Juan Rosales C.
Kore salió al mundo moderno como icónica figura
teñida de rojo y verde; de este color un crespón orlado
de FE y atado con ligaduras de sacrificios reales,
soportados con el rojo de fuego vestido hecho. Idóneo
para soportar el martirio pactado con amor, con deseo,
con vehemencia por pagar la deuda contraída, ante la
importada figura Guadalupana que sepultó a Coatlicue,
la madre tierra y madre nuestra; así como de todas las
deidades habidas y sin haber…
Capa y vestido, vestido y capa uniforman su promesa,
su manda.
Mientras, muchos, siguen adorando su falda de
serpientes; un lujo celestial su vestimenta. Ya Kore la
conoció en la Barranca de el Pichón como Guadalupe, la
“Morenita” del Tepeyac.
Un pueblo en la hondonada que nació grande.
Se mezcla con los paisanos atraídos por la FE a la
taumaturga imagen, y otros “jalados” de más al norte,
hacen reventar el espacio, insuficiente para contenerlos
en la víspera y el mero día, el mero 12 de diciembre.
El Pichón activa emocionalmente a Nayarit, y también
a las autoridades que con “relumbrones” visten la
Barranca.
Kore tenía prisa por nacer. Dos meses antes ya urgía
su salida; desde ese instante al “unísono” con sus padres
pidieron a su milagrosa señora que naciera con bien.
Para un 12 de octubre, aunque no consciente de lo
que se sentía, lloró por el dolor de su madre, lloró por la
angustia de su padre; lloró por la pobreza de la capilla
de su Barranca. Esta promovida por sus ancestros de
apellidos Alonso y Estrada, en los albores del siglo XX
“ajuareada” tan solo de palma y madera.
Túnica roja y verde capa, bicolor combinación la
acompañó 12 años de su hermosa vida: desde los dos
meses inició el pago de su deuda no contraída, testada
de sus progenitores.
Abrazada en turnos, y desde los
cuatro, caminando al lado de ellos impecablemente
ataviada con los guadalupanos colores.
Avanzar lenta y simultáneamente las rodillas, una a
una en el agreste piso se convierte en apenas abonos
de lo que su angustia y su acendrada fe religiosa tatuada
milenariamente, hicieron ante la falta de confianza de
que naciera Kore –y ya tenían su nombre y la certeza de
su sexo-; no confiaban en la natividad.
A los 12 años fue absuelta de su promesa o manda
por el vicario de la Cruz de Zacate de Tepic, capital de
su diócesis.
Como “reguero de polvora” y de manera
exponencial aumentó la FE cuando algunos fieles
propalaron el rumor de que la simbólica imagen “lloraba
sangre”; generando que la religiosidad de Nayarit y
de pueblos hermanos del sur de Sinaloa se haya visto
inflamada de manera sensible.
¡Ahhh!, mi México lindo y querido.
Nomás aquí “no rifa Juan Diego –Perdón, San Juan
Diego-; acá la vestimenta de los infantes en esa alegoría,
es el atuendo Cora.
En lo demás, igual que las sinnúmero fiestas
patronales de nuestro ajado pero feliz México: entre el
poder de la Cruz y de la Bandera el siempre exprimido
es el feligrés, sinónimo de víctima. Pero eso, sí, se siente
pleno. “Ya no sabe que santo es la virgen”.
Así, de esta manera, fue naciendo una cifra cabalística
en La Barranca de El Pichón, el : de la anual fiesta
guadalupana, del 12 de octubre, día en que Kore nació,
de los 12 años durante los cuales cubrió su adeudo.
¿Cuándo se tendrá noticia de una manda hecha por y
para los adultos “¿conscientes?”. Sin “chivo expiatorio”.
Del santuario, extramuros: una verdadera polifonía
hecha de rezos, jaculatorias, llantos, risas, ayes de dolor
que brotan de las rodillas y pies. Policromía hecha de
intensos colores que brillan desde los “ajuares” de los
danzantes “prehispánicos”; del rojo y verde del primigenio
vestido de Kore, que debía portar pa’ que más “valiera” la
intención de pago.
Como grandes contrafuertes y otros no tanto, yacían los
trajinados puestos de los marchantes que “encandilaban”
con su labia aderezada de olores y sabores la mente
de los paganos, para que no se arrodillaran ayunos,
ni se postraran sedientos; para así entonar “el somos
cristianos y somos mexicanos” en la tesitura pertinente;
circunstancias que solo sus productos proporcionan.
A partir de los 13’s (treces), queda en el fondo del
barranco kilómetros de estrofas de alabanzas; kilos
de pasión; regados los caminos de notas musicales
exhaladas por las sonajas y pies de los danzantes; de
los coros, de las letanías.
Hasta donde la vista alcanza
lastimada por el llanto, el polvo y el humo del dinero
hecho pólvora; se divisa
La Barranca de El Pichón, donde
nació “La niña del Pichón”, donde yace la FE sobre una
bendita alfombra de guadalupano verde.
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