domingo, febrero 10, 2019

Sandy

Javier Contreras

Cuando tú viniste, se llenó de magia mi vida; Por dónde tú pasabas, ibas derramando una presencia de flores que todo lo llenaba, que todo lo iluminaba. Hubiera querido que ese momento fuera eterno, que nunca te marcharas, que te quedaras conmigo, que tu presencia siquiera endulzando mi existencia por siempre. 

Cuando ya te ibas, mi corazón te gritaba que te quedaras, pero no lo escuchabas; y entonces él estiraba sus manitas y te quería atrapar para que no te fueras, pero seguías avanzando y te ibas marchando y entonces mi corazón le exigía a mi lengua que te gritara que te amaba, que te gritara bien fuerte para que todo el mundo escuchara mi voz; pero mi mente le ponía cadenas a mi lengua y le impedía hablar: le daba argumentos estúpidos como costumbres sociales, modos adecuados de comportamiento y cosas a cual más de tontas; y luego que te habías marchado, mi corazón seguía tamborileando, diciéndome que te buscara y que te buscara; y como no le hacía caso, él hacía que mis dedos se movieron solos y cuando yo quería escribir cosas de mi trabajo, mis dedos a escondidas escribían una y mil veces que te amaba, y que te amaba y que te amaba. ¡Caramba! Tenía que borrar y borrar y borrar y volver a corregir y cuando me ponía a escribir lo que debía, mis dedos de nuevo, contra mi voluntad, a escondidas, escribían y repetían tu nombre: Sandy, Sandy, Sandy. 

Te fuiste, pero dejaste lleno de tu luz el derredor; y para donde volteo, veo todo iluminado por tu recuerdo, como si se hubiera quedado una parte de ti prendida en todas partes: en la tasa en la que tomaste café y en la silla en que te sentaste o la puerta por donde pasaste. Te marchaste, pero se quedó mi vida toda llena de tu luz y de tu aroma… y mi existencia se pintó de mil colores.

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