Por: Rogelio Aguiar Barajas.
A partir de los años 60, surgen los nuevos misioneros de la
educación en México, ansiosos por adquirir el arsenal pedagógico
que los capacitara para lanzarse a combatir las necesidades
educativas que aquejaban a miles de niños en las comunidades
rurales distribuidas a lo largo y ancho del territorio nacional,
convirtiéndolos así, en los verdaderos promotores de los cambios
sociales y culturales de estos lugares.
Consientes del destino que les esperaba a cada uno de ellos,
prestos acudieron al llamado que les hiciera la Patria a sus hijos
predilectos, recibieron la encomienda de cubrir las necesidades
educativas que había en estos lejanos y apartados rincones de
nuestra patria.
Jamás pensaron o se imaginaron siquiera las condiciones
que les esperaban a cada uno de ellos. Su destino era “cualquier
lugar” , “en donde hicieran falta sus servicios”. Así fueron
quedando distribuidos los maestros egresados de las Normales
Rurales que ya existían y los egresados de los Centros Normales
Regionales de Ciudad Guzmán, Jalisco y de Iguala, Guerrero.
Esto, lejos de asustarlos o desanimarlos, los motivó y les dio la
fuerza necesarias para enfrentar este gran reto, ya que estaban
acostumbrados a la austeridad, carencias y pobreza que vivieron
en las normales.
Otro factor que les favoreció para el desempeño
de sus actividades fue, el origen humilde del cual descendían
originalmente cada uno de ellos, estaban acostumbrados al
trabajo rudo del campo, lo cual ayudó a que se adaptaran con
mayor facilidad.
Las comunidades que contaron con la presencia de un maestro,
recibieron de ellos el mejor de los alientos, se convirtieron en el
motor del desarrollo de las mismas. La gente humilde sintió del
maestro su calor, su mano amiga que los guiaba por el camino
del saber.
Esta mezcla de sentimientos al final se conjugaron
formando una sola.
El compromiso profesional de estos mártires dejó una huella
profunda en la mente de cada ciudadano que recibió el alimento
de la enseñanza de un maestro, a la postre esto les sirvió de
base para abrirse paso en la vida.
El magisterio fue, y es para muchos, no solo profesión, sino
el futuro, el medio mas digno de sacar adelante a las familias y
a todo un proyecto de nación , que nada tiene que ver con las
corruptelas que imperaban en las altas esferas educativas.
Muchas veces, la vocación del maestro se vio amenazada,
producto de la tensión que vivieron ante los
problemas que había en las comunidades.
No sabían como actuar ya que en la
normal no los asesoraron o previnieron
para intervenir en estos casos, lo que por
momentos pensaron en desistir.
No todos corrieron con la misma
suerte, unos fueron bien recibidos, les
brindaron el apoyo necesario para el
desempeño de su labor docente, otros en
cambio, se enfrentaron a grupos sociales,
políticos y religiosos que se oponían a la
llegada del maestro.
Veían en él a un enemigo potencial capaz de
interferir en sus negocios inculcando en las personas ideas que
pudieran cambiar su modo de pensar.
Algunos entregaron sus vidas al comprometerse demasiado
en los problemas de las comunidades, otros fueron agredidos
salvajemente por personas ignorantes que escudadas en
prejuicios religiosos y el fanatismo que los dominaba los hicieron
actuar de esa manera.
Estos incansables mártires de la educación les enseñaron en
la normal a “amar a sus semejantes” y a respetar las creencias
y costumbres de los pueblos.
Llevaban bien tatuados los valores
que recibieron en el seno del hogar y su religión bien definida, a
pesar de esto fueron agredidos y mancilladas sus mujeres.
Estos atropellos, vejaciones y señalamientos, a pesar de lo
grave del caso, el magisterio “YA PERDONO”; pero no por haberlo
hecho se ha olvidado.
Queda viva una herida en la mente del
magisterio que no sana ocasionada por el daño moral que aún
prevalece al recordar estos pasajes inhumanos sucedidos a los
maestros.
La mayoría de estos mentores ya han fallecido, otros viven en
situaciones difíciles, algunos padecen enfermedades terminales,
otros se encuentran lisiados, en sillas de ruedas o postrados
en una cama sin poderse mover. Toca a la sociedad mexicana
reconocer su trabajo y saldar la deuda histórica que tienen con
estos incansables promotores del saber.
Al final del camino, los que aún viven, los hacen de sus
recuerdos y un retiro digno que les permite tener la frente muy en
alto, seguros de que ninguno traicionó los principios emanados
de las escuelas que los formaron.
Les queda una jubilación, acompañada de un salario
humillante, olvidados por el gobierno, pero no de sus familias,
esperan ansiosos el reconocimiento de la sociedad a la que
sirvieron con su trabajo. Lo valioso, agradable y dignificante
para un maestro jubilado es cuando algún exalumno le dirige las
palabras que por mucho tiempo se guardó, sentir el amor y el
cariño de las personas que un día ayudó a transitar de manera
honesta y honrada por los caminos de la vida. ¡ FELICIDADES A
LOS SUPERVIVIENTES ¡
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