Etimológicamente, el término agilidad hace referencia
a la aptitud de las personas de ejecutar de forma rápida y
eficaz una tarea. Así, cuando hablamos de agilidad mental
estamos circunscribiendo esta habilidad al plano intelectual.
En este sentido, la agilidad mental puede definirse
como la capacidad de cambiar de sistema de referencia, de
planificar, de iniciar una actividad, de reflexionar de manera
creativa y de adaptarse a las exigencias de los cambios.
Se trata, según el investigador William von Hippel, de “la
capacidad de sacar las cosas de la memoria según sea la
circunstancia particular a la que se enfrente la persona”.
A medida que transcurren nuestras vidas, los seres
humanos contamos con pocas maneras de saber qué rumbo
tomar o que nos aguarda. Las emociones desde la ira que
nos ciega, hasta el amor que nos hace tener los ojos abiertos,
son las respuestas físicas inmediatas que da el cuerpo a
señales importantes procedentes del mundo exterior.
En algunas situaciones, nos ayudan a ver más allá de
los fingimientos y las poses; funcionan como una especie de
radar interno que nos da una lectura más exacta y perspicaz
de lo que realmente está ocurriendo en una situación dada:
¿Quién no ha experimentado esas sensaciones viscerales
que nos advierten que “este tipo está mintiendo” o “algo está
inquietando a mi amiga a pesar de que dice que está bien”.
Por supuesto, la mayoría de los adultos raramente
cedemos el control a nuestras emociones hasta el punto de
tener comportamientos públicos inapropiados que tardan
años en olvidarse.
Lo más probable es que actuemos de una
forma menos teatral pero más insidiosa.
La agilidad emocional no consiste en controlar los
pensamientos o en esforzarse a pensar de forma más
positiva. La agilidad emocional tiene que ver con relajarse,
calmarse y vivir con mayor intención. Se trata de elegir cómo
responder al sistema de alerta emocional.
La agilidad emocional abre este espacio que hay entre
cómo nos sentimos y lo qué hacemos en relación con nuestros
sentimientos y ha demostrado ser útil para afrontar distintos
problemas: imagen negativa de uno mismo, angustia,
dolor, ansiedad, depresión, tendencia a la postergación,
transiciones difíciles, etc.
Todos hacemos esto de una manera u otra.
Le damos
vuelta a la manzana que son nuestras vidas caminando – o
corriendo – una y otra vez, obedeciendo reglas que están
escritas, que están implícitas o que simplemente imaginamos,
aferrados a formas de ser y hacer que no nos útiles.
A menudo creo que actuamos como juguetes a cuerda
que chocan repetidamente contra las mismas paredes: no
nos damos cuenta de que puede haber una puerta abierta a
nuestra izquierda o a nuestra derecha.
Mientras tanto la cultura consumista fomenta la idea
de que podamos controlar y arreglar la mayor parte de
los asuntos que nos preocupan y que debemos eliminar o
reemplazar aquello que no podemos arreglar, ¿te sientes
infeliz en tu relación? Encuentra a otra persona.
Cuando no nos gusta lo que ocurre en nuestro mundo
interior, aplicamos la misma mentalidad: vamos de compras,
buscamos un nuevo terapeuta, cambiamos de pareja o
decidimos arreglar nuestra propia infelicidad e insatisfacción
por medio de “pensar positivo”.
Desafortunadamente, nada de esto funciona muy
bien.
Tratar de corregir los pensamientos y sentimientos
perturbadores nos lleva a obsesionarnos con ellos de forma
improductiva.
Muchas personas recurren a libros o cursos de
autoayuda para lidiar con sus emociones, pero muchos de
estos programas no entienden nada bien los mecanismos
de autoayuda. Los que pregonan el pensamiento positivo
están particularmente desencaminados. Tratar de imponer
pensamientos felices es extremadamente difícil, si no
imposible, porque pocas personas pueden, simplemente,
desechar sus pensamientos negativos y reemplazarlos por
otros más agradables.
De hecho la negatividad es normal.
Esta es una realidad
fundamental. Estamos programados para sentir emociones
negativas de vez en cuando. Forma parte de la condición
humana. Poner un énfasis, excesivo en “ser positivo” es
una de las formas en que nuestra cultura sobremedica
– en sentido figurado – las fluctuaciones normales, de la
misma manera que la sociedad sobremedica – a menudo,
literalmente – a los niños revoltosos y a las personas que
tienen cambios de humor.
