Javier Contreras
En un país, muy, muy lejano, hubo una vez un príncipe que aprendió en su vida que todos los que le rodeaban estaban ahí sólo para servirle. En su día a día, dejaba la ropa sucia en el suelo y “alguien” la recogía; se bañaba y dejaba el baño sucio y las toallas tiradas y él sabía que siempre “alguien” recogía y limpiaba el baño y “alguien” se hacía cargo de que las toallas volvieran a aparecer limpias y dobladas en su lugar para cuando el “principito” las requiriera. Era como si hubiera magia rodeando su vida: se salía del cuarto de juguetes dejando un tiradero y cuando volvía a entrar, todo estaba en orden y limpio.
En un país, muy, muy lejano, hubo una vez un príncipe que aprendió en su vida que todos los que le rodeaban estaban ahí sólo para servirle. En su día a día, dejaba la ropa sucia en el suelo y “alguien” la recogía; se bañaba y dejaba el baño sucio y las toallas tiradas y él sabía que siempre “alguien” recogía y limpiaba el baño y “alguien” se hacía cargo de que las toallas volvieran a aparecer limpias y dobladas en su lugar para cuando el “principito” las requiriera. Era como si hubiera magia rodeando su vida: se salía del cuarto de juguetes dejando un tiradero y cuando volvía a entrar, todo estaba en orden y limpio.
Cuando el “bebé” creció y tuvo edad
para ser adulto, él siguió esperando que
todos los que le rodeaban siguieran siendo
sus “pajecitos”, sus sirvientes… y se
admiraba que ya no hubiera “magia en su
vida”; llegaba de trabajar y encontraba en
su casa el mismo tiradero que él había dejado en la mañana;
y se preguntó: ¿qué está pasando? Entonces se dio cuenta
que la magia estaba en su mamá que siempre se había hecho
cargo de su tiradero y lo había tratado siempre como un bebé
y lo había hecho un atenido que veía siempre como algo muy
normal que hubiera alguien que le sirviera. Así había sido
siempre su vida, eternamente con alguien que le solucionara
sus problemas, invariablemente con alguien que juntara su
basura; Y ahora era un adulto, ya no había más magia en su
vida, ahora lo que no hiciera él, nadie más lo haría. Se puso a
pensar y pensar: ¿qué haré? Y se dijo: ah ya sé, me conseguiré
a alguien que me sirva permanentemente, me casaré
Y así, pensó que necesitaba a una mujer en su vida para
que le sirviera. No buscaba una compañera de vida, no
buscaba a alguien con quien compartir su suerte, alguien que
en pareja con él luchara las cotidianas batallas de la vida; no,
buscaba alguien que le sirviera. Pero cuando fue a buscar a
la chica, no le dijo que estaba buscando una sirvienta; sino
que sólo le dijo que la quería… y aquí no se entendieron: Ella
entendió que él la amaba; pero cuando él dijo que la quería,
se refería a que la quería como sirvienta permanente en su
vida, para sustituir el hueco que dejó vacío su mamá cuando
él al crecer, abandonó la casa paterna. Y con este engaño en
común iniciaron un matrimonio, que por principio de cuentas
no era matrimonio, sino una sociedad de servicio en la que ella
estaba para servirlo a él de manera permanente y sin sueldo
y él estaba para mandar y ser servido.
Por eso nunca se entendieron: cada uno
esperaba una cosa diferente de la misma
situación. Ella creía que sería la reina en
su castillo y sólo fue la cenicienta. A él
le parecía muy lógico que ella se hiciera
cargo del servicio de la casa, que fuera la
sirvienta de facto, como en su momento,
había sido su mamá: él quería reproducir,
el mismo esquema que había visto en
su casa. Y, ¿cómo podría pensar de otra
manera, si así había aprendido que eran
las cosas, que así funcionaba el mundo?...
