domingo, febrero 10, 2019

¡Los muertos no hablan!…

Por Hannia Gutiérrez Reynoso
Lic. en Contaduría Pública,
2º. semestre

El Portón de las leyendas
Las narrativas que se publican en esta sección, son productos de aprendizaje del curso-taller
“Expresión Oral y Escrita”, impartido por el Mtro. Pablo Huerta Gaytán. Fueron redactados por
alumnos del primer semestre (ciclo 2017-B) de la Licenciatura en Negocios Internacionales, del
Centro Universitario de Los Altos, de la Universidad de Guadalajara

Dicen que sucedió en Tepatitlán hace muchos años; cuentan los lugareños que tenían un vecino dedicado a remendar zapatos, se especializaba en toda clase de reparación de calzado, o sea que trabajaba en el reciclaje de las chanclas, andalias, botas, zapatos y pantunflas. 
Cuentan que a la vez, a ese hombre, al que llamaban zapatero le gustaba asistir a cualquier velorio que se presentara. 
Le gustaba ir porque se echaba unos cuantos tragos de alcohol, mezcal o tequila y una que otra tasita de café; bebidas que, más que los rezos, en todos los velorios solían abundar dizque para soportar las noches de desvelo, acompañando a los familiares y amigos del difunto tendido en su ataúd, colocado como entonces se acostumbraba, generalmente en la sala de las casas. 
Mucha gente decía que el componedor del calzado, no iba para rezarle y orar por el alma del difunto, o porque le preocupaba la pena de sus familiares; no, además de las bebidas, iba para aprovechar la luz de las velas, ya que en su casa no tenía. 
Solía acudir con su martillo, al que nombraba su “pie de fierro”, un puño de clavos y una gran cantidad de zapatos, botas, huaraches y otras chanclas por remendar. Mientras todas las personas se ocupaban en rezar por el eterno descanso del finado/a, él se ocupaba en realizar su trabajo, usando el martillo y los clavos, cerca de donde se encontrara el cadáver para aprovechas la luz de los cirios. Se escuchaban más los martillazos que las personas rezando. 
Era bueno en lo que hacía y tenía habilidad extrema para que los zapatos fueran lo más cómodos posible. 
A todo esto habría que agregar que cuando se le ‘subían las copas’, comenzaba a cantar, sin dejar de remendar, no obstante el malestar de los presentes. 
Un día unos amigos, decidieron jugarle una broma para que ya no estuviera molestando en los funerales. Se pusieron de acuerdo en que uno de ellos fingiría ser el difunto, para sacarle un susto y no le quedaran ganas de volver a eso. 
Para iniciar con el plan, una mañana fue a hablarle al zapatero uno de los conspiradores y le contó que uno de sus compañeros había fallecido la noche anterior y que su funeral sería por la tarde. La conspiración estaba dando resultado y al atardecer ya estaba el zapatero con todos sus tiliches, dispuesto al velorio y acompañar al cadáver. 
Los que velaban se fueron yendo poco a poco, dejando solos al zapatero y al difunto, y discretamente una botella de tequila. Al poco rato ya se oían los martillazos y cantos que sonaban por toda la sala de velación. 
De pronto una voz se escucha y dice -¡cuando se está en un velorio no se canta!-. El zapatero dio un brinco del susto y se preguntó de dónde venía esa voz, dio un vistazo por todos los rincones del lugar y nada parecía fuera de lo normal, excepto que ya no había persona alguna, sólo el supuesto difunto. Allí no había nada más que el silencio, el muerto y las velas que apenas iluminaban la sala. 
Por su parte, el compañero que se estaba haciendo el muerto dentro de la caja, se estaba aguantando la risa. 
Al que se pretendía asustar, aunque se le hizo muy raro siguió trabajando, cantando y bebiendo hasta acabarse toda la botella de que disponía, después de todo, tenía mucho por hacer y eso lo alivianaría un poco. 
Poco después el compañero “difunto” dijo otra vez -¡Cuando se está en un velorio, ni se trabaja, ni se canta!-. El zapatero grito horrorizado, pues cuando volteó hacia la caja donde estaba el muerto, éste comenzó a levantarse, porque ya se había cansado de estar tanto tiempo acostado, así que decidió terminar con la broma. 
Como ya estaba borracho el zapatero, creyó que era una alucinación, agarra su “pie de fierro” y le da un golpazo en la cabeza; así el supuesto cadáver, después del tremendo golpe, ahora sí, se convirtió en verdadero difunto; el zapatero se volvió a sentar en su banco, mientras decía satisfecho -¡los muertos no hablan!…- y despreocupadamente siguió cantando y arreglando los zapatos. 
Cierto o falso este relato, la gente asegura que después de ese día, al que arreglaba zapatos, jamás se le volvió a ver en un velorio, parece que después de todo, si lograron asustarlo.

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