En cualquier caso, tanto si se trata de reflexiones precisas
acerca de la realidad como distorsiones perjudiciales, estos
pensamientos y estas emociones forman parte de lo que
somos, y podemos aprender a trabajar con ellos y seguir
adelante.
Después de afrontar nuestros pensamientos y
emociones, el siguiente paso es desapegarnos de ellos y
observarlos para verlos como lo que son: solo pensamientos,
solo emociones.
También podemos identificar emociones difíciles de
medida que las experimentamos y encontrar maneras de
reaccionar más apropiadas.
El hecho de observar desde
fuera evita que nuestras experiencias mentales pasajeras
nos controlen.
Una vez que hemos aclarado y apaciguado nuestros
procesos mentales, y luego, hemos creado el espacio
necesario entre pensamientos y el pensador, podemos
empezar a centrarnos más en lo que realmente nos importa:
nuestros valores fundamentales, nuestros objetivos más
relevantes.
La autoayuda tradicional tiende a ver el cambio en
términos de metas elevadas y una transformación total,
pero los estudios apoyan la visión opuesta: que pequeños
ajustes deliberados imbuidos de nuestros propios valores
pueden marcar una gran diferencia en nuestras vidas.
Cuando vemos a una gimnasta de élite en acción, nos
parece que realiza movimientos difíciles sin esforzarse,
gracias a su agilidad y a que tiene los músculos del torso
bien desarrollados. Estos músculos constituyen su centro.
Cuando algo le hace perder el equilibrio, su centro la ayuda
a corregir su postura. Pero para competir al más alto nivel,
tiene que continuar saliendo de su zona de confort con el fin
de intentar hacer movimientos más difíciles.
Nuestra mente es una máquina de encontrarles sentido
a las cosas, y ser humano implica, en gran medida, trabajar
para darles sentido a los miles de millones de bits de
información sensorial que nos bombardean todos los días.
Nuestra manera de encontrar el sentido es organizar todo
lo que vemos y oímos, y todas las experiencias y relaciones
que se arremolinan a nuestro alrededor, en un discurso
coherente: “Este soy yo, Miguel Ángel despertándome.
Estoy en mi cama. Antes vivía en Arandas pero ahora
vivo en Guadalajara. Tengo que prepararme para una
cita profesional. Esto es lo que hago: diseñar cursos de
capacitación para ayudar a tener un mejor nivel de vida en
las personas.
Estos discursos o historias tienen un propósito:
nos lo decimos para organizar nuestras experiencias y
mantenernos cuerdos.
Para experimentar la facilidad con la que podemos
deslizarnos de los hechos a las opiniones y de ahí a los
juicios y a la ansiedad, haz el siguiente ejercicio. Piensa en
cada uno de los elementos siguientes, uno tras otro:
Tu teléfono móvil
Tu casa
Tu trabajo
Tus suegros
Tu cintura
Cuando hacemos asociaciones libres, algunos de
nuestros pensamientos pueden corresponderse con los
hechos: “cené con mis suegros la semana pasada” o “tengo
que entregar un proyecto el lunes”.
Pero observa con qué rapidez entran en escena las
opiniones, las evaluaciones, las comparaciones y las
preocupaciones fastidiosas:
Mi teléfono móvil…necesita actualización
Mi casa…está hecha un desastre
Mi trabajo…es superestresante
Mis suegros…miman demasiado a los niños
Mi cintura…tengo que retomar la dieta
Toda esta charla interna no solamente es engañosa;
también es agotadora. Socava unos recursos mentales
importantes a los que podríamos darles un uso mucho
mejor. Al poder que tienen nuestros pensamientos de
engancharnos se suma el hecho de que muchos de
nuestros hábitos mentales están diseñados para fusionarse
con nuestras emociones y producir una respuesta
turboalimentada.
En un entorno cambiante y exigente como el actual, la
capacidad de adaptación y la flexibilidad son dos de las
habilidades más demandas en el ámbito profesional. Las
empresas buscan profesionales que reaccionen rápidos y
con creatividad.
Gracias a la plasticidad del cerebro, las neuronas son
capaces de aprender y adaptarse a los cambios. Con
voluntad, cambio de hábitos y un entrenamiento adecuado
y autodirigido, las células nerviosas pueden entrenarse y
mejorar la agilidad mental. Se trata de enseñar a las neuronas
nuevas formas de comportarse que son absorbidas y
memorizadas, convirtiéndose en una respuesta automática.
El objetivo final de la agilidad mental es que conserves
tu amor por los retos y el crecimiento a lo largo de tu vida.
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