Así lo habían formado… ¡él aprendió que
así funcionaba el mundo! No aspiraba a
más, sino a que todo siguiera funcionando
tan “bien” como siempre había funcionado.
Por qué hubiera querido que cambiara el
mundo, o por qué su hubiera cuestionado
si era justa su forma de ser, si así era
cómodo vivir para él.
Cuando frecuentemente fue necesario
conversar en pareja para solucionar los
mil y un problemas de la vida, nunca hubo diálogo; pues no
había nada qué discutir: las cosas estaban bien como él se
imaginaba que deberían de ser, y su esposa sólo debería de
aceptarlas, pues “para eso era su esposa”, ¿ o no? Así era la
vida, ¿o no? Así deberían ser las cosas, ¿o no?
II
En otro país, también, muy, muy lejano, hubo una vez una
princesa que fue “educada” alimentándola con la certeza de
que por bella y por princesa, lo merecía todo; creció dando por
sentado que “alguien” se tendría que hacer cargo de su vida.
No creía que tuviera que preocuparse por averiguar cómo
llegaba la comida a la mesa, eso era asunto de papá cuando
pequeña y de su esposo, cuando mayor. Y cuando pensó
en casarse, dio por sentado que quien la quisiera, tendría la
obligación de mantenerla, en pago del favor de ser aceptado.
Eso le parecía de sentido común: los hombres mantienen a las
mujeres, las bellas son sostenidas en sus necesidades por los
varones. ¿Por qué habría de esperar otra cosa de la vida, si
eso era lo que había vivido siempre?
No pensó en que ella tendría que navegar por la vida y que
necesitaba un compañero de lucha; no pensó en la posibilidad
de conseguir un compañero de equipo para hacer el trabajo
juntos; no, pensó en conseguirse a uno que la financiara, uno
que le solucionara el problema: y creyó que era de lo más
normal, que las cosas así sucedieran. Cuando platicaba con
sus amigas sobre las virtudes que deberían adornar
a los potenciales pretendientes, el hecho de que tuvieran
recursos económicos sobrados era la cualidad número uno;
las otras virtudes deseables, como ser leal a la compañera,
saber trabajar en equipo, querer aprender de la vida, hacer
el trabajo juntos o ser un buen amigo: eso pasaba a segundo
término; eran cosas anheladas, sí, pero sólo a condición de
destacar en la primera virtud.
Aquella chica decía que buscaba un esposo, pero lo que
buscaba era un padrino, alguien que le solucionara la vida;
no buscaba un compañero con quien pelear las batallas del
futuro, sino un patrocinador: alguien que saliera a pelear
por la vida, mientras ella esperaba en las altas torres de su
castillo, jugando canasta con sus amigas.
Y es que la princesa de este cuento, sabía que cuando
sus amigas se casaban con alguien de pocos recursos, la
mujer tenía que trabajar mucho en la casa o en el negocio
familiar; pero cuando se casaban con alguien de profesión
próspera, podían darse el lujo de pagar a algún sirviente
para que se ocupara de las tareas penosas de la casa; luego
la conclusión era muy simple: un marido con dinero es más
conveniente.
Pero, ¿estaba pensando en casarse con su mejor amigo,
para poder disfrutar juntos todos los momentos que pudieran?
¿Aceptaba a su pareja por que le había visto cualidades de
diálogo, al enfrentar una dificultad en común? ¿Lo conocía,
y sabía que cuando los problemas de la vida apretaran, él no
la abandonaría sino que estaría ahí partiéndose el alma junto
con su esposa para solucionarlos? Todo eso no lo sabía,
sólo se fijó en que el tipo tenía dinero y en que ella tendría
sirvientes y sería la reina en su propio castillo, como antes
había sido la princesa en el reino de su mamá. Aseguró su
estatus, pero no su futuro. Todos los problemas que tuviera
en lo que quedaba de su vida, serían consecuencia de esta
decisión.
