Lic. en Contaduría Pública,
2º. semestre
El Portón de las leyendas
Las narrativas que se publican en esta sección, son productos de aprendizaje del curso-taller
“Expresión Oral y Escrita”, impartido por el Mtro. Pablo Huerta Gaytán. Fueron redactados por
alumnos del primer semestre (ciclo 2017-B) de la Licenciatura en Negocios Internacionales, del
Centro Universitario de Los Altos, de la Universidad de Guadalajara
Dicen que sucedió en Tepatitlán hace
muchos años; cuentan los lugareños
que tenían un vecino dedicado a
remendar zapatos, se especializaba en
toda clase de reparación de calzado,
o sea que trabajaba en el reciclaje de
las chanclas, andalias, botas, zapatos
y pantunflas.
Cuentan que a la vez, a
ese hombre, al que llamaban zapatero
le gustaba asistir a cualquier velorio
que se presentara.
Le gustaba ir porque se echaba
unos cuantos tragos de alcohol, mezcal
o tequila y una que otra tasita de café;
bebidas que, más que los rezos, en
todos los velorios solían abundar
dizque para soportar las noches de
desvelo, acompañando a los familiares
y amigos del difunto tendido en su
ataúd, colocado como entonces se
acostumbraba, generalmente en la sala de las casas.
Mucha gente decía que el componedor del calzado, no
iba para rezarle y orar por el alma del difunto, o porque le
preocupaba la pena de sus familiares; no, además de las
bebidas, iba para aprovechar la luz de las velas, ya que en
su casa no tenía.
Solía acudir con su martillo, al que nombraba su “pie de
fierro”, un puño de clavos y una gran cantidad de zapatos,
botas, huaraches y otras chanclas por remendar.
Mientras todas las personas se ocupaban en rezar por el
eterno descanso del finado/a, él se ocupaba en realizar su
trabajo, usando el martillo y los clavos, cerca de donde se
encontrara el cadáver para aprovechas la luz de los cirios. Se
escuchaban más los martillazos que las personas rezando.
Era bueno en lo que hacía y tenía habilidad extrema para
que los zapatos fueran lo más cómodos posible.
A todo esto
habría que agregar que cuando se le ‘subían las copas’,
comenzaba a cantar, sin dejar de remendar, no obstante el
malestar de los presentes.
Un día unos amigos, decidieron jugarle una broma para
que ya no estuviera molestando en los funerales. Se pusieron
de acuerdo en que uno de ellos fingiría ser el difunto, para
sacarle un susto y no le quedaran ganas de volver a eso.
Para iniciar con el plan, una mañana fue a hablarle al
zapatero uno de los conspiradores y le contó que uno de
sus compañeros había fallecido la noche
anterior y que su funeral sería por la tarde.
La conspiración estaba dando
resultado y al atardecer ya estaba el
zapatero con todos sus tiliches, dispuesto
al velorio y acompañar al cadáver.
Los
que velaban se fueron yendo poco a poco,
dejando solos al zapatero y al difunto, y
discretamente una botella de tequila.
Al poco rato ya se oían los martillazos y
cantos que sonaban por toda la sala de
velación.
De pronto una voz se escucha y dice
-¡cuando se está en un velorio no se
canta!-. El zapatero dio un brinco del susto
y se preguntó de dónde venía esa voz, dio
un vistazo por todos los rincones del lugar
y nada parecía fuera de lo normal, excepto
que ya no había persona alguna, sólo el
supuesto difunto. Allí no había nada más
que el silencio, el muerto y las velas que apenas iluminaban
la sala.
Por su parte, el compañero que se estaba haciendo el
muerto dentro de la caja, se estaba aguantando la risa.
Al
que se pretendía asustar, aunque se le hizo muy raro siguió
trabajando, cantando y bebiendo hasta acabarse toda la
botella de que disponía, después de todo, tenía mucho por
hacer y eso lo alivianaría un poco.
Poco después el compañero “difunto” dijo otra vez
-¡Cuando se está en un velorio, ni se trabaja, ni se canta!-. El
zapatero grito horrorizado, pues cuando volteó hacia la caja
donde estaba el muerto, éste comenzó a levantarse, porque
ya se había cansado de estar tanto tiempo acostado, así que
decidió terminar con la broma.
Como ya estaba borracho el zapatero, creyó que era una
alucinación, agarra su “pie de fierro” y le da un golpazo en
la cabeza; así el supuesto cadáver, después del tremendo
golpe, ahora sí, se convirtió en verdadero difunto; el zapatero
se volvió a sentar en su banco, mientras decía satisfecho
-¡los muertos no hablan!…- y despreocupadamente siguió
cantando y arreglando los zapatos.
Cierto o falso este relato, la gente asegura que después
de ese día, al que arreglaba zapatos, jamás se le volvió a
ver en un velorio, parece que después de todo, si lograron
asustarlo.
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