó la vivienda. Y no me la
va usted a creer, pero nunca más se volvió a escuchar ese
ruido.
Después bromeaba yo por las noches y gritaba “¡Qué
pasó Nana Nina!, ¿ya te aplacaron?”. Mi esposa y mis hijas
me regañaban, pero yo ya estaba ranquilo, mi curiosidad
estaba satisfecha porque habían cesado los ruidos. ¿De qué
se trató? no lo sé. ¿Cómo fue que dejaron de oírse después
de los rezos, las veladoras y el agua bendita?, tampoco lo
sé. Pero juro que así fue y hay testigos, ahí viven todavía
mis ex vecinos.
Le contaré del ánima de Chito León y del dinero que éste
dejó enterrado…
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