E igual que en el caso del príncipe, cuando frecuentemente
fue necesario conversar en pareja para solucionar los mil
y un problemas de la vida, nunca hubo diálogo; pues no
había nada qué discutir: las cosas estaban bien como ella se
imaginaba que deberían de ser, y su esposo sólo debería de
aceptarlas, pues “para eso era su esposo”, ¿ o no? Así era la
vida, ¿o no? Así deberían ser las cosas, ¿o no?
Cuando se educa a alguien enseñándole que así se hacen
las cosas, y se procede de este modo porque sí; mientras el
modo de obrar sea cómodo para él, nunca se cuestionará la
justicia o la pertinencia de lo que hace, y querrá continuar
con su modelo de vida; y no entenderá por qué las cosas no
le salen bien: Creerá que tiene mala suerte, que se equivocó
con su pareja, que el destino le es adverso… nunca podrá
entender que cuando puso los cimientos de la construcción
de su vida, el moldeó los futuros problemas que habían de
venir, nunca entenderá que la raíz de sus problemas y la
solución a ellos estaban en él.
Por todo en la vida se paga algo, nada es gratis; salvo el
sol y la lluvia. Cuando alguien espera que otro le regale la
vida, que le solucione las cosas, tal vez debería preguntarse
el por qué otro debería de juntarle su basura, por qué otro
habría de solucionarle los problemas de gratis… y sí, ¿sería
de gratis? Cuando dos se juntan a hacer un trabajo en
equipo, los dos dan por sentado que cada uno va a aportar
algo, de otra forma no tratarían de hacerlo entre dos, si
dieran por sentado que el otro no aportará nada, entonces
tal vez pensarían en hacerlo solos.
Algunas personas fueron formados en una familia donde
no sólo de bebés sino de toda la vida, sus padres les
solucionaron la vida a cambio de nada; y ellos dieron por
sentado que “alguien” les habría de soportar la existencia. Y
luego, cuando transitan por el mundo, dan por sentado que
otros, no ellos, tienen la obligación de resolverles las cosas:
y estos otros serán sus papás, o sus parejas o el gobierno o
la empresa para la que “trabajen”, etc. Y cuando no suceda
así, su única alternativa será en su momento: desentenderse
de sus papás, cuando estos ya no sean una solución a sus
necesidades; abandonar a su pareja, cuando ésta ya no
acepte someterse de buen talante y buscar otra que sí acepte
ser su esclava; ingresar a un partido político que critique
por sistema al gobierno en turno y dedicarse a aumentar
las cifras de los resentidos que se la pasan criticando a los
que si hacen algo y no hacer nada por mejorar a su país;
abandonar un trabajo tras otro, y dedicarse a hablar mal de
su actual patrón y de los anteriores.
Lo que aprendimos de niños queda grabado en nuestro
subconsciente y guía nuestra vida. Y a veces no lo sabemos,
pero tomamos decisiones sobre la lógica de los conocimientos
que tenemos guardados en nuestro subconsciente
Nosotros decidimos en base a la información que tenemos
como verdad, a lo que creemos que es lo correcto, porque
así aprendimos que era y no nos damos cuenta que tomamos
decisiones en base a nuestra información guardada,
simplemente creemos que es lo correcto y hacemos. Con
este actuar, con esta forma de hacer las cosas no nos damos
cuenta que solos nos tendremos trampas, porque actuamos
de acuerdo con nuestro pasado y creemos que nos suceden
cosas malas por mala suerte sin darnos cuenta que nosotros
mismos las estamos ocasionando por no reflexionar en lo
que hacemos y actuar simplemente como dormidos con
lo que tenemos grabado automáticamente en nuestro
subconsciente. Como decía Carl Jung, uno de los pilares de
la ciencia de la psicología, “Hasta que lo inconsciente no
se haga consciente, el subconsciente seguirá dirigiendo
tu vida y tú le llamarás destino.